DOMINGO 2º ADVIENTO (C)
Lecturas: Ba 5,1-9; S. 125; Flp 1,4-6.8-11; Lc 3,1-
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Homilía por el Pajos R. Martínez Galdeano, S.J.
Navidad para el Año de la fe
Este año el texto evangélico de la misa será el de
San Lucas. Es un personaje extraordinariamente
interesante. No era judío ni conoció personalmente a
Jesucristo. Nació en Antioquía, ciudad entonces
importante del imperio romano. De padres paganos,
debió convertirse al cristianismo en su patria. Porque
en Antioquía se formó pronto una comunidad cristiana
vigorosa y fue allí donde los cristianos comenzaron a
ser llamados así: “cristianos”. Escribi￳ su evangelio y
también “Los hechos de los Ap￳stoles”, que es
continuación del Evangelio. Ambos escritos muestran a
su autor como muy culto y muy buen escritor. Su
lengua natural era el griego y son con ventaja sus
escritos los mejores del Nuevo Testamento. Las cartas
de San Pablo nos dan datos interesantes de sus
conocimientos en medicina y en jurisprudencia. Tanto
el Evangelio como Los Hechos de los Apóstoles están
dedicados a un cristiano amigo suyo llamado Teófilo,
que también parece que era de clase social y cultura
elevada. Lucas acompañó a Pablo al menos en su
segundo viaje apostólico y en el último viaje a Roma,
en donde permaneció mucho tiempo acompañando a
Pablo encarcelado. Una teoría bien fundamentada
afirma que Lucas fungió de abogado defensor en el
juicio de San Pablo y que Los Hechos de los apóstoles
es la defensa jurídica de San Pablo ante el tribunal
imperial.
Precedido por dos capítulos sobre el nacimiento y
vida oculta de Jesús, sigue el evangelio con el texto de
hoy. Es el comienzo de la vida apostólica. Como ya lo
venía haciendo, Lucas muestra su sentido de la historia
y así lo primero que hace es precisar con cuidado el
momento. Señala con precisión el año, quienes
gobernaban en Palestina y en Roma, de cuyo imperio
formaba parte la región en que Jesús hizo su obra; da
los nombres de todos los gobernantes civiles, las zonas
de su autoridad, y por fin las autoridades religiosas
judías. Indica muy bien cómo surge el movimiento
religioso que produce la aparición de Juan el Bautista y
el interés que suscita.
Todos esos datos y nombres están confirmados
por documentos de indudable valor histórico. Ello
confirma el pretendido valor histórico del evangelio de
Lucas y confirma lo que dice al principio del libro en su
dedicatoria a Teófilo. Ha decidido escribírselo “después
de haber investigado todo diligentemente desde los
orígenes para que conozcas la solidez de las
ense￱anzas que has recibido” (Lc 1,3-4).
Juan aparece de repente en la zona ribereña del
río Jordán, que es la zona más oriental de la presencia
judía entonces. Es posible que hubiese pasado años en
la zona vecina del desierto, formando parte de los
esenios, especie de monjes dedicados a la oración,
estudio de la Sagrada Escritura y penitencias, las
ruinas de cuyo monasterio están muy cerca (Lc 1,80).
Jericó y el camino normal de Galilea a Jerusalén pasan
por allí, lo que hace posible que Juan Bautista se
hiciese encontradizo con grupos que caminaban a
Jerusalén con o sin motivos religiosos y les dirigiese su
mensaje. La noticia se extendió rápidamente. Juan
anunciaba la próxima llegada del Mesías liberador, que
esperaba la gente, y predicaba la conversión de los
pecados y el perdón de Dios, que se expresaba con el
rito del bautismo (también practicado por los esenios).
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Con Juan volvían aquellos profetas de su historia,
enviados de Dios, que el pueblo conocía y cuya palabra
se releía con frecuencia en la sinagoga. Y así lo
recordaba el mismo Juan, citando a Isaías: “Una voz
grita en el desierto”; era la de Juan. “Preparen el
camino del Se￱or, allanen sus senderos”; es decir:
hagan fácil que el Señor entre en sus corazones y los
cambie. “Elévense los valles, desciendan los montes y
colinas; que lo torcido se enderece, lo áspero se
iguale” “Y entonces todos verán la salvaci￳n de Dios”.
La Navidad de este año, la del Año de la fe, debe
ser algo especial. Hemos de prepararnos para gracias
grandes. Las lecturas del libro de Baruc con el salmo
responsorial y de la carta a los Filipenses tratan de
forzar a nuestra esperanza para que se abra con
confianza a gracias grandes. A los desterrados en
Babilonia, símbolo de los que se alejaron de la Iglesia,
los anima a la vuelta rápida y gloriosa. Dios los guiará,
allana los caminos, “les mostrará su misericordia”, “el
Señor ha estado grande con ellos”. A sus queridos
cristianos de Filipos, estando en la cárcel, les dice que
“reza por ellos” y “con gran alegría”, pidiendo que “su
amor siga creciendo más y más en conocimiento y
sensibilidad para todo”. Habla de amor a Jesucristo y
al Padre, y del amor a los hermanos que es su fruto y
que nos debe distinguir a los cristianos. No nos
limitemos en conservar el grado de fe, de esperanza y
de caridad, de las virtudes teologales que tenemos, ni
de las demás virtudes ni dones que tenemos de Dios.
Trabajemos por crecer en todas ellas, esforzándonos
en aumentarlas.
Como les he explicado ya otras veces, eso es
imposible sin la gracia de Cristo, la ayuda de Dios y la
fuerza del Espíritu. Dios nos las quiere dar a condición
de que se las pidamos con humildad. Recurramos a
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María. Ayer celebramos con alegría la solemnidad de
su concepción inmaculada y llena de gracia. Cada año
al comienzo del adviento nos sale al paso para
ayudarnos a preparar la Navidad. Sobre todo
hagámoslo en este Año de la fe “para llegar al día de
Cristo, colmados de frutos de justicia, para gloria y
alabanza de Dios”.
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