DOMINGO 32 DURANTE EL AÑO
“Señor, enséñanos a confiar y a esperar en Ti”
La primera lectura de hoy (1 Re 17, 10-16) nos habla de la figura del profeta Elías, uno de los
grandes profetas del Antiguo Testamento, el defensor de la fidelidad al Dios de la Alianza, el
profeta que predica la conversión, la vuelta al amor fiel y el cumplimiento de la Ley de Dios que
había sido dejada de lado por el pueblo elegido. Salomón y los reyes que lo siguieron en la
conducción del Pueblo de Dios se dejaron seducir por los dioses paganos y habían
contaminado la fe, se vivía un clima de injusticia y fastuosidad. En esta época se produce un
cisma político y religioso que termina dividiendo al pueblo en dos reinos. No obstante el pecado
de su pueblo, Dios se hace presente a través de los profetas llamando a la conversión y a la
esperanza de la salvación. En este contexto aparece la figura del profeta Elías. Dios realiza un
milagro a través del profeta a una pobre viuda, que con su hijo estaban a punto de morir de
hambre. El profeta se acerca y le pide que le dé agua y pan. La viuda le explica que apenas
tiene un poco de harina y aceite para hacer la última comida para ella y para su hijo y después
esperar la muerte. No obstante esto, el profeta le pide que le haga un pan para él y le dice: “Así
habla el Señor, el Dios de Israel, el tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se
vaciará … “ (Ib. 14). La viuda le creyó, se cumplió la palabra dada por el profeta y ella y su hijo
vivieron sin que le falte comida. La viuda es imagen del pueblo de Israel que a través del
profeta era llamado nuevamente a creer en la Palabra de su Dios y así alcanzar la salvación.
También nosotros estamos llamados a la fidelidad y a la esperanza confiada en Aquél que obra
en nuestra historia y en la historia de los pueblos.
En la segunda lectura el apóstol Pablo (Heb. 9, 24-28) nos presenta a Cristo como el mediador
entre Dios y los hombres, a Cristo Sumo Sacerdote que se ofrece en sacrificio de una vez y
para siempre, tomando sobre sí los pecados de todos y dando la salvación por medio de su
pasión, muerte y resurrección, a todos los que en Él esperan. En Cristo se consuma la Nueva y
definitiva Alianza entre Dios y los hombres. Él es la respuesta fiel y definitiva al amor eterno del
Padre Celestial. Cristo –verdadero Dios y verdadero hombre- obra la salvación en su entrega al
Padre. Al cristiano de todos los tiempos, al seguidor de Cristo, le toca creer y hacer suya esta
salvación esperando en Aquél que nos redimió y nos salvó. Frente a tan grande misterio sólo
cabe orar con mayor intensidad, pedir la gracia y el auxilio del Espíritu Santo para entender los
misterios de Cristo, para convertir el corazón y prestar la obediencia de la fe a la Palabra
revelada.
El evangelista Marcos nos presenta (Mc. 12, 38-44) dos figuras contrapuestas: la del escriba y
la de la viuda pobre. Los escribas eran los conocedores de la Ley, de la doctrina y de la moral.
Jesús aparece en este pasaje señalando que detrás de la apariencia de sabios y santos, a los
escribas les gustaba vestirse con lujos, ser saludados por todos, que les rindan honores,
ocupar los puestos de privilegio y que además hasta se enriquecían apoderándose de los
bienes de las viudas. Jesús desprecia la religiosidad que esconde egoísmos e injusticias.
Después de brindar esta enseñanza sobre las falsas actitudes de los escribas, Jesús se dirige
al templo y se sienta a observar a la gente que ofrendaba su limosna (Ib. 41). Al ver a una
pobre viuda colocando dos monedas del mínimo valor llama a sus discípulos y les dice algo
que los deja sorprendidos: “les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera”
(Ib. 43). Jesús ve más allá de las apariencias y se admira por la generosidad de esta mujer
pobre, por su religiosidad, por su sencillez, por su gran capacidad de desprendimiento y la
presenta como modelo de fe.
Jesús nos quiere indicar que el valor de una ofrenda no está en la cantidad que se da sino en
lo que ésta significa para el que la da. Las dos monedas de aquella viuda no eran poco, para
ella lo eran todo, como en el caso de la viuda de la primera lectura de hoy. Sería bueno
preguntarnos qué le estamos dando a Dios y cómo se lo estamos dando. Sería bueno
examinar con cuánta fe hacemos lo que hacemos y pedir la gracia al Señor de una
generosidad sincera, solidaria, que nos haga salir de nosotros mismos imitando la entrega de
Jesús, que no dio algo, sino que lo dio todo, que se dio todo.
Que María, la madre generosa, sencilla y humilde nos ayude a crecer en la fe y en el amor.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú