“se verá al Hijo del Hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria”
Lucas 21, 25-28. 34-36
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
UNA INVITACIÓN A ESPERAR LA VENIDA DEL SEÑOR CON CARIDAD Y
JUSTICIA
Sin duda, tenemos momentos en que nos centramos en los graves problemas que
nos afectan directamente, o a nuestra familia o comunidad. La comunidad creyente
con frecuencia precisa echar mano de los consejos más ordinarios, como los que da
Pablo a los tesalonicenses. Todos necesitamos fortalecer nuestra fidelidad cotidiana
al estilo que nos marca el evangelio, conscientes de que, aunque no tengamos
problemas graves, no debemos vivir con una fe encogida ni debemos dar por
supuesta la caridad.
Las lecturas bíblicas son una invitación a esperar la venida del Señor con caridad y
justicia. El amor del que habla Pablo es un amor "desbordante": «os haga crecer y
rebosar». Si ponemos límites o diques a nuestro amor, no es amor; nuestra caridad
cristiana debe encontrar su mejor imagen en la de un río cuyas aguas no se pueden
contener.
Además se trata de un amor "recíproco", visible dentro de la Iglesia, y un amor "a
todos", expresando así también amor hacia el exterior. No olvidemos que esta
llamada a la caridad se da para una Iglesia donde las relaciones con la ciudad no son
fáciles. Nuestra caridad con los más próximos y con los lejanos tiene una misma
procedencia y una puede ser, hoy para nosotros, la medida de la autenticidad de la
otra.
Además es un amor que se debe manifestar más si se desempeña un ministerio en la
comunidad; Pablo ha dado ejemplo: «Lo mismo que nosotros os amamos».
Finalmente, aparece la caridad que nos lleva a una fe sólida y a la santidad, una
solidez que resiste hasta la venida de Cristo: «Para que cuando Jesús nuestro Señor
se manifieste, os encuentre interiormente fuertes e irreprochables » (l Tes 3,13).
Reconocemos y confesamos que Jesús es el Señor, sabiendo que su señorío se
extiende ya ahora en el mundo donde nos encontramos viviendo su amor.
ORACION
“A ti, Señor, levanto mi alma”: al comienzo del adviento renace en mí la esperanza de
volver a caminar por tus sendas que con frecuencia he abandonado. Tu invitación a
levantar la cabeza para ver la cercana liberación es lo que mueve mi esperanza. Por
eso, a ti levanto mi alma. La promesa de tu venida sostenga de nuevo mi compromiso
por obrar el bien.
“Señor, enséñame tus caminos”: al pedirte que endereces mi camino, comprendo que
no puedo nada si tú mismo no me enseñas tus caminos. No sólo eso, tú mismo eres
el Camino, tú eres el “germen de justicia” capaz de hacer justos nuestros caminos, tú
eres el único por el que pueda decidir de nuevo gastar mis días en la caridad.
“Enseñas el camino justo a los pecadores”: Quiero ser sincero, Señor. Ante tu
promesa siento todavía más fuerte el tirón de mis distracciones y los afanes que
embotan el corazón, observo la capa opresora de males que afligen al mundo en el
que vivo y que nos llevan con frecuencia a contentarnos con una vida ordinaria, sin
relieve.
Ábrenos a la esperanza, para que no dejemos de pensar noblemente y para que, en
definitiva, podamos agradarte.