“Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente”
San Lucas 14,15-24:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
PARÁBOLAS DE LA INVITACIÓN DIVINA
La parábola que nos presenta el evangelio de hoy pertenece a una de esas que los
estudiosos llaman «parábolas de la invitación divina»: tenemos aquí una clave de lectura
no sólo del texto evangélico, sino de toda la liturgia de la Palabra de este día. Por un lado,
sobresale claramente la figura de aquel que invita, el Padre, que, por medio de su Hijo,
vuelve a expresar en cada tiempo y en cada lugar su propia voluntad salvífica universal. Al
mismo tiempo, se perfila también con claridad la figura de aquel que, en nombre de Dios
Padre, se hizo «Evangelio» por nosotros, en el sentido de que Jesús no se contentó con
hablar en nombre de Dios, sino que es Palabra de Dios encarnada, es decir, viviente en
medio de nosotros.
Junto a la figura de Dios Padre y de Jesucristo, aparece también en la parábola la figura de
los invitados, esto es, de nosotros y de todos aquellos que, en distintos tiempos y lugares,
han entrado en contacto con la Buena Nueva de Jesús salvador. Aquí es donde se capta el
carácter dramático del relato, que, para nosotros, ya no es sólo una parábola, en el sentido
literario del término, sino que se convierte en una historia viva, punzante, siempre actual.
En ella, cada uno de nosotros está llamado a «jugarse» a sí mismo con la plena libertad de
su decisión, pero también con la responsabilidad que implican sus opciones. Es bueno para
nosotros que, de la parábola, mane claro el anuncio de lo que complace a Dios, de aquello
para lo que vino Jesús al mundo, de lo que constituye el objeto de la predicación
apostólica: Dios ama, prefiere y quiere como hijos suyos amadísimos a aquellos a quienes
la sociedad margina y considera frecuentemente seres insignificantes e inútiles. La
invitación dirigida a cada uno de nosotros consiste, por tanto, en ser pobres en el sentido
evangélico del término, a saber: en tener un corazón consciente de su propio pecado,
traspasado por el dolor y deseoso de encontrar al Médico celestial.
ORACION
Libérame, Señor, de los obstáculos que intentan atarme a un pasado glorioso o cargado de
injusticias y de resentimiento o a un presente mezquino o cautivador; hazme libre de
seguirte por los caminos del Evangelio y de la historia para anunciar y difundir la verdadera
libertad.
Señor, dame la fuerza necesaria para salir de una muchedumbre acomodadiza que, presa
por completo de sus propios fines y de sus propias metas, se vuelve sorda e insensible a tus
invitaciones y las rechaza presentando como excusas necesidades apremiantes; hazme
sensible y dispuesto a tus llamadas, en todas las estaciones de mi vida, para anunciar y
dejar aparecer tu voluntad.
Señor, ayúdame a seguir con honestidad y constancia mi misión -por pequeña o grande
que sea-, contrarrestada a veces, trabajosa y en absoluto popular, porque deseo seguirte
sólo a ti, que eres el único camino verdadero: fiel sin volverme nunca hacia atrás, cueste lo
que cueste, para anunciar y servir tu proyecto de salvación.