Encuentros con la Palabra
Domingo XXXIV Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo
Ciclo B (Juan 18, 33b-37)
Mi reino no es de este mundo
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace varios años en un pueblo de la Guajira, zona apartada y semidesértica del norte
colombiano, un compañero jesuita en formación vivió una situación que todavía me causa
escalofrío cuando la recuerdo. Resulta que había varios jesuitas trabajando en la región y en
una Semana Santa fuimos a colaborar en varios caseríos y pueblos de una de las parroquias
que estaban a cargo de los jesuitas. Cada uno de los estudiantes de filosofía fuimos
enviados a sitios distintos. Todos encontramos comunidades más o menos acogedoras y
dispuestas a celebrar los días santos con más o menos entusiasmo. Sin embargo, en uno de
los pueblos, la apatía se sentía en el ambiente y era fácil predecir que no habría mucha
asistencia a las celebraciones, sobre todo porque no iban a contar con sacerdotes sino con
seminaristas inexpertos que venían del interior del país.
En medio de este contexto, mi compañero se pasó los primeros días motivando a la
población para la participación en las fiestas de la Semana Mayor. Aparentemente iría poca
gente, pero él estaba seguro que algunos asistirían. Lo cierto fue que el Viernes santo, a las
diez de la mañana, cuando se supone que comenzaba el Via Crucis , no llegó nadie. El día
anterior había encargados para cada una de las catorce estaciones y los niños habían
prometido que asistirían. Diez y media, y no llegaba nadie. Ni siquiera el sacristán apareció
por ninguna parte... Ya desesperado, mi compañero decidió salir él solo, cargando con la
cruz que habían preparado para que fuera llevada por grupos de una estación a otra. A las
once y media de la mañana, cuando ya estaba saliendo con el alba puesta y la cruz a
cuestas, llegó el sacristán completamente borracho, dispuesto a acompañar al padrecito en
la procesión por todo el pueblo. En medio de un silencio canicular, como el sol que caía
sobre las calles polvorientas de este pueblo perdido de nuestra geografía, mi compañero fue
recorriendo todas y cada una de las estaciones del Via Crucis , escoltado por un borracho
que apenas se sostenía en su vaivén embriagado...
Cuenta mi compañero que cuando pasaba por el frente de las tiendas o de las casas de
familia donde estaban los pobladores esperando que fuera la hora del almuerzo, todos se
quedaban mirándolo completamente absortos por el espectáculo tan ridículo que estaban
presenciando. Creo que si García Márquez se enterara de esta historia, podría escribir una
novela más de su colección de realismo mágico que no es superado sino por la realidad
cotidiana de estos queridos pueblos de nuestra tierra.
Imagino a Jesús, fatigado y demacrado, después de una noche de torturas e interrogatorios,
delante del Gobernador romano en todo su esplendor, discutiendo si él era el Rey de los
judíos y si venía en nombre propio o en nombre de Dios a decir la verdad. Jesús tiene que
dejarle claro a Pilato: “– Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, tendría gente a mi servicio
que pelearía para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”.
Jesús sabe que es rey, pero su reinado consiste en decir la verdad: “Y todos los que
pertenecen a la verdad, me escuchan”. Al celebrar esta Solemnidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Rey del Universo, nos comprometemos con la verdad que él representa, aunque
hagamos el ridículo, como mi compañero en aquel pueblo perdido de la Guajira colombiana.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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