DOMINGO 1º ADV. (C)
Lecturas: Jer 33,14-16; S. 24; 1Tes 3,12-4,2; Lc
21,25-28
Homilía por el P.José R. Martínez Galdeano, S.J.
Se nos van a manifestar la bondad
y el amor de Dios
Las fiestas en la Iglesia son más que un mero
recordar el pasado. Vuelven a repetirse aquellas gracias
en todo su cuerpo y en cada uno de sus miembros. En la
próxima Navidad Jesús vuelve, renace en su pueblo, que
es la Iglesia, y en cada uno de nosotros. La liturgia nos
prepara para ello.
La primera lectura de hoy es una profecía que
Jeremías pronuncia en las más trágicas circunstancias
propias y de su pueblo. Jerusalén está cercada por las
tropas del rey Nabucodonosor. Buena parte de la ciudad
está ya destruida. Es un castigo por no haber escuchado
la profecía del profeta que llamó a la conversión y a
rendirse ante los invasores, que no eran sino un castigo
de Dios. Jeremías está encarcelado por el rey judío
Sedecías para evitar así su muerte a manos de su propio
pueblo por traidor. Es en tales momentos cuando
Jeremías recibe esta palabra profética, con la que Dios
renueva su protección y la salvación futura del pueblo
judío con el descendiente de David, que a éste había
prometido por el profeta Natán (2S 7,12-16).
Jerusalén e Israel son símbolo de la Iglesia futura.
El sucesor de David será Cristo. En Él se cumplirá la
profecía hecha a Natán. Él hará justicia y derecho en la
tierra. Se trata de la justicia salvífica de Dios, la
salvaci￳n del pecado, de las rebeldías con Dios. Y “en
aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén –es decir en
la Iglesia– vivirán tranquilos, y la llamarán así: Señor,
nuestra justicia”– nuestra salvación.
Al elegir esta lectura litúrgica, la Iglesia nos indica
que nosotros nos hallamos en situación parecida. Pero,
por difícil que sea, Dios no abandona a la Iglesia. “Yo
estoy con vosotros hasta el final de los tiempos”. “En
aquellos días”, en estos días, que estamos viviendo, en
esta Navidad, se vuelve a cumplir la promesa y Dios
derramará su gracia abundante y salvadora sobre
nosotros con toda seguridad y en este Año de la fe.
Por eso levantamos el alma, como hemos orado
en el salmo de respuesta; levantemos hacia Dios el
alma, que Él nos enseña el camino por muy pecadores
que seamos, y nos hará caminar a los humildes; que lo
encontramos en el camino de la misericordia y de la
lealtad a su promesa de no abandonarnos jamás.
Preciosa la oración del salmo 24, que podemos repetir
una y otra vez (es una forma de oración muy fácil).
Las dos cartas a los tesalonicenses son las más
antiguas entre las que tenemos de San Pablo. Cercana a
Filipos, Tesalónica fue evangelizada por Pablo en su
segundo viaje. Pablo les escribe desde Corinto. Timoteo
le ha traído buenas noticias de su caminar cristiano. Pero
la vida cristiana es esencialmente progreso. Pablo les
estimula a crecer aun más en el amor entre ellos y hacia
todo el mundo, para que, cuando se presente Cristo
(ellos y Pablo en ese momento creen que la llegada de
Cristo y fin del mundo están cercanos) “se presenten
santos e irreprensibles ante Dios”. Así hay que proceder
y seguir adelante progresando; no es nuevo; que
recuerden la instrucci￳n que les dio “en nombre del
Se￱or Jesús”.
Recordando la primera venida de Jesús, la Iglesia
sabe que, al acogerla con fe, Jesús quiere volver a
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renacer en nuestros corazones por su gracia. Para toda
la Iglesia y para cada uno viene el Señor con una gracia
muy especial en este Año de la fe. Agrandemos nuestra
capacidad de recibir a Cristo. Esto se hace con el esmero
en la caridad y en toda virtud. Insistamos con confianza
en el esfuerzo y en pedir la gracia necesaria.
El evangelio de hoy es una perícopa, un fragmento
tomado del discurso profético de Jesús sobre la
destrucción del templo de Jerusalén y el final del mundo,
del que aquella sería un símbolo. Jesús insiste en ambos
casos a sus discípulos en que sean vigilantes. Los
exegetas coinciden en que los versículos leídos hoy se
refieren al fin del mundo. El texto distingue a los
discípulos de los hombres en general; se supone que
serán los que no han creído. “Quedarán sin aliento por el
miedo” y “verán al hijo del Hombre venir en una nube
con gran poder y gloria”.
En cambio a los discípulos, a los que hayan creído,
anima el Se￱or a que “alcen la cabeza, porque se acerca
su liberaci￳n”. No es una mala noticia para ellos; al
contrario es buena, pues su liberación está a la puerta.
Pero les advierte de que “tengan cuidado; que no se les
embote la mente con los vicios y la preocupación por el
dinero y no tengan tiempo para arrepentirse”. “Estén
siempre despiertos, pidiendo fuerza y mantenerse en pie
ante el Hijo del Hombre”.
Aunque de forma distinta cada Navidad repite la
venida de Cristo con su gracia a toda la Iglesia y a cada
uno de nosotros. Vuelve a suceder lo que le recuerda
San Pablo a su discípulo Tito: “También nosotros fuimos
insensatos, desobedientes, descarriados, esclavos de
toda suerte de pasiones y placeres, viviendo en malicia y
envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros.
Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro
Salvador y su amor a los hombres, Él nos salvó por su
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misericordia por medio de Jesucristo para que por su
gracia fuésemos constituidos herederos de vida eterna.
Es cierta esta afirmación y quiero que en esto te
mantengas firme, para que los que creen en Dios traten
de sobresalir en la práctica de las buenas obras” (Ti 3,3-
8).
La Iglesia confía, y más en este Año de la Fe, que
para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia esta
Navidad y este Año sean una catarata de gracia. No la
defraudemos. Confiar es fundamental. “Todo es posible
al que cree”.
Que la Virgen María nos acompañe ya desde ahora
y nos ayude.
Más información:
http://formaqcionpastoralparalaicos.blogspot.com
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