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I Domingo de Adviento, Ciclo C
(Lc 21,25-28. 34-36)
Adviento, tiempo de esperanza
Hoy, primer domingo de Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico, un
nuevo camino de fe que, por una parte, conmemora el acontecimiento de
Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Precisamente de esta doble
perspectiva vive el tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera venida del Hijo
de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su vuelta gloriosa, cuando vendrá
a “juzgar a vivos y muertos”, como decimos en el Credo.
Podríamos decir que el Adviento es el tiempo en el que los cristianos deben
despertar en su corazón la esperanza de renovar el mundo, con la ayuda de Dios. A
este propósito, quisiera recordar también hoy la constitución Gaudium et spes del
concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual: es un texto profundamente
impregnado de esperanza cristiana. Me refiero, en particular, al número 39, titulado
“Tierra nueva y cielo nuevo”. En él se lee: “La revelación nos enseña que Dios ha
preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia (cf. 2
Co 5, 2; 2 P 3, 13). (…) No obstante, la espera de una tierra nueva no debe
debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra”. En efecto,
recogeremos los frutos de nuestro trabajo cuando Cristo entregue al Padre su reino
eterno y universal.
La Iglesia se prepara para la Navidad de un modo totalmente particular. Nos
recuerda el mismo acontecimiento que ha presentado recientemente al final del año
litúrgico. Esto es, nos recuerda el día de la venida última de Cristo. Viviremos de
manera justa la Navidad, es decir, la primera venida del Salvador, cuando seamos
conscientes de su última venida “con poder y majestad grandes” (Lc 21, 27), como
declara el Evangelio de hoy. En este pasaje hay una frase sobre la que quiero
llamar vuestra atenci￳n: “Los hombres exhalarán sus almas por el terror y el ansia
de lo que viene sobre la tierra” (Lc 21, 26).
El tiempo del fin del mundo nadie lo conoce, “sino s￳lo el Padre” (Mc 13, 32);
y por esto de ese miedo que se transmite a los hombres de nuestro tiempo, no
deduzcamos consecuencia alguna por cuanto se refiere al futuro del mundo. En
cambio, está bien detenerse en esta frase del Evangelio de hoy. Para vivir bien el
recuerdo del nacimiento de Cristo, es necesario tener muy clara en la mente la
verdad sobre la venida última de Cristo; sobre ese adviento último. Y cuando el
Se￱or Jesús dice: “Estén atentos… de repente vendrá aquel día sobre ustedes como
un lazo” (Lc 21, 34), entonces justamente nos damos cuenta de que El habla aquí
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no sólo del último día de todo el mundo humano, sino también del último día de
cada hombre. Ese día que cierra el tiempo de nuestra vida sobre la tierra y abre
ante nosotros la dimensión de la eternidad, es también el Adviento. En ese día
vendrá el Señor a nosotros, como redentor y juez.
Así, pues, como vemos, es múltiple el significado del Adviento, que, como
tiempo litúrgico, comienza con este domingo. Pero parece que sobre todo el
primero de los cuatro domingos de este período quiere hablarnos con la verdad del
‘pasar’, a que están sometidos el mundo y el hombre en el mundo. Nuestra vida en
el mundo es un pasar, que inevitablemente conduce al término. Sin embargo, la
Iglesia quiere decirnos —y lo hace con toda perseverancia—que este pasar y ese
término son al mismo tiempo adviento: no sólo pasamos, sino que al mismo tiempo
nos preparamos. Nos preparamos al encuentro con El.
La verdad fundamental sobre el Adviento es, al mismo tiempo, seria y gozosa.
Es seria: vuelve a sonar en ella el mismo ‘velen’ que hemos escuchado en la liturgia
de los últimos domingos del año litúrgico. Y es, al mismo tiempo, gozosa:
efectivamente, el hombre no vive “en el vacío” (la finalidad de la vida del hombre
no es “el vacío”). La vida del hombre no es s￳lo un acercarse al término, que junto
con la muerte del cuerpo significaría el aniquilamiento de todo el ser humano. El
Adviento lleva en sí la certeza de la indestructibilidad de este ser. Si repite: “Velen
y oren…” (Lc 21, 36), lo hace para que podamos estar preparados a “comparecer
ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 36).
Y por eso la ardiente llamada de San Pablo en la segunda lectura de hoy: la
llamada a potenciar el amor, a hacer firmes e irreprensibles nuestros corazones en
la santidad; la invitación a toda nuestra manera de comportarnos (en lenguaje de
hoy se podría decir “a todo el estilo de vida”), a la observancia de los
mandamientos de Cristo. El Apóstol enseña: si debemos agradar a Dios, no
podemos permanecer en el estancamiento, debemos ir adelante, esto es, “para
adelantar cada vez más” (1 Tes 4, 1).
María santísima, Virgen del Adviento, nos obtenga vivir este tiempo de gracia
siendo vigilantes y laboriosos, en espera del Señor.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)