SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C
Lc. 3, 1- 6
En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato
procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano,
tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el
pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando
un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito
en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será
rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las
asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios.
CUENTO: PREPARARNOS PARA EL ENCUENTRO CON DIOS
El ermitaño en la oración oyó claramente la voz de Dios. Le invitaba a
acudir a un encuentro especial con Él. La cita era para el atardecer del día
siguiente, en la cima de una montaña lejana. Temprano se puso en camino,
se encontró a varios campesinos ocupados en intentar controlar y apagar un
incendio declarado en el bosque cercano, que amenazaba las cosechas y
hasta las propias casas de los habitantes. Reclamaron su ayuda porque
todos los brazos eran pocos. Sintió la angustia de la situación y el no poder
detenerse a ayudarles. No debía llegar tarde a la cita y, menos aún, faltar a
ella. Así que con una oración que el Señor les socorriera, apresuró el paso
ya que había que dar un rodeo a causa del fuego. Tras ardua ascensión,
llegó a la cima de la montaña, jadeante por la fatiga y la emoción. El sol
comenzaba su ocaso ; llegaba puntual por lo que dio gracias al cielo en su
corazón. Anhelante esperó, mirando en todas las direcciones. El Señor no
aparecía por ninguna parte. Por fin descubrió, visible sobre una roca, algo
escrito: “Dispénsame, estoy ocupado ayudando a los que sofocan el
incendio”. Entonces comprendió dónde debía encontrarse con Dios.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
En nuestro caminar por el Adviento, surge hoy ante nosotros la figura y la
personalidad de un hombre excepcional, que le tocó llevar a cabo una
misión extraordinaria: la de preparar y allanar la llegada de Jesucristo. Esta
figura no es otra que Juan el Bautista. Nos impresiona su vida, su
austeridad, su entusiasmo en proclamar la Palabra de Dios y en llamar a la
conversión en una sociedad que se había alejado de Dios y de su Alianza.
Una voz en el desierto clama y proclama que el camino que lleva a Dios
pasa por un cambio radical de vida, de actitudes, de comportamientos. Un
hombre de cuerpo entero, un hombre inquebrantable en sus ideales y en
sus utopías. Un profeta de la santidad y de la esperanza.
Un testigo auténtico de la llegada del Reino de Dios. Un modelo de cómo
prepararnos bien a la Navidad y cómo vivir este Adviento como tiempo de
conversión. Una figura referencial de cómo vivir la fe en esta sociedad
nuestra materialista que ya no hace caso a los profetas que dicen verdades,
sino a los iconos mediáticos que venden mentiras, imagen y falsedades.
¿Cómo ser testigo de Cristo en este mundo nuestro, que se asemeja al
desierto de Juan el Bautista, un mundo sordo, no sólo a la presencia de
Dios, sino también al clamor de los pobres y necesitados y excluidos de
nuestra sociedad?. ¿Cómo hablar de Cristo sin que suene a pasado, a cosa
sabida, a rancio lenguaje?¿Cómo compaginar anuncio, cercanía, alegría,
amor, acogida, comprensión, con denuncia, profetismo, incomodidad,
verdad, exigencia?. No es fácil anunciar y denunciar. No podemos
quedarnos en un anuncia fácil, al modelo de los anuncios de TV, mostrando
un cristianismo acomodaticio, sincrético, para todos. Tampoco es bueno ni
evangélico presentar la fe como algo duro, doloroso, frío, exigente y poco
humano. En compaginar las dos cosas está la clave de un testimonio
coherente, alegre y humano en nuestro mundo actual. La voz tronante de
Juan Bautista y la ternura compasiva y acogedora de Isaías y la Virgen
María. Más que nunca se necesitan voces que griten en el desierto por los
que no tienen voz. Voces que clamen justicia, solidaridad, igualdad,
tolerancia, acogida, perdón, esperanza. En este mundo frío, voces que
traigan calor humano del corazón a tanta soledad y vacío. Voces que no se
cansen de gritar y tampoco de susurrar dulcemente al oído palabras de
consuelo y de ánimo. Voces que se unan al enorme coro humano de voces
que piden la condonación de la deuda externa, la supresión de tantas vallas
y barreras a inmigrantes, la abolición de la pena de muerte, el fin de las
guerras, la ayuda urgente a los países pobres, el respeto a la vida humana
en cualquiera de sus estadios, la defensa de los derechos humanos y del
medio ambiente. No, no está pasado de moda Juan el Bautista, aunque su
voz parezca perderse entre tanto ruido y tantas luces, entre tanto barullo y
megafonía de los mercaderes del consumo que reclaman nuestra atención.
Siempre habrá personas que afinen los oídos y escuchen este mensaje
revolucionario del amor encarnado de la Navidad. Eso será preparar bien el
camino del Señor y allanar los senderos. Sigamos gritando, pero con
nuestra propia vida y ejemplo, que el Señor viene, que está cerca, que nos
ama, que quiere un mundo de hermanos. Y si no nos oye nadie, como dice
el cuento de hoy, al menos que no nos cambien a nosotros y no nos hagan
desistir de nuestros ideales. Pongámonos en camino, como el hombre del
cuento, bien atentos a la presencia de Dios, sin despistarnos, no nos vaya a
pasar como a él le pasó, que al final no se encontró con el Señor, por no
buscarlo donde realmente se encontraba. ¡FELIZ SEMANA Y QUE TODOS
LOS CAMINOS DE NUESTRA VIDA SEAN CAMINOS DE AMOR Y DE
ESPERANZA POR DONDE PUEDA LLEGAR EL SEÑOR!.