I DOMINGO ADVIENTO C
+ Mons. D. Ciriaco Benavente
Mateos
Hoy, primer domingo de Adviento, comienza un nuevo año litúrgico. En los templos
se enciende la primera vela de la verde corona de este tiempo de espera y de
esperanza.
Está a la puerta y llama
Ya hace semanas que, sin esperar siquiera a que comience el Adviento, en los
comercios se anuncian los productos navideños. Es como una señal de la
impaciencia que reina en nuestra época, en que, incapaces de esperar, queremos
tenerlo todo y tenerlo inmediatamente. Terminamos por no saber lo que es la
alegría de esperar en algo o a alguien.
El Adviento es tiempo de “espera”. Nos prepara para una “venida”, que no es la
Papá Noel, sino la de Jesús, nacido en un establo en la santa y dulce noche de
Navidad, llamada luego por los cristianos la Noche-buena.
Pero no se trata sólo de revivir el nacimiento de Jesús, escenificado en los humildes
pesebres de nuestros “belenes”. Es también el tiempo que nos sitúa en la
perspectiva del día en que Jesús vendrá en gloria y majestad, como juez de vivos y
muertos. Antes, se nos dice, habrá signos terroríficos: guerras hambre,
persecuciones catástrofes en la tierra y en el cielo. Mucho de eso hemos conocido
en el siglo pasado y seguimos conociendo en la actualidad.
Habrá signos en el cielo, la luna y las estrellas …”. Otra vez nos encontramos con
el lenguaje apocalíptico, un género literario aparecido en Israel dos siglos antes de
la venida de Jesús, para prolongarse durante un siglo después, tomando el relevo al
profetismo. Las esperanzas de los profetas no se habían cumplido; el pueblo de
Israel, en vez de lograr la independencia, había sido sometido por sucesivos
imperios paganos hasta dar la impresión de que a Dios se le había escapado el
control de la historia. Ello constituía un escándalo y una dura prueba para la fe de
muchos israelitas.
La corriente apocalíptica buscaba, ante todo, hacer que renaciera la esperanza.
Vuelve, por eso, a gritar con todas las fuerzas el mensaje de los profetas: que Dios
es el señor de la historia, que él tendrá la última palabra .Y ese triunfo de Dios
sobre el mal, como nadie sabía cómo se realizaría, se describe con un lenguaje
cósmico, que en tiempos de Jesús se había convertido en el lenguaje tradicional. Se
conmueven los tres grandes espacios: el cielo, la tierra, el mar. El caos se abate
sobre el universo a la espera de un mundo nuevo, algo así como una nueva
creación. No se puede olvidar - lo de los horóscopos no es nuevo- que la mayor
parte de los pueblos de Oriente adoraban a los astros como si el destino de los
hombres dependiera de los mismos. En este contexto Israel vive con el
convencimiento de que aquéllos se desvanecerán, que no hay otro dios que el Dios
de Israel.
Lucas insiste en las reacciones de los hombres ante tales signos, porque se trata
más de un drama humano que de un trastorno material. Son reacciones
conservadoras, que se resisten al cambio, lo temen. Siempre han abundado las
ideologías que explotan este temor natural de la humanidad. Pero en toda la Biblia
se nos repite que el acontecimiento es epifanía de Dios.
Jesús no es un profeta de calamidades. En vez de explotar el temor, lo desactiva.
No es el fin de todo, sino el comienzo de un mundo nuevo. En contraste con la
caducidad de los elementos, aparece la visión del Hijo del hombre en gloria y poder.
Jesús utiliza el apocalipsis de Daniel (el Hijo del Hombre que viene sobre las
nubes). No aparece como un ser celeste, sino como alguien que comparte la
condición humana.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra
liberación” . Cuando vemos nuestra vida sacudida en sus cimientos, cuando todo
vacila, cuando embarrancan nuestras relaciones humanas y tenemos la sensación
de que todo se hundiera entorno a nosotros, entonces puede surgir algo nuevo. Lo
que a ojos humanos puede sonar a destrucción (la muerte de Jesús en la cruz, la
destrucción de Jerusalén el fin de todo hombre en su muerte, el paso de todo lo
perecedero) es para Jesús y para los creyentes de todos los tiempos la hora de la
salvación.
El texto se cierra poniendo en boca de Jesús un consejo de vigilancia para no
dejarnos sorprender por su venida. La excesiva preocupación por lo temporal y
material puede dar lugar a que las cosas nos posean, nos vuelvan pesados, nos
encadenen. La ignorancia del día de la venida no debe instalarnos en una indolente
pasividad. En realidad, él está viniendo cada día, en cada Navidad, es el amigo que
puede colmar la vida de luz, de sentido. Está a la puerta y llama. Pero estamos
tantas veces adormecidos… La oraci￳n, en esta perspectiva, lejos de ser una huida,
es el centinela que nos despierta del sue￱o para ver c￳mo llega la aurora. “ Velad y
orad” podía ser la consigna del Adviento.