II Semana de Adviento
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
LUNES
Lecturas bíblicas
a.- Is. 35,1-10: Dios viene en persona y os salvará.
En este texto del profeta se unen armónicamente, historia y poesía, teología y
espiritualidad bíblica. Este poema nos relata la ruta geográfica del retorno de los
exiliados, sino la transformación del pueblo que regresa a la Ciudad santa. Los
términos: el desierto, el yermo y la estepa, son sinónimos del pueblo que se alejó
de Dios, incapacitándose para dar frutos de justicia y amor (cfr. Is. 43, 20-21).
Dios se valió de Ciro, para que el pueblo pudiera volver a su tierra, lo que hace que
el pueblo que regresa a Jerusalén, se pueda convertir en un vergel, representado
por el Líbano, el Sarón y el Carmelo (cfr. Is. 41, 1-5. 25; 45,1-7). El pueblo
marchito que vivía en el exilio, se convierte en tierra fértil capaz de dar frutos de
bondad y justicia. El esplendor de la gloria divina, transforma a ese pueblo por la
salvación que se les revela de parte de Yahvé: son un pueblo redimido. La
liberación trae que el pueblo es capaz de fortalecer a los débiles y que las naciones,
pueden contemplar la gloria de Dios, que resplandece sobre Israel (cfr. 40, 29-31;
66,18). La gloria de Dios, consiste hacer feliz a su pueblo y esa dicha muestra a las
naciones, cómo ha obrado Yahvé para liberarles de la esclavitud. El pueblo, puede
dar testimonio ante las naciones, el compromiso divino, en la liberación de toda la
humanidad. Sin embargo, el texto nos presenta el caso de los ciegos y sordos, son
los que no quieren ni ver ni escuchar la voz del libertador (cfr. Is. 42, 18; 43, 20-
21). A pesar de esto se mantiene firme la promesa del Señor de dar la vista y a los
sordos la capacidad de escuchar; hacer brotar aguas en la estepa. El símbolo del
agua, representa la bendición que Dios vierte sobre su pueblo (cfr. Is. 44,3-4). La
vía sacra, no describe un camino, sino la ocasión que Dios le ofrece al pueblo de
rehacer su imagen y semejanza divina, es el camino sólido sobre el cual Dios
reconstruye su pueblo. El exilio y la liberación, lograron que el pueblo madurara,
como para buscar al Señor (cfr. Is. 40,2), encontrarlo como Salvador, por la
liberación que les hizo conocer (cfr. Is. 40, 9-11); de ahí germina el gozo inmenso
de un pueblo redimido (cfr. Is. 51, 11; Sal.126).
b.- Lc. 5, 17-26: Hombre, tus pecados están perdonados.
Este prodigio realizado por Jesús, hace exclamar a los asistentes: “Todos quedaron
admirados como fuera de sí y glorificaban a Dios, y llenos de temor exclamaban:
Hoy hemos visto cosas increíbles!” (v. 26). ¿Qué había pasado? Ense￱ar y sanar es
tarea de Jesús, que nace de la fuerza de Dios que hay ÉL. Su fama se extendió por
toda Palestina y los fariseos le observan para polemizar con ÉL. Jesús ejerce su
actividad de dador de vida por medio de la palabra y las obras; en una casa, le
descuelgan de la terraza un paralítico, y sin mediar palabra, le perdona los pecados
porque ve su fe (v.20; Mc. 2,4). Sus compañeros habían puesto toda su esperanza
en Jesús, creían que podría sanarlo; los judíos, pensaban que sanando el alma, se
sanaba el cuerpo. Jesús sana el alma y el cuerpo, es decir, al hombre total. Al
paralítico le son perdonados los pecados, palabra poderosa de Cristo, que causan lo
que declara, ya que en Jesús obra la fuerza de Dios Padre. Los amigos son
incorporados a la comunidad; ella los sostiene, se pasa de la curación del cuerpo a
la del espíritu. Jesús sana las dolencias del cuerpo y del alma. Los fariseos,
guardianes de los derechos de Yahvé objetan: sólo Dios puede perdonar pecados.
El pecado se comete contra Dios, por lo mismo sólo Dios puede perdonarlo. Más
aún, blasfema, porque se arroga un derecho de Dios. ¿Pero no puede Dios
transmitir este poder a los hombres? ¿Quién es éste? (v.21). En la pregunta de los
fariseos, se encierra la respuesta despectiva; Jesús no tendría ese poder de
perdonar, porque no se piensa en su misión, mucho menos que Dios, le pudiera
haber dado ese poder a Jesús. Sólo la fe en Dios, descubre la misión de Jesús. La
reacción de Jesús, no se hizo esperar: habiéndole perdonado los pecados, no queda
otra cosa por hacer que devolverle la salud. “Yo te lo mando; levántate, toma tu
camilla y vete a tu casa” (v. 24). Jesús, no s￳lo podía perdonar los pecados, sino
también, conocer el corazón de los hombres, comunica vida nueva a los hombres.
Es el Hijo del hombre, al que Dios Padre ha comunicado todo poder (cfr. Dn. 7, 13;
Lc. 10, 22). El enfermo marchó a su casa, glorificando a Dios, lo mismo el pueblo
que fue testigo de este milagro (v. 26). Jesús, con sus obras glorifica al Padre,
dando vida a los hombres (cfr. Jn. 17, 4), y el Padre se glorifica en ellos. Todo el
pueblo contempló la salvación de Dios. Todo lo anunciado en la sinagoga de
Nazaret, se cumple a cabalidad: hay entre nosotros un profeta ungido por el
Espíritu de Dios (cfr. Lc. 4, 18).
Santa Teresa de Jesús, tuvo la misma fe que tenían los amigos del paralítico,
sabiendo que el Huesped del alma, Jesucristo Salvador, la podía sanar en el cuerpo
y en el alma. “¿Qué hay que dudar que hará milagros Jesús estando tan dentro de
mí, si tenemos fe” (Camino 34,8).