DOMINGO XXXII. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 12, 38-44
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con
los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan
reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los
primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con
pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia mas rigurosa.»
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente
que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acerco una
viuda pobre y echo dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo:
«Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas mas
que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que
pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
CUENTO: LA HUMILDAD DEL SAPO
Había una vez una rosa roja muy bella, que se creía sin duda la rosa más linda
del jardín. Un día se dio cuenta de que la gente miraba de lejos, sin querer
acercarse a ella. Observando a su alrededor vio que al lado de ella siempre
había un sapo grande y oscuro, y que ésa era la causa por la que la gente no
se acercaba a verla a ella para maravillarse de su belleza. Indignada ante lo
descubierto, la rosa ordenó al sapo que se fuera de allí de inmediato. Y el
pobre sapo, muy obediente, acató la orden de la rosa y desapareció del jardín.
Así, las personas podían ver y admirar de cerca la hermosura vanidosa de
aquella rosa presumida. Un tiempo después, el sapo volvió a pasar por donde
estaba la rosa, y se sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y sin
pétalos. Entonces le dijo: -Te ves muy mal. ¿Qué te ha pasado?. La rosa
contestó: - Es que desde que te fuiste de mi jardín las hormigas me han comido
día a día, y nunca pude volver a ser igual. Ahora me muero de tristeza al ver
que nadie se detiene a mirar la belleza que en otro tiempo fue la admiración de
este jardín. El sapo, con una indisimulada satisfacción, le contestó: - Pues
claro, te olvidaste de que era yo quien me comía las hormigas que te
amenazaban, y por eso eras la más bella del jardín. Y la rosa, que había
aprendido la lección del sapo, le pidió de nuevo que se quedara junto a ella.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Vivimos tiempos de apariencia y de fachada. Valoramos a las personas y a las
cosas por lo abultado de sus carteras, por el coche último modelo, por las ropa
de marca que llevan, por los grandilocuentes que son. Nos va lo espectacular y
grandioso. Incluso en la Iglesia se valora más la categoría en el cargo
eclesiástico o la belleza de la retórica en muchos curas. Todos caemos en esta
tentación. No lo neguemos, nos gusta lo que sobresale y lo intentamos también
nosotros. Todos tenemos algo de los fariseos del evangelio de hoy. Nos gusta
lucirnos y pregonar en voz alto lo que hacemos para que se note y nos adulen.
Nos gusta pavonearnos de nuestras buenas obras y queremos que nos lo
tengan presente en la hora final.
Pero hete aquí que Jesús tiene otros planes y otras perspectivas y nos pone de
ejemplo a una pobre viuda que no ha podido dar apenas en el cepillo del
templo. Jesús, muy observador, destaca la grandeza de esta mujer que ha
dado de lo que le falta, no de lo que le sobra, como hacían los fariseos. Y lo ha
hecho humildemente, para que nadie se entere, lo ha hecho desde el corazón.
Hoy esta viuda pasaría desapercibida en nuestra sociedad actual a la que le
gusta exhibir las “obras de caridad” de tantos famosos que de paso se hacen
publicidad y que apenas dan una mínima parte de lo que les sobra. Quién se
iba a fijar en esta pobre mujer. Menos mal que lo hace Dios, que no se fija en
las apariencias, sino en el corazón. Porque para Dios son los humildes los que
valen de verdad, los que hacen las cosas no para que los vean, sino porque lo
sienten. Tanta gente solidaria que no sale en los periódicos, tanta gente
sencilla que no es noticia pero que gracias a esos gestos sencillos de amor y
solidaridad el mundo va mejorando. Tantos pequeños detalles cotidianos que
tienen para Dios un valor extraordinario aunque no salgan en la televisión.
Hoy nos pide Dios mirar al corazón, no a la exterior. Nos pide dejar de ser esa
rosa orgullosa y egoísta del cuento que despreció al feo sapo que, sin
embargo, era quien le hacía a ella permanecer bella y hermosa en el jardín.
No despreciemos a nadie, todos somos importantes, por pequeño que sea
nuestro trabajo, sea en la sociedad o en la Iglesia. Valoremos a las personas
por lo que son, no por lo que tienen o exhiben. Demos de corazón, no de lo que
nos sobra, sino de lo que nos cuesta. Como decía la madre Teresa y el padre
Hurtado: dar hasta que duela. Porque si no duele, si no cuesta, no tiene valor.
Sepamos descubrir esta semana a todas esas humildes “viudas” que nos
rodean y que son ejemplo callado de amor y de solidaridad.
¡FELIZ, SENCILLA Y SOLIDARIA SEMANA!