Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Tiempo Ordinario, Año Par,
Semana No. 32, Miércoles
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Andábamos perdidos, pero Cristo nos salvó por su
misericordia * El Señor es mi pastor, nada me falta * ¿No ha habido nadie, fuera de
este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?
Textos para este día:
Tito 3, 1-7:
Querido hermano:
Recuérdales que se sometan al gobierno y a las autoridades, que los obedezcan,
que estén dispuestos a toda forma de obra buena, sin insultar ni buscar riñas; sean
condescendientes y amables con todo el mundo.
Porque antes también nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera
de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos
la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos
unos a otros. Mas cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su
amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que
según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y
con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre
nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador.
Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna
Salmo 22 :
El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar; / me
conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por
cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me
sosiegan. R.
 
Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con
perfume, / y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré
en la casa del Señor / por años sin término. R.
Lucas 17, 11-19:
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a
entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez
leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
-«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo:
-«ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba
curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de
Jesús, dándole gracias.
Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto
más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo:
-«Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»
Homilía
Temas de las lecturas: Andábamos perdidos, pero Cristo nos salvó por su
misericordia * El Señor es mi pastor, nada me falta * ¿No ha habido nadie, fuera de
este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?
1. Una distinción sutil pero necesaria
1.1 Hay un cierto orgullo que uno puede sentir cuando el mensaje del Evangelio,
más allá de su carga de cruz y paradoja, se impone y triunfa. Cuando, por ejemplo,
vemos a un Francisco de Asís dando la espalda a los privilegios y halagos del
mundo sólo por seguir la lógica de Cristo, sentimos que el mundo mismo queda
derrotado y tiene que postrarse ante el poder de la gracia. Es fácil sentirse de
orgulloso de eso.
1.2 Y es fácil también sentir algo de orgullo cuando la radicalidad del Evangelio se
vuelve intransigencia ante el mundo, como cuando Jesús manifiesta su
impresionante independencia o da muestras de una libertad maravillosa. Ante
Pilato, ante Herodes o ante Caifás, gente a la que todo el mundo temía y ante la
que todos temblaban, Cristo muestra una pasmosa franqueza, desprovista de todo
adorno y casi de toda urbanidad.
1.3 Esos orgullos pueden desorientarnos sobre una verdad fundamental: una cosa
es evitar el servilismo y otra cosa moverse en el ámbito de la grosería; una cosa es
ser franco y otra ser agresivo; una cosa es ser radical y otra ser rígido; una cosa es
manifestar la soberanía de Dios y otra pretender que uno no obedece a nadie; una
cosa es ensalzar a Dios y otra negar el honor debido a los seres humanos. Estas
son distinciones delicadas, casi sutiles, pero muy necesarias, si lo que queremos es
favorecer la obra de la evangelización. Ni la grosería, ni la altivez, ni la petulancia
son ayudas para la tarea de difusión de la Buena Nueva.
2. La Iglesia y las Relaciones Públicas
2.1 O dicho con otras palabras: hay un sentido válido y cristiano para las
"relaciones públicas" en la Iglesia. Solemos asociar diplomacia con hipocresía y
decencia con disimulo. Es un terreno resbaloso y ambiguo en el que un cristiano
radical no quisiera hallarse, pero decididamente la vida nos lleva no por donde
nosotros quisiéramos sino por donde debiéramos.
2.2 Este contexto nos permite entender las recomendaciones que Pablo, el radical
Pablo, termina ofreciendo en la carta a Tito: "que respeten plenamente a las
autoridades que gobiernan; que les obedezcan y estén dispuestos a hacer el bien;
que no calumnien a nadie, que sean pacíficos, amables y siempre bondadosos con
todo el mundo". Interesante ver esta recomendación de la "amabilidad". En griego
dice "epiekëis", de donde viene la famosa "epiqueya"de los mediavales, que puede
implicar también: modestos, humildes, mansos, pacientes.
2.3 Se trata de la frontera entre una persona humanamente acogedora y abierta, y
una persona sufrida y generosa. Lo humano no riñe con lo cristiano. Vista desde
fuera, esta virtud es plenamente humana; es la cualidad propia de las personas con
quienes es agradable vivir porque son comprensivos, descomplicados y sencillos;
vista desde dentro, es mucho más que buenas maneras: es el fruto maduro de un
corazón que, por amor, sabe "sufrir" a la obra de Cristo (o sea, dejarlo actuar,
quitando y poniendo a su gusto) y que, por amor, sabe esperar el momento de la
gracia.
3. La Eucaristía, prenda de la herencia
3.1 En efecto, la razón profunda de esa "epiqueya" es la comprensión del tamaño
de la sala del banquete, y de la grandeza del don que todos heredamos. Tenemos
paciencia porque hubo Uno que nos tuvo paciencia, nos dio de sus dones y nos
llamó a colaborar en la obra bendita de anunciar ese misterio de su propio y
característico amor.
3.2 La paciencia no es simple aguante; es nuestro aporte específico a la difusión del
don que se nos dio, que nos llenó de gozo y nos hizo mensajeros de la gracia. La
amabilidad no es simple urbanidad; es nuestro modo de mantener obstinadamente
abiertas las puertas de la salvación para que todos reciban la herencia que el
Heredero, Jesucristo, nos concedió en la hora espantosa y noble de la Cruz.
Fr. Nelson Medina, O.P.