II Domingo de Adviento, Ciclo C
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
DOMINGO
Lecturas bíblicas
a.- Bar. 5,1-9: Dios mostrará su esplendor sobre ti.
El profeta Baruc, nos presenta un canto triunfal para los tiempos del Mesías.
Jerusalén, personificada en un mujer, vestida de luto, es invitada a ponerse un
vestido de fiesta y de alegría que Dios le concede: “vístete ya siempre con las galas
de la gloria de Dios” (v.1). El hecho que Dios se preocupe del vestido es signo de su
protección y amor benevolente como lo hizo con Adán, José (cfr. Gn. 3, 21; 37, 3-
4). Este texto es un canto de esperanza y alegría. Jerusalén puede todavía
recuperar la vida y la felicidad, después de la amargura y la oscuridad. Dios
siempre tiene una palabra de esperanza y consuelo para los hombres. Jerusalén es
invitada no sólo a vestirse de fiesta, sino también a revestirse del manto de la
justicia divina, y a coronar su cabeza, con la gloria del Eterno (v. 3). En un segundo
momento, Jerusalén es invitada a subir a la cumbre para contemplar la majestuosa
procesión de sus hijos, que vuelven del destierro babilónico. Dios se los devuelve,
“encumbrados en gloria y en litera real” (v. 6). Esa muchedumbre es el Israel
histórico, pero también, la humanidad entera, que ha escuchado la voz de Dios y se
ha puesto en camino hacia un futuro de paz. La vía por la que suben a Jerusalén, lo
preparó el Señor, que allana los caminos, y los árboles brinden, por orden suya, su
sombra al pueblo de Dios (vv. 7-8).
b.- Flp. 1,4-11: Llegar limpios al día de Cristo Jesús.
Comienza el apóstol, con una acción de gracias, “a mi Dios” (v. 4). Unida a la
acción de gracias, aparece la alegría, como una motivación por las realidades
espirituales que viven los cristianos en la comunidad eclesial (cfr. Flp. 1,4.18.25;
2,17-18.28-29; 3,1; 4,1.4.10). Da gracias a Dios, por la entrega de los filipenses a
la causa del Evangelio, desde el comienzo. Es la obra de Dios en ellos y que así
como la ha comenzado, la llevará a buen término, con la colaboración de cada
cristiano de la comunidad. La colaboración, también se extiende a lo económico,
como en otros momentos (cfr. Flp. 4,15-16). El apóstol abre su corazón de padre y
manifiesta su afecto por cada miembro de la comunidad. Es afecto en Cristo,
teniendo por testigo a Dios. Los filipenses colaboran en el ministerio de Pablo,
aunque ahora esté en cadenas, siempre que han tenido que sufrir con él en la
defensa del Evangelio (v.7). Finalmente (vv.9-11), Pablo hace una intercesión a
favor de los filipenses: pide que crezcan incesantemente en el amor, entendida a
actitudes humanas y cristianas, conocimiento, intuición y juicio espiritual,
discernimiento, rectitud y justicia, en definitiva santidad, gloria y alabanza. Todo un
programa de vida, en vista del encuentro definitivo, con el Señor el día de Cristo
(v.10). Tenemos, como en otras cartas de Pablo, la tensión escatológica, entre lo
ya ocurrido, y lo no llevado a su plenitud. Dinamismo y crecimiento en el presente y
hacia el futuro, no sólo mirada al pasado y reminiscencias de un acontecimiento de
fe.
c.- Lc. 3,1-6: Predicación de Juan Bautista.
El evangelista Lucas, nos da las coordenadas de tiempo y espacio histórico, en que
surge la palabra de Dios, por boca de Juan, el Bautista, en el desierto. Proclama un
bautismo de conversión, al profeta hay que escucharlo de parte de Dios. Uno de los
datos más seguros, es que Juan bautizó a Jesús, con lo que se despertaba la
inquietud y el entusiasmo mesiánico en el pueblo. El Bautista usa las palabras de
Isaías: “Una voz clama: «En el desierto abrid camino a Yahvé, trazad en la estepa
una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro
rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie. Se revelará la gloria de
Yahvé, y toda criatura a una la verá. Pues la boca de Yahvé ha hablado.» (vv. 4-
6; Is. 40, 3-5). Juan anuncia que un nuevo camino será trazado por Dios, que
aplastará lo absurdo, el orgullo y la idolatría, para que por él llegue la salvación
que trae Jesús de Nazaret. Ofrece un bautismo de conversión, con el gesto de
inmersión en las aguas del Jordán, purificación y penitencia, luego que el alma, es
sido fortalecida por la práctica de las virtudes. Sumergirse en las aguas, es para
morir y salir de ellas renovado, para vivir según la voluntad de Dios. Sólo de este
modo, se comienza a vivir de nuevo, y por lo mismo, se empieza a preparar la
venida del Señor. La predicación del Bautista, es el punto de partida de la obra de
Jesús, por lo tanto, algo constatable y preciso, que el evangelista no deja pasar
como una noticia más. Juan sintetiza la voz de los profetas en el camino de la
esperanza: preparad el camino del Señor. Era Yahvé, quien decía que el desierto se
convertiría en camino de libertad y de esperanza. Esa voz es la del Bautista, que
desde el desierto, prepara los caminos de Dios, que ahora son los del Mesías. La
conversión, supone abrir los ojos, el corazón, y la voluntad, para acoger la
novedad del evangelio que trae Jesucristo. Sólo así, todos verán la salvación de
Dios (v. 6), es decir, contemplar la acción poderosa de Dios, que actúa y salva.
Acercarse a Jesús, significa un período de purificación, como lo exige el Bautista. La
conversión, consistirá en cambiar de actitud, de forma de pensar y actuar. Traer a
la memoria la figura y palabra de Juan, es fundamental para comprender a
Jesucristo. Alegrémonos en este Adviento, para que la esperanza teologal, nos haga
crecer en el amor a la palabra que nos anuncia Juan, que no es otra que Jesús de
Nazaret, y podamos ver en nosotros, cómo Dios lleva a término lo que comenzó en
nosotros por medio de su Hijo: su obra redentora.
Santa Teresa como cualquiera de nosotros experimentó el abatimiento del pecado,
la falta de oración, el vacío hasta que el Señor la levantó por medio de la oración y
todas las exigencias evangélicas que ello encierra. “No había fuerzas en mi alma
para salvarse, si su Majestad con tantas mercedes no se las pusiera” (Vida 18,5)..