XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario B
Dn 12, 1-3; Sal 15; Hb 10, 11-14.18; Mc 13, 24-32
«Más por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no
dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en
los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre
nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los
cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del
cielo. De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y
brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando
veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no
pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán,
pero mis palabras no pasarán. Más de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los
ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.»
Nos acercamos al término del año litúrgico, esta semana la liturgia nos presenta el
evangelio de San Marcos, el cual nos ha acompañado durante todo el año. La
semana pasada la liturgia nos presentaba a las dos viudas, como imagen de la fe y
el amor que ha de existir entre los hermanos, al respecto nos dice el Papa
Benedicto XVI: ᆱ…(las viudas) dan testimonio de la unidad inseparable de la fe y de
la caridad, y entre el amor a Dios y el amor al prójimo--, como nos recuerda el
evangelio del domingo pasado. El papa san León Magno explica: "En la balanza de
la justicia divina no pesa la cantidad de dones, sino el peso de los corazones. La
viuda del Evangelio depositó en el arca del templo dos monedas y superó todos los
regalos de los ricos. Ningún acto de bondad carece de sentido ante Dios, ningún
acto de misericordia permanece sin fruto (Sermo de Jejunio dec. mens., 90, 3)…ᄏ
(Benedicto XVI, Ángelus 11 de noviembre de 2012).
En esta penúltima semana del año litúrgico, es característico que se nos presente
un mensaje sobre el fin de los tiempos, la segunda venida del Señor y el destino
definitivo de cada uno de nosotros. Es así que las lecturas nos preanuncian tiempos
difíciles de batallas y enfrentamientos entre el bien y el mal, grandes tribulaciones y
catástrofes cósmicas, pero no por ello debemos pensar que se nos quiere transmitir
una sensación de miedo; muy por el contrario las palabras vienen a nosotros para
hacernos anhelar la serenidad de los tiempos cuando se afirme el dominio de Jesús
sobre el mundo y la historia: “... verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes
con gran poder y majestad... para reunir a sus elegidos...”.
Es por ello que este evangelio nos resulta complejo. No se trata de descripciones
sobre los acontecimientos venideros, sino es un texto que reúne ciertos aspectos
que nosotros no tenemos muy presentes. Primero el anuncio del fin de los tiempos,
presentado con descripción de desastres y catástrofes terribles; después la venida
del Hijo del Hombre para el juicio, razón por la cual los ángeles reunirán a los
elegidos, sólo a ellos. También nos hablan de los signos o señales precursoras,
aquellas que se irán sucediendo previamente como indicadores de que el fin está
cerca, que es inminente; pero inmediatamente después se dice que “... de aquel día
y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre...”.
Al respecto nos dice San Agustín: ᆱ… Porque los ángeles han dicho a los Apóstoles:
"Vendrá del mismo modo que le habéis visto subir al cielo" ( Hch 1, 11), y es de
creer que así como se fue entre las nubes, así también vendrá entre las nubes en el
mismo cuerpo…ᄏ (San Agustín, epístolas, 80).
Es necesario poner atención que a este tiempo y a esta espera, para el cual vivimos
preparándonos, es una llamada a vivir vigilantes. Jesús, por eso no nos reveló el
tiempo de su venida, quiso ocultarnos esto para que permanezcamos en vela.
Entonces, es fundamental que dirijamos nuestra mirada al Señor de la vida y de la
muerte y a los momentos de gracia que Dios nos concede diariamente, y que
muchas veces no sabemos o no vemos porque estamos absorbidos o dormidos en
nuestras preocupaciones o proyectos, o encerrados en la soledad que produce la
vida en pecado. Tengamos por eso presente la parábola de las vírgenes prudentes y
necias y vayamos por el aceite.
El evangelio de este día nos hace presente que lo caótico de la vida del hombre no
está en lo externo sino en la medida en como el hombre se aleja de Dios, y al
alejarse todo lo que lo rodea se vuelve caótico y trágico. Es como un ladrón que
vive tranquilamente de sus robos pero cuando lo apresan todo se vuelve caótico. El
evangelio de hoy día, a través del lenguaje simbólico en que se expresa, es una
invitación a mantenernos en la vigilancia de una santa conversión. Pero el Señor
nos regale el Espíritu de las vírgenes prudentes que esperan a su Señor (aceite =
Palabra).
Muchas veces la palabra conversión la damos por supuesta, pero convertirnos a Dios no significa
solamente haber recibido el bautismo, sino que estamos llamados cada día a amar a Dios y vivir según el
estado de vida al cual Él nos ha llamado; por eso se hace muy actual la parábola que dice: ᆱ…hay una
gran diferencia entre el hombre que construye su casa sobre roca y el que construye en la arena…ᄏ.
Entonces podemos ver que la misión de la Iglesia, como la de Cristo, es la de llevar al hombre a
prepararse al encuentro con su Salvador, encuentro que se dará en un tiempo no revelado porque: “...si
el tiempo de su venida hubiera sido revelado, vano sería su advenimiento y las naciones y siglos en que
se producirá ya no lo desearían. Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué
momento. Así, todas las generaciones y todas las épocas lo esperan ardientemente.” (San Efrén,
Comentarios sobre el Diatesaron 18, 15).
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar.