II Semana de Adviento
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
VIERNES
Lecturas bíblicas
a.- Is. 48, 17-19: Si hubieras atendido a mis mandatos.
El profeta presenta la causa del oprobio de Israel: haber olvidado los preceptos
divinos. Es Yahvé, quien habla como Redentor y como el Santo de Israel, quien con
autoridad divina orienta al pueblo por el buen camino. Este consiste en el
cumplimiento de los mandamientos, si Israel hubiera observado los mandamientos
tendría paz y armonía, es decir, el orden querido por Yahvé desde la creación
(v.18). Si cumplen sus preceptos, Dios derramará la armonía y el pueblo reflejará
su paz. La falta de descendencia, es clara manifestación del abandono de la
voluntad divina, pues la estirpe numerosa, es signo de la bendición de Dios (cfr. Is.
44, 4). Si hubieran sido fieles, serían numerosos como granos de arena, la
descendencia que Yahvé prometió a Abraham y confirmada por los profetas (cfr.
Gn. 13,16; 15, 5; 17, 6; 22, 17; 1Re 4,20; Os. 2,1). La idolatría, trajo el apartarse
de los mandamientos divinos, en un tiempo en que Yahvé abandonó a su pueblo, es
más, deseó romper la alianza, y fue Moisés, quien lo persuadió de restablecerlo
(cfr. Is. 54,7; Nm. 14, 12; 14, 13-20). Sólo la fidelidad del Siervo sufriente, va a
posibilitar el cumplimiento de la alianza, entre Yahvé y su pueblo, por el cual la
comunidad se convertirá ante las naciones en testimonio de la gloria divina (cfr. Is.
60, 1-22).
b.- Mt. 11, 16-19: No creyeron ni a Juan ni a Jesús.
El evangelio, nos presenta el análisis que hace Jesús entre su generación, y los
niños que no se ponen de acuerdo a la hora de poner las reglas del juego, por
capricho de unos y terquedad de otros. La palabra “generación” en labios de Jesús
tiene sabor a censura, reprensión infructuosa (cfr. Mt. 12, 39-42; 23, 36; Mc. 8,
12-38). De un lado, están los dirigentes religiosos, que se niegan ha aceptar la
novedad del Reino de Dios, y por otra, los que quieren acogerla. Más
concretamente, se refiere a la actitud de Juan, el Bautista que llamaba a la
conversión y a la penitencia, pero los dirigentes religiosos, pensaban que estaba
endemoniado (v.18), pero vino Jesús, el Hijo del hombre, y lo acusan de comedor y
bebedor (v. 19). A Juan como no se plegó a sus criterios, lo acusan de desatinado,
loco; de Jesús dijeron, que actuaba influenciado por Satanás (Mt. 9, 32-34; 12,22-
24). Si bien no vivía como astero penitente, trajo la alegría de la salvación, relativa
a lo del ayuno, come con los pecadores, se compadece de los pobres. Consideran
los fariseos, que su actitud es mundana, no propia del Mesías (cfr. Mt. 9,10-12.
14). Aquí no se trata de comparar dos estilos de anunciar la llegada del Reino de
Dios, sino de manifestar la terquedad irresponsable de los judíos, éstos rechazan la
palabra de Dios siempre, independientemente de la manera que se les ofrezca. La
crítica es fuerte, porque se les está diciendo que, ante una religión preocupada de
menudencias, olvidaba lo fundamental de la Ley: la justicia, la misericordia, en
fondo la fe. Por lo mismo, critican sin ningún criterio, toda clase de manifestación
de la palabra de Dios, el llamado a la fe de los profetas; quienes no les hacían
caso, es decir, sujetarse a sus criterios, como Juan y Jesús, están lejos de lo que
ellos creían, era la salvación proporcionada sólo por la Ley. Son los jefes religiosos,
los que dirigen, quienes se creen con derecho a no obedecer, se autoexcluyen de la
salvación. La vida de fe, es vida de obediencia; la obediencia verdadera es a la fe, a
la revelación, en definitiva a Dios. La mención a la Sabiduría, no se refiere a la
ciencia del mundo, la filosofía de los griegos, aquí se refiere al plan salvífico de
Dios y a sus enviados para cumplirlo. El juicio de los hombres es equivocado, no
hacen caso de ninguno de los dos. En ambos profetas actuaba la Sabiduría de Dios,
mientras a uno lo constituía predicador de penitencia, al otro, lo dotaba de alegría
como Esposo celestial del banquete del Reino de Dios. Ambos se han movido en sus
obras por la Sabiduría de Dios, pensadas en las profundidades divinas y realizadas
en el Espíritu Santo. Quien aprecia lo divino o tiene gusto por ello lo reconoce como
tal, quien tiene oídos para oír y ojos para ver la acción de Dios en ellos. La
Sabiduría justifica su obrar, cuando los hombres reconocen su presencia y creen en
Dios, por las obras que contemplan. Todo lo que Dios obra, es sólo perceptible a los
ojos de la fe. Quien mira así, reconoce en todas partes, la sabiduría de Dios. Hoy
tenemos que ver con mirada de fe, las obras de la sabiduría de Dios, en las señales
que contemplamos por doquier.
Teresa de Jesús, conoció eso de andar entre Dios y el mundo, a los comienzos de
su religiosa, lo que le trajo una división interior que terminará agobiándola hasta
reconocer que confiando sólo en sí misma no podía seguir adelante, hasta su
encuentro con Jesucristo atado a la columna y vive su conversión. “Pasaba una vida
trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas. Dábanme gran
contento todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo. Parece que quería
concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno de otro, como es vida espiritual y
contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba gran trabajo,
porque no andaba el espíritu señor, sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro
de mí, que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración, sin encerrar
conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años, que ahora me espanto qué sujeto
bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no era ya
en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería hacerme mayores
mercedes.” (V 7,17; cfr. V 8,2).