IV Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 10, 11-18

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Oveja perdida, ven

Sobre mis hombros; que hoy

No sólo tu Pastor soy

Sino tu pasto también.

 

Galilea, pueblo de agricultores, de pescadores, de gente abierta, sencilla,  Judá,  tierra agreste, dura, desértica, tierra de pastores, que vagan por los montes buscando un poco de hierba y un poco de agua para saciar la sed de sus ovejas,  a las que les ha puesto nombre  y las saca del único redil donde han pasado toda la noche, al abrigo del frío, de los lobos asesinos y los despiadados ladrones. El Buen Pastor, esculpido  por los cristianos en sus primeras tumbas y en sus primeras casas, lugares de reunión para la comunidad que no cesaba de crecer. Pastor idealizado en David, sacado de entre las ovejas para guiar al pueblo de Israel, figura de Cristo que con su propio Cuerpo y su Sangre alimentará a las ovejas para que no quede duda de que no lo mueve ningún interés en ellas sino el amor que les profesa a cada una a las que conoce por su nombre.

 

Por descubrirte mejor,

cuando balabas perdida,

dejé en un árbol la vida, donde me subió tu amor;

 si prenda quieres mayor,

mis obras hoy te la den.

 

Árbol de vida, árbol de muerte, árbol de amor, árbol de entrega, árbol de paz, árbol de redención, puerta siempre abierta rumbo a la salvación, abierta como los brazos de Cristo eternamente abiertos, para recibirnos, para acogernos, y siempre clavados para no castigarnos o mejor para perdonarnos siempre. Y esa es la puerta por la que hay que entrar, la única puerta: “Yo les aseguro que el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón, un bandido: pero el que entra por la puerta, ése es el pastor de las ovejas. A ÉSE LE ABRE EL QUE CUIDA LA PUERTA, Y LAS OVEJAS RECONOCEN SU VOZ…” Ladrones de la vida, de lo que es más noble en el hombre. Ladrones del amor que no reconoce la fidelidad y la entrega sino sólo el placer efímero y sin compromiso, el apetito, lo inmediato, lo que está a flor de tierra. Ladrones en la familia, yo quiero hacer mi vida, para qué las ataduras, para qué los compromisos, para qué continuar con ustedes si  no me entienden, para qué vivir arrastrando una existencia que nosotros no pedimos. Y Cristo vuelve a decir: “El que entra por la puerta… el que reconoce su voz… a ese se le abre, a ese se le estrecha sobre el corazón, a ése se le lleva en brazos y ningún mal lo tocará…

 

Oveja perdida, ven

Sobre mis hombros; que hoy

No sólo tu Pastor soy

Sino tu pasto también.

 

“Hoy nada de lo que supone esfuerzo, abnegación, ir en contra de lo que en cada momento me apetece, es bien recibido. Al niño no se le puede contradecir porque se frustra, a la juventud hay que adularla porque de lo contrario se aleja, al hombre y a la mujer adultos, que lo son al menos físicamente, hay que decirles que lo estupendo es realizarse haciendo en cada momento lo que da la gana”. A.M. Cortés.  Cristo exclama en cambio: “…él llama a cada una por su nombre y las conduce afuera. Y cuando ha sacado a todas las ovejas, CAMINA DELANTE DE ELLA, Y ELLAS LO SIGUEN PORQUE CONOCEN SU VOZ”. ¿Será esa la voz que nosotros estamos siguiendo?  No serán mejor las grandes concentraciones urbanas, las que llenan estadios completos de futbol, o los que se avalanzan sobre los últimos aparatos electrónicos, cada vez más pequeños, cada vez más portátiles, cada vez más indispensables, o será el ídolo que contempla grandes multitudes que se apiñan en el aeropuerto para arrancarle una mirada, un beso, o un botón de su camisa, aquél que hace hervir en aplausos y en vítores que se habrán olvidado la noche siguiente… ¿Le haremos caso a Cristo cuando dice: “”Pero a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. ¿No es esa la gran tragedia de hoy, seguir a los extraños e ignorar AL QUE CAMINA DELANTE, AL QUE MARCA EL CAMINO?

 

 

Pasto al fin yo tuyo hecho,

¿cuál dará mayor asombro,

El traerte yo en el hombro

O traerme tú en el pecho?

Prendas son de amor estrecho

Que aún los más ciegos las ven.

 

Qué bella imagen del Pastor, con la oveja sobre sus hombros, cuando la ha encontrado, prendida en un tupido breñal, o cuando lleva al corderito recién nacido sobre su pecho. “Apacienta a mis corderos, Apacienta a mis ovejas” recordaría muchas veces Pedro de labios de Jesús, invitando a todos los hombres a entrar, ahora por las 12 puertas marcadas por el Apocalipsis, los doce apóstoles, la Iglesia misma: “yo soy la puerta de las ovejas… Quien Entre Por Mí Se Salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos. … Yo He Venido Para Que Tengan Vida Y La Tengan En Abundancia ”.   Habrá alguien que hasta aquí todavía haya leído con repugnancia, porque seríamos incapaces de acercarnos a las ovejas, y consideraríamos indigno ser considerados pastores de ovejas y de chivas apestosas, y sin embargo la Palabra de Jesús está ahí, importante, vital, necesaria, si aún quieres conseguir esa salvación que aún puede dar Jesús, qué mejor que cargados por el mismo Cristo, y recargados en su regazo, cantando “Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor… llegar a la casa del Buen Padre Dios… y escuchar aquellas benditas palabras: “Entra, entra a tomar parte de la alegría preparada para ustedes desde la creación del mundo:… por sus llagas habéis sido curados”.

 

Oveja perdida, ven

Sobre mis hombros; que hoy

No sólo tu Pastor soy

Sino tu pasto también. (Luis de Góngora),