“Al comprobar que estaba sano, volvió atrás alabando a Dios”
Lc 17, 11-19
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
SÓLO ÉL VUELVE A JESÚS PARA EXPRESARLE UN AGRADECIMIENTO
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, especialmente su diálogo con el samaritano curado,
merece una meditación complementaria. Nos sorprenden las preguntas que Jesús dirige al
samaritano y, aún más, la exclamación final. Por un lado, Jesús expresa su sorpresa ante el
hecho de que sólo uno de los diez haya sentido la necesidad de dar las gracias. Por otro, declara
que ha sido la fe la que le ha procurado a este pobre leproso la curación completa.
Es interesante explicitar el itinerario que conduce a este pobre leproso desde una situación de
miseria y extrema pobreza a una situación nueva, por haber sido renovada por el toque
sanador de Jesús. También este leproso, como los otros, sufre una enfermedad tremenda.
También él, como los otros, invoca la piedad de Jesús, el Maestro. También él, como los otros,
va a presentarse a los sacerdotes. Pero sólo él vuelve a Jesús para expresarle un agradecimiento
tan intenso que a Jesús no le supone el menor esfuerzo reconocerlo como un acto de pura fe.
Así, el encuentro personal con Jesús no sólo renueva el cuerpo de este pobre leproso, sino que
también transforma su espíritu profundamente. Al leproso curado no le basta con haber
resuelto un problema personal: le parece demasiado poco y, sobre todo, indigno de un hombre
que ha intuido haber encontrado a una persona extraordinaria. Su verdadero deseo es volver
para conocer; conocer para reconocer a su verdadero curador; reconocerlo para agradecérselo
y para seguirle.
Reconocemos en esta página evangélica un auténtico camino de iniciación cristiana, que todo
fiel debería hacer suyo y debería revivir en los momentos más decisivos de su existencia.
ORACION
Señor, me siento leproso entre leprosos. Sin embargo, tú me miras y, a pesar de toda mi
iniquidad, me inundas con la belleza de tu creación. ¡Gracias!
Señor, escucho y, entre gritos de guerra y odio, oigo tus palabras de paz, que calman todo
movimiento de violencia. ¡Gracias!
Señor, veo por doquier enfermedades e injusticias, pero tú nos muestras tus acciones, que
alivian el dolor de tantas heridas. ¡Gracias!
Señor, observo signos prepotentes de muerte y desesperación, pero tú nos ofreces con tu amor
una esperanza de vida. ¡Gracias!
Sin embargo, como los leprosos del evangelio, somos ciegos y duros de corazón. Con la ilusión
de estar curados, seguimos por nuestro camino, ingratos e incapaces de reconocer tus
llamadas, tus «pastos jugosos», tus seguridades. Pero el eco de tus palabras nos acompaña
siempre: «Sólo salva una fe que se traduzca en vida».