2º DOMINGO DE ADVIENTO C
“Dios mismo devolverá a Israel y lo llenará de alegría" (Bar. 5,1)
Israel vive en el destierro, desolado, dolido por la ausencia de sus hijos. En la primera lectura
de hoy el Profeta Baruc invita a Israel a la alegría porque se acerca el día de la salvación y el
Pueblo volverá a su tierra conducido por Dios mismo. Jerusalén representa a la Iglesia y sufre
por tantos hijos suyos dispersos y alejados. El adviento es un tiempo propicio para renovar la
esperanza, para confiar en su salvador que en cada navidad renueva místicamente su venida y
conduce a la Iglesia, su Pueblo, a la salvación. El pecado aleja a los hombres de Dios y de la
Iglesia. El camino del retorno es preparado por Dios mismo con la Encarnación de su
Unigénito. Y todo el nuevo Pueblo de Dios le sale a su encuentro.
El desierto era para los judíos el camino material que debían recorrer para encontrarse con la
tierra de la Salvación. Cuando Juan el Bautista predica (Lc. 3,4) nos muestra otro camino, ya
no una senda material sino un camino espiritual que comienza en el corazón, disponiéndolo
para recibir al Mesías, que ya está entre su pueblo. El profeta enseña que hay que disponer el
corazón, convertirse de los pecados, enderezar las torceduras del corazón y de la mente,
abandonar el egoísmo y la mentira, derribar el orgullo, destruir toda aspereza en relación con el
prójimo. Esto es, hacer que la propia vida sea un camino que nos lleve a Dios.
Este es un programa que en cada Adviento nos reclama el Espíritu de Jesús, mientras
esperamos su nacimiento o su venida gloriosa. Cada año que pasa, hemos aprendido de la
Palabra y de los Sacramentos que el sentido de esta preparación profunda y serena nos lleva a
la espera “para que todos los hombres vean la salvaci￳n de Dios” (Ib. 6). El Adviento nos invita,
pues, a una conversión personal y social. Y esto significa que debemos tener presente no sólo
nuestra intimidad, sino también nuestra relación con el prójimo: trabajar por el bien de los
hermanos y por el bien de la comunidad en la que estamos insertos.
San Pablo se congratula con los Filipenses (Cfr. 1,10-11) porque han contribuido
generosamente a la difusión del Evangelio y a la vivencia de la caridad construyendo así la
comunidad de creyentes, y pide que la caridad los haga puros e irreprensibles para el día de
Cristo y llenos de frutos de justicia. La mirada escatológica del Apóstol no deja de lado la
transformación de la historia presente en Cristo. Debemos ser hoy más apostólicos, caritativos
y llenos de fe. Sin embargo, es necesario recordar que la salvación es obra más de Dios en
nuestros corazones, que del hombre. Somos seres reconstruidos por la gracia y la presencia
real del Señor en nuestros corazones. El vive en nosotros como en un templo y va desde
adentro mismo llamándonos al amor y a la verdad. Nosotros somos siempre libres de decir que
“no” a la iniciativa de Dios que nos incita a la búsqueda de su amor y comuni￳n con los
hermanos.
Solamente con la ayuda de la gracia puede el hombre aparecer “lleno de frutos de justicia”, en
el último día y en los tiempos presentes, con la ayuda de la gracia y nuestra preciosa
colaboración que el Señor tanto nos solicita. No nos olvidemos de las palabras del Apocalipsis
3,20: “Yo estoy a la puerta y llamo, si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y
cenaré con él y él conmigo”. El Misal Romano nos ense￱a a implorar: “despierta Señor
nuestros corazones y muévelos a preparar los caminos de tu Hijo para que cuando venga
podamos servirte con un coraz￳n puro”.
Que María, la Madre del Salvador, nos ayude -por nuestra oración mariana- a identificarnos en
el Adviento con la verdadera espera del Señor.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú