Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La Virginidad de María
A raíz del tercer libro del Papa Benedicto XVI sobre la persona de Jesucristo, algunos
atrevidos se han aventurado a hacer afirmaciones sacando de contexto las palabras del
Papa. La primera que dio la vuelta al mundo fue una referencia sobre la mula y el buey en
el portal de Belén. Provoca hilaridad que le hayan dado tanta importancia al buey en un
libro que sin duda rebosa teología y espiritualidad. Anón nos diría al respecto: “ ex auricula
asinum” (Por las orejas se reconoce al asno) La segunda tiene que ver precisamente con la
virginidad de María, pues ya comenzaron a saltar los que niegan la concepción virginal de
María, madre de Dios y su permanente virginidad corporal. Tres o cuatro referencias nos
pueden ilustrar acerca de la pureza espiritual y física de María.
En la larga genealogía del Evangelio de San Mateo se dice siempre: Fulano engendró a
Zutano. Y al llegar a José, no dice que engendró a Jesús, como en los casos anteriores, sino
que dice: “Jacob engendró a José, esposo de María, de la que nació Jesús”, dando a
entender que José no engendró a Jesús, sino que su concepción fue virginal.
Las mismas dudas de José confirman la concepción virginal de María, pues cuando él vio
las señales externas del embarazo de su mujer, sabiendo que aquello no era suyo, pues él no
había hecho nada para dejarla embarazada, le entraron tremendas dudas ante lo que sus ojos
le evidenciaban y de la virtud que él conocía de María. Al no poder armonizar las dos
cosas, estaba en una duda angustiosa hasta que el ángel le tranquilizó afirmándole que lo de
su mujer era obra del Espíritu Santo.
La Virgen María tuvo un solo hijo, que fue Jesucristo. Cuando el Evangelio habla de los
hermanos de Jesús, se refiere a los primos hermanos y parientes, que, entre los judíos,
también se llamaban hermanos. En hebreo no había palabra para decir primo. La palabra
hermano abarcaba varios grados de parentesco.
Si la Virgen María hubiera tenido otros hijos, Jesús en la cruz no se la hubiera encargado a
Juan, sino a ellos.
En resumen: Pertenece al tesoro de nuestra fe el que María Santísima fue concebida libre
del pecado original y que permaneció siempre virgen. La Iglesia, como buena madre y
maestra, nos lo enseñó como verdad dogmática en la bula Ineffabilis Deus , del 8 de
diciembre de 1854. Y sobre la virginidad perpetua de María tenemos la declaración del
Concilio de Letrán (649) y el Catecismo de la Iglesia Católica que afirma en el número 499:
“La liturgia de la Iglesia celebra a María como la “siempre-virgen”.
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