"He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra"
Lc 1, 26-38
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
Llena de gracia
Leyendo la perícopa de la anunciación en la solemnidad de la Inmaculada
concepción, merecen particular atención dos expresiones del saludo del ángel
Gabriel a María. Entrando en su presencia, la llama: «Llena de gracia». El término
griego, kecharitoméne, explica bien el significado de la palabra: literalmente
significa “la agraciada”, que ha sido colmada de gracia. María es la criatura humana
redimida por Dios de modo radical, perfecto. Su inmaculada concepción es obra de
la gracia del Redentor, que en ella ofrece a todos los hombres la imagen y modelo
de la vocación de la humanidad.
Luego el ángel dice a María: -El Señor está contigo-, usando la expresión tan
frecuente en el Antiguo Testamento y que ha acompañado el caminar del pueblo
elegido a lo largo de los siglos. El Señor siempre ha estado con su pueblo, aunque
el pueblo no siempre ha estado con su Dios. Frecuentemente se alejó, dudó, se
sintió abandonado, como en la ocasión emblemática de la rebelión en el desierto,
llegando a su culmen en aquella pregunta: -¿Está Dios con nosotros, o no?- (Ex
17,7b). Aquí estas palabras asumen un sentido pleno, como si el ángel dijera: -Tú
estás siempre con el Señor; tú estas unida a él en la medida en que es posible a
una criatura-. No se trata de un momento de gracia particular, que lentamente se
debilita; al contrario, es una unión que se va haciendo más y más íntima.
A las palabras del ángel -indica el evangelista- María se –turbó- (v. 29). No es el
temor que tuvo Adán, consciente de su pecado; aquí se trata del sagrado temor
ante la misteriosa realidad de Dios; es el sentimiento que invade tanto más a la
criatura cuanto más pura es. En su perfecta humildad, María comprende la
grandeza de la misión recibida, la gratuidad del don, la desproporción entre la
propia debilidad y la omnipotencia divina.
El sí que María da como respuesta resuena como la alabanza perfecta de la
criatura, eco fiel del -aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad- (Sal 39,8) con el
que el mismo Jesús se adhiere a la voluntad salvífica de Dios. En el encuentro de
estas dos obediencias se cumple el plan de salvación.
Nuestro amor a María
En la fiesta de la Inmaculada, más que hablar de María, sentimos el deseo de
acercamos a ella para que nos introduzca en el misterio de su virginidad, que es un
misterio de silencio; en el misterio de su inocencia absoluta, que es un misterio de
gozo.
María ya está revestida con vestiduras de salvación, tiene su vestido blanqueado en
la sangre del cordero antes de su nacimiento. El Padre, de algún modo, la ha
bautizado de antemano en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo para
presentarla al mundo toda pulcra, toda hermosa. La fascinación de María está en
ignorar su propia belleza: su humildad, su transparencia que la hacen vivir mirando
fuera de sí misma, toda donación.
María, virgen y madre, imprime al misterio cristiano su aspecto más sugestivo y
fascinante; es un nostálgico reclamo a la pureza, a la inocencia. Incluso el hombre
más experimentado en el mal difícilmente puede sustraerse a la fascinante
atracción de la inocencia y la virginidad.
Nuestro amor a María esencialmente debe traducirse en el deseo de vivir
profundamente, sinceramente, su misterio; deseo siempre más vivo, más hondo,
de sumergirnos en su pureza, como un bautismo en su inocencia para salir
purificados, revestidos con vestiduras de salvación.
Para cualquier alma, el contacto con la Virgen santa es un contacto que purifica y
salva. De algún modo, es ya un contacto con la humanidad del Señor que tomó
carne en ella. Nosotros, que nos sentimos tan pobrecillo y frágiles, debemos lograr,
por la fe, descubrir cada vez más el milagro de la presencia de María entre
nosotros.
ORACION
Oh María, toda santa, todo el paraíso se goza en ti. Con tu belleza consoladora
reafirma nuestro corazón para que sepamos comprender la esperanza a la que Dios
nos ha llamado, el tesoro de gloria que nos espera en la eterna comunión de los
santos.
Oh María, icono de la interioridad, te miramos en tu humilde y fiel permanecer
recogida bajo la mirada de Dios, abandonada al poder del Altísimo. Por tu maternal
intercesión haz que se derrame abundantemente la gracia del Señor sobre nosotros
que contemplamos el inefable misterio de tu belleza, para vivir también nosotros
profundamente, allí donde mana con perenne juventud la fuente del amor.
Oh Virgen purísima, que nos has engendrado en el Hijo unigénito de Dios, hijos
tuyos de adopción, enséñanos el camino de la caridad sincera, del humilde servicio
y del celo infatigable, para que también nuestra vida sea fecunda en la gracia a fin
de que todos lleguemos a la presencia del Altísimo -santos e irreprochables por el
amor-.