Domingo de Resurrección

Juan 20,1-9: Entrevista al que fue muerto y ahora vive

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Ni yo mismo me explico cómo fue, pero después de mover mucho hilos y tocar muchas puertas, se me concedió lo que más deseaba, hacer una entrevista a Cristo Jesús precisamente el que había muerto en la cruz pero que fue levantado por el poder del Buen Padre Dios. La entrevista fue en un salón muy espacioso, donde fui introducido por algunos ángeles la mar de atentos. Había un amplio ventanal, desde el que podía contemplar el vasto universo con sus astros, sus estrellas, sus meteoros y sus cometas, un espectáculo admirable, pero lo que más me sorprendía  era contemplar a mi querido planeta tierra, en el centro, como si verdaderamente al planeta azul fuera el centro del universo. Puntualmente acudió el Señor, con una entrada majestuosa y sencilla al mismo tiempo.  Contemplarle, mirarle de frente a frente, me dejó sin palabra, y todas las preguntas que tenía en mente, se me borraron, e incluso el saludo no me salía de mi garganta, no sabía cómo llamarlo, si Señor, o Dios o alfa y omega o mi redentor, mi Salvador… Él adivinó mi estado y me pidió que lo llamara sencillamente Jesús. Mirándolo un poco más de cerca, era admirable. No me cabía que estuviera yo ahí, ante aquél que había dejado de latir en la cruz, que había sido muerto, acribillado, condenado injustamente a morir en una cruz. Ahora estaba ahí, con las huellas bien visibles de sus clavos y sus espinas. Eran heridas luminosas. Despedían fragancia, un exquisito perfume que ninguna de las más bellas flores han sido capaces de producir. Pero lo que más me admiraba, era sentir tan cerca los latidos de su corazón. Un corazón admirable, que estuvo muerto por tres días, y que ahora como el corazón del joven más robusto, estaba latiendo, con latidos de amor y de vida. Motivado por su sencillez y su bondad, me atreví a lanzar la primera pregunta:  

Estamos concientes de que el momento de la Resurrección fue tan íntimo, tan sobrecogedor, que ningún mortal hubiera podido estar ahí y contarlo más delante, ¿pero porqué fue escogida una mujer para ser la primera en contemplarte ya radiante, luminoso y resucitado?  “¿Recuerdas, comenzó Jesús,  que el pecado comenzó por la desobediencia de una mujer que se llevó entre las patas, y no entre las costillas al pobre de Adán? Pues ahora era necesario que una mujer fuera encargada de decirle a los hombres que había llegado la hora del triunfo del amor sobre el pecado, la oscuridad y la muerte que con ese sólo hecho quedó vencida para siempre. Y la verdad es que Magdalena y las otras mujeres me amaban y confiaban en mí. Ahora muchos me quieren endilgar a la Magdalena como la madre de varios hijos, pero fueron los mismos que se burlaban de todas mis acciones, los que me llamaron borracho, glotón y loco, los mismos que me observaban con lupa y nunca pudieron encontrar en mí nada de qué acusarme, y lo más que pudieron hacer fue presentar  mi pretensión  de hacerme  Hijo de Dios, aunque mis hechos, mis palabras, los signos con los que yo mostraba mi filiación no fueran reconocidos por ellos. El hecho mismo de la vuelta a la vida de Lázaro, que fue palpable a todas luces y hecho a la vista de todos, que suscitaba el interés, la admiración y el contento de las gentes buenas, a otros, los encumbrados, los poderosos, les sirvió para recrudecer su odio y su inquina contra mí, hasta que se salieron con la suya, aunque los planes de mi Padre eran otros. Cuando supieron de mi resurrección, si antes estaban enfurecidos cuando me condenaron, entonces se volvieron como perros rabiosos, al ver descubierta su patraña, su teatro y su injusticia. Y eso se siente hoy cuando mis seguidores, mis cristianitos, se atreven a hablar en  favor de la vida, de los inocentes en el seno de la mujer, los que se atreven a hablar a favor de los pobres y los desheredados. Siempre serán perseguidos. Por si no lo sabías, acaban de matar a un Obispo en Irak, esa bendita tierra de mis antepasados, la tierra de Abraham, todo por odio a la fe. Retomando el hilo de la conversación, te diré que cuando Magdalena y las otras mujeres se dieron cuenta de que la tumba estaba vacía y los lienzos y el sudario estaban intactos en el interior de la tumba, fue muy lógico que fueran a llevarle la noticia a los apóstoles, sobre todo a Pedro, que desde antes de mi partida le había encomendado que cuidara de los míos. Pobres mujeres, me andaban buscando en la oscuridad y en la tumba, sin saber que yo ya estaba Vivo y vivo para siempre.  Los hombres ya no pueden alegar ignorancia, porque estoy en el mundo, en la Eucaristía, en mi Iglesia, y sobre todo en los pobres, en los ignorantes y en los maltratados por la vida, por los hombres y por la  cultura de muerte por el  supuesto progreso y el fenómeno de la globalización, ante el cuál, si mis cristianos y los hombres en general no despiertan, seguirá haciendo más ricos a unos cuántos y más pobres a una multitud inmensa de hombres y de naciones”.  

