¿Eres el Rey de Los Judíos?
Juan 18, 33-37
Domingo de Jesucristo Rey del Universo
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
CRISTO ES UN REY CRUCIFICADO
La liturgia de hoy nos invita a reavivar en nosotros el deseo de que Cristo reine
verdaderamente en nuestra vida. Para que esto tenga lugar, es menester renovar
nuestra adhesión a él, que nos amó primero y libró por nosotros la gran batalla
hasta dejarse herir de muerte para destruir en su cuerpo clavado en la cruz nuestro
pecado. Cristo venció así. Su triunfo es el triunfo del amor sobre el odio, sobre el
mal, sobre la ingratitud. Su victoria es, en apariencia, una derrota: el modo de
vencer del amor es, en efecto, dejarse vencer.
Cristo es un rey crucificado; sin embargo, su poder está precisamente en la entrega
de sí mismo hasta el extremo: es un rey coronado de espinas, colgado en la cruz, y
sigue como tal para siempre, incluso ahora que está en la presencia del Padre, a
donde ha vuelto después de la resurrección. Se trata de una realeza difícil de
comprender desde el punto de vista humano, a no ser que emprendamos el camino
del amor humilde, de la vida que se hace servicio y entrega. Si emprendemos ese
camino, el mismo Espíritu nos hará capaces de configurarnos con el humilde rey de
la gloria, de quien todo cristiano está llamado a ser discípulo enamorado.
Esto traerá consigo, necesariamente, una sombra de muerte, de muerte a todo un
mundo de egoísmos, de pasiones, de vanos deseos y de arrogancias indebidas: una
muerte que, sin embargo, se traduce en libertad para nosotros mismos y en
crecimiento para los otros, en vida verdadera y en plenitud de alegría. Nuestro
camino en la historia prosigue con sus cansancios, pero nuestro corazón puede
saborear de manera anticipada la dulzura de este Reino de luz infinita en el que
sólo se entra por la puerta estrecha de la cruz.
ORACION
Señor Jesús, tú te escondiste a los ojos de todos para orar al Padre en secreto,
cuando la muchedumbre, maravillada y admirada por los milagros que realizabas,
te buscaba para proclamarte rey. Sólo en la hora de la pasión, cuando todos te
habían abandonado y ser proclamado rey ya no era motivo de jactancia, sino que
se había vuelto para ti causa de condena, sólo entonces declaraste tu señorío
universal. Obrando de este modo nos enseñaste con tu misma muerte que reinar es
servir amando hasta la entrega total de nosotros mismos.
Concédenos también reconocer tu realeza no de palabra, sino dejando crecer y
dilatarse en nosotros tu Reino, para que seamos, en la historia, irradiación de tu
presencia de paz y motivo de consuelo y esperanza para todos nuestros hermanos.