XXXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Introduccion a la semana
Es habitual en el presente orden litúrgico que el último domingo de cada ciclo
adopte unos tonos y estilos comunicativos de corte apocalíptico que nos quieren
alertar de lo que sucederá en la segunda y definitiva venida del Señor: parusía y
esjaton. No es nada fácil trasladar estos mensajes bíblicos al lenguaje y al
imaginario de hoy, en cuya sensibilidad caben con notable dificultad estos
apuntes de ciencia-ficción escriturísticos; y más, cuando sin solución de
continuidad, el primer domingo del siguiente ciclo mantiene la expectativa
apocalíptica. El libro de Daniel y parte del discurso escatológico de Marcos (todo
su capítulo 13), así como un breve recado de la carta a los Hebreos será el menú
de la mesa de la Palabra de este domingo.
Una fiesta mariana cuya escena la podemos rastrear en el apócrifo
‘Protoevangelio de Santiago’, la Presentación de María, nos da una nueva
oportunidad de homenajear a María de Nazaret; fiesta que entra en el calendario
cristiano a resultas de la dedicación de la iglesia jerosolimitana de Santa María la
Nueva, en el siglo VI. Y, cantantibus organis, la mártir Cecilia nos convoca para
cantar las alabanzas del Señor con la música armoniosa de nuestro seguimiento
de Cristo. El remate de esta semana sitúa entre nosotros el martirio de nuestros
frailes predicadores en Viet Nam.
Y como no podía ser de otra manera, dado el tono apocalíptico del fin del ciclo
litúrgico, la primera lectura de esta semana está tomada íntegramente del libro
que cierra el Nuevo Testamento, el Apocalipsis, con fragmentos de dos de las
siete cartas dirigidas las iglesias (Éfeso, Sardes, en concreto) y con avances de
esperanza respecto al cielo y tierra nuevos que esperan a los fieles del Señor. La
página evangélica despliega esta semana hermosura a raudales: ¿qué quieres
que haga por ti?, pregunta Jesús al ciego sentado, excluido, al borde del camino;
el episodio de Zaqueo que abre su casa a Jesús; los talentos negociados para
incrementar el acerbo del Reino; el gesto profético de la purificación del templo
que lleva a cabo quien nos habla del nuevo templo y, para terminar, la
declaración de que nuestro Dios es de vivos y no de muertos.
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org