No me atrevía a interrumpir a Jesús, pero quise preguntarle dos cosas, la actitud de los apóstoles en su primer encuentro y precisamente la oleada de maldad, de violencia y de sangre que hacen pensar que la muerte y la resurrección de Jesús fue menos que letra muerta. 

“¿Quieres saber de mis apóstoles? La tarde de lo que mi Apóstol Juan llamó “el primer día”, porque entonces nació una nueva humanidad, estuve con mis muchachitos, mis amigos, esas gentes de buena voluntad, que me amaban entrañablemente aunque nunca me hubieran entendido, porque quería estar con ellos, pero no sólo por eso, sino porque quería completar mi instrucción, y sobre todo llevarles el gran trofeo, lo que les había anunciado en la última cena: la presencia del Espíritu Santo, que como me acompañó a mí sin separarse un ápice, que les acompañaría desde entonces y les haría entender lo que hasta entonces les parecía un cuento chino, con perdón de los chinos, porque también son hermanos míos. Entonces entendieron el valor de la cruz, el valor de la entrega, de la generosidad y el valor del amor entregado que hizo posible vencer para siempre a la muerte aunque en ello les fuera la propia vida. Cuando me vieron, se quedaron sin habla, sin sentido, como idos, fue necesario que yo les hablara, que les mostrara las huellas de los clavos  en mis manos y en mi costado, para que entrara en ellos un calor y una euforia, que les llevó a dar grandes gritos de alegría, de contento, de consuelo y de fe. Me contagiaron un poquito, dicen que Dios es impasible, pero viéndolos tan contentos, no me quedó sino abrazarlos a cada uno de ellos. Pobrecitos, desde entonces se mostraron intrépidos, valientes, generosos, esforzados y en pocos años llevaron mi Palabra y mi mensaje sencillo de amor,  a los grandes centros de poder, Jerusalén y Roma, hasta hacer llegar a decir de mis cristianos: ¡Mirad cómo se aman!, lo que quisiera yo decir de los nuevos cristianos el día de hoy. Y me preguntabas sobre la oleada de violencia y de maldad que trata de inundar ahora al mundo entero. No tengas miedo. No vencerá el odio ni la maldad, ni los pobres serán esclavizados para siempre. Si mi padre, el Creador tuvo tanto ingenio y tanta capacidad como para convertir mi tragedia, la de mi muerte, en una gran victoria, él se ingeniará para transformar a la humanidad y al mundo en un lugar donde comenzando a amarse unos a otros, vayan ensayando la vida nueva que vivirán cerca de nosotros, de mi Buen Padre Dios y de mí, cuyo corazón está latiendo en espera de que todos los hombres formemos la gran familia de los hijos de Dios”.