V Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 14,1-12: El Cristo de todos los caminos.

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

La Última Cena significó para Jesús una serie de sentimientos encontrados, el ansia de regresar a su Padre pero también  la necesidad de quedarse con los suyos, con todos aquellos que el Padre le había confiado; el gozo de estar con aquél grupo de seguidores que tanto amaba, pero también la amargura de saber que pronto ya no estarían con él. Fue un momento de total intimidad con su grupo de “muchachos” tan amados de su corazón. Fue un momento de total elevación a su Padre y fue también el momento de las grandes revelaciones a los suyos. Fue el descubrimiento total de la presencia del Espíritu Santo.  Fue el momento de las grandes sorpresas, lavarles los pies a sus discípulos y darles por primera vez lo que ya les había anunciado varias veces: su Cuerpo y su Sangre en alimento y bebida, y al mismo tiempo estar sentado junto al que lo había de entregar en manos de sus enemigos. Y un capítulo que no podemos ignorar de aquél momento crucial en la vida de Cristo Jesús fue el darse cuenta que sus apóstoles estaban como el primer día cuando él los había atraído personalmente, sin entenderle “ni papa” como decimos en México.  

Podemos imaginarnos entonces la inquietud de Cristo, pues él les estaba anunciando que se iba, que los dejaría solos, aunque fuera por algún espacio de tiempo, que iba a  prepararles un lugar cerca del Buen Padre Dios, para estar siempre junto a su amado Padre Dios, por eso volvería para mostrarles el CAMIMO.  Este es el momento en que Tomás, aquél que había motivado a sus hermanos, a seguir subiendo a Jerusalén para morir con Jesús; el mismo que el día de la Resurrección del Señor se mostraría reacio a creer en sus mismos hermanos que le anunciaban que lo habían visto resucitado, ahora para tormento de Jesús, le pregunta: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podemos saber el CAMINO?”. Para Cristo fue un momento decepcionante, darse cuenta finalmente que sus queridos muchachitos estaban fuera de órbita, y no llegaban a captar su mensaje, pero para nosotros, fue oportunísima la tontera de Tomás, porque Cristo pronunció entonces aquella solemne afirmación: “! YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA!”, que nosotros quisiéramos captar hoy por la trascendencia que tiene en nuestras propias vidas.  

El Camino. Hoy podemos  preguntarnos por cuántos caminos hemos andado en nuestras vidas, caminos que hubieramos querido que nos llevaran  a la paz, a la alegría, al amor, a la vida, pero que bien a bien, muchas veces nos llevaron a la amargura, a la soledad, al aislamiento y al pecado. Hoy somos invitados a transitar por el Camino que es Cristo, un camino que para los judíos significaba la ley de Moisés, el camino de las Escrituras Santas, que les recordaba aquellos largos años de éxodo desde el altivo y esclavizante Egipto, hasta las acogedoras tierras del Israel y de la Jerusalén de todos los tiempos. Hoy ya no es Moisés, sino el mismo Jesús, el Hijo de Dios el que nos invita a caminar con él pues ha recorrido el camino hacia el Padre muchas veces, el camino que es él mismo por el cuál el Padre ha bajado para invitarnos a subir, dejando las miserias de los caminos del mundo, para reunirnos como la gran familia en torno suyo, movidos por el amor y el Espíritu Santo.  

La Verdad. El camino y la meta no pueden separarse. No se entienden el uno sin el otro. Y Cristo es ambos a la vez. Habrá que entender que la verdad de la que habla Cristo no es tanto la armonía y concordancia entre pensamiento, propósito y lenguaje, en oposición a la mentira y al engaño, o bien una doctrina, con la realidad, en oposición al error. Se trata más bien de considerar a la verdad como una experiencia de vida.  La verdad en el sentido de la Biblia, significa la absoluta fidelidad de Dios en su obrar, en su revelación y en sus mandamientos, o sea la absoluta credibilidad de Dios frente al hombre, de tal modo que éste puede confiar incondicionalmente en la Palabra de Dios, en su promesa y en su lealtad.  De esto puede vivir el hombre, puede adquirir la constancia y la firmeza básica para su vida. Esa es la verdad que Cristo nos anuncia, un Dios que sale al encuentro del hombre en la persona de Jesús y con él la gracia y el amor y la salvación, al grado de que Jesús podrá decir: “Si ustedes permanecen en mi palabra, son verdaderamente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. Es esa verdad la que ha llevado a hombres y mujeres a entregar su vida y su esfuerzo para mostrarse a sí mismo solidarios con Cristo en atención a sus hermanos los pobres, los necesitados, los que no tienen voz ni voto y hoy podemos admirar a San Francisco de Asís, feliz en su pobreza. Pero más cercanos a nosotros, al Obispo Oscar Romero, sacrificado precisamente durante la celebración eucarística, por mostrar los abusos y la injusticia de los poderosos, y a la Madre Teresa de Calcuta, que hizo de su vida una entrega a los más desarrapados de los hombres, y a Juan Pablo II que viajó y viajó por todo el mundo llevando la Verdad del Evangelio, hasta quedarse sin nada, sin poder pronunciar ya una sola palabra en su última salida a su ventana, pero bendiciendo siempre, mostrando a todos los hombres caminos de Vida.  

La Vida. Si el camino supone una meta, la vida vendrá a ser el contenido, la palabra clave de salvación. Hoy estamos hablando de una “calidad de vida” para referirnos al hecho de que al hombre, para su felicidad, no le basta con tener un pan para su mesa, un vestido para su cuerpo, una habitación para su familia, lo mínimo para su existencia sobre la tierra, sino que requiere de otros satisfactores, como sería un cierto nivel de acogida  y de convivencia, un acceso a la cultura, al respeto de sus derechos, de sus costumbres, de su folclore, frente a un mundo globalizado que trata de arrasar con todo e imponer una sola manera de ver, de vivir, de sentir y de pensar. Pero esa calidad de vida no para sólo ahí, es necesario pensar que la felicidad humana no vendrá sino con la plena comunión con Dios que es el que da el verdadero sentido a nuestra vida. Yo soy la Vida, es lo que tenemos que aprender como una lección práctica, porque movido por su amor, Cristo entregó la propia, para que nosotros tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia. Cuando esta Vida no campea en la vida del hombre, entonces aparecen las aberraciones del mundo de hoy, la tristeza,  la depresión personal y comunitaria, los bloques de naciones ricas unas, pocas, y pobres muchas de ellas con profundos fosos que las separan, y sobre todo la muerte, en sus múltiples manifestaciones: el comercio de órganos humanos, el divorcio, muerte del matrimonio, el aborto, la eutanasia y el suicidio. 

Si confiamos hoy en Jesús, Camino, Verdad y Vida, no caeremos en el vacío. Aunque la muerte llegue a separarnos de este mundo en el que nos sentimos tan confiados, tan seguros y tan a nuestras anchas, estaremos seguros de que el mismo Jesús estará esperándonos, para darnos el gran abrazo, para introducirnos en la presencia del Padre y para ser la gran familia de los hijos  en el Reino. ¿No será entonces éste el momento de anticipar esa llegada nuestra haciendo de nuestra viva una acogida sencilla, alegre, confiada a los que nos rodean, de manera que ya de alguna forma vayamos viviendo la vida a la que Jesús nos ha llamado y por la que él mismo dio su propia Vida?