I Semana de Adviento
Introducción a la semana
En el Adviento confluyen desde antiguo dos perspectivas complementarias: la
venida histórica de Jesucristo, para cuya conmemoración nos preparamos
mirando a la Navidad; y su venida final –escatológica–, horizonte último de
nuestra esperanza. Las primeras semanas evocan preferentemente esta venida
definitiva de Cristo. El profeta Isaías, avivando en el pueblo la espera del Rey
Mesías prometido por Dios, nos anticipa algunos rasgos de ese tiempo de
plenitud tan añorado (“al final de los días”, “en aquel día”, expresiones suyas
que apuntan a esa meta feliz): resplandecerá la casa del Señor, habrá justicia y
paz para todos, Dios nos prepara un sustancioso festín, ya no habrá que llorar ni
que morir, todos serán dichosos. De ahí la exhortación de los salmos de esta
semana a confiar plenamente en el Señor, a exultar de alegría por la salvación
que se acerca y que piden insistentemente las oraciones de la misa de cada día.
Por su parte, el evangelista Mateo nos narra diversas curaciones realizadas por
Jesús, que son garantía y preludio de la liberación definitiva.
Celebraremos esta semana la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María
(la Purísima), dogma definido por la Iglesia en 1854. Esta fiesta nos recuerda
que María fue la primera redimida por la muerte de su Hijo, pero también que
ese es el destino que Dios proyectó para nosotros y del que ella es prototipo: ser
“santos e irreprochables ante él por el amor” (Ef 1, 4).
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega
(Burgos)
Con permiso de dominicos.org