“no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista”
Mt 11,11-15
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA MEDITACIÓN DE LA FIGURA DEL BAUTISTA
Dios viene en ayuda de su pueblo y de cada uno de nosotros como ayuda
distinguida que hace gala de su valentía, como el que se hace totalmente solidario
y cercano. En esta proximidad de Dios a la vida del pueblo está mi riqueza, yo que
por otra parte sería insignificante como un «gusanillo». Este encuentro con Dios, mi
redentor, y con la profunda renovación de mi pobre corazón, que el evangelio obra
en mí, no se lleva a cabo sin mi libertad, sino que exige una opción de fe, la
decisión de abrirme a una comprensión más profunda de las Escrituras. Éstas me
ponen frente a la radical novedad manifestada en el plan de Dios con la venida de
Jesús.
La meditación de la figura del Bautista se convierte en una severa provocación para
que sepa reconocer la enorme oportunidad que se me brinda de entrar a formar
parte del Reino y a acoger el inmenso don de la dignidad de hijo de Dios, que
supera cualquier otra grandeza moral o religiosa a la que pudiera aspirar. «El reino
de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él» (Mt
11,12). Advierto que la invitación urgente de la Palabra de Dios me invita a no
hacerme el remolón y a superar cualquier temor para adherirme en plenitud al que
viene a librarme y rescatarme.
ORACION
Señor, me llena de gozo y consuelo el saber que, si acojo tu amor en mi vida,
aunque sea el más pequeño y el último de los humanos, sería en tu Reino mayor
que el Bautista. Mis palabras son demasiado pobres para celebrar tu inmenso amor
para conmigo, pero siento resonar en mi interior la voz de tu Palabra consignada
por el profeta Isaías, que me enseña a orar y a alabarte.
«Tú eres el Señor mi Dios que me agarra de la diestra y me dice: "no temas, yo
mismo te auxilio". No temo, aunque soy un gusanillo de tu pueblo, porque tú me
auxilias, porque eres mi redentor, el Santo de Israel. Era pobre e indigente,
buscaba agua y no la había; mi lengua estaba reseca de sed; pero tú, Señor, me
escuchaste y no me has abandonado. Has alumbrado ríos en las cumbres peladas
de mi pecado, fuentes de agua en el yermo de mi angustia. Has cambiado mi
desierto en estanque. Todo ha sido obra de tu mano». ¡A ti la alabanza por los
siglos!