Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A

Mateo 28, 16-20: Bajé Dios y subí Hombre.

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Muchos de los pintores cristianos clásicos y modernos, se han servido de los textos evangélicos y del Libro de los Hechos de los Apóstoles, como inspiración para sus pinturas en las que describen la Ascensión de Cristo a los cielos.  En todas estas pinturas se describe a Cristo como el hombre joven que en medio de amplios ropajes, como movido por el viento, sube sereno, majestuoso como quien entra a su propia casa, después de mil batallas, todas ellas ganadas a pulso  y al precio de su propia vida que recobra después de muerto, porque es el Hijo de Dios.  Este hecho ha sido contemplado esplendorosamente  y ha sido cantado por el Salmo 24: “¡Portones, alzad vuestras frentes, que se alcen las puertas eternas, que va a entrar el Rey de la Gloria, ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso, el Señor, héroe de la guerra. El Señor de los ejércitos, él es el Rey de la gloria”!. 

 

 Los brazos del que asciende se describen en posición normal, sin agitarse, y como invitando a que también nosotros subamos para acompañarle para siempre a vivir cerca de su Padre Dios.  Los brazos en cambio de la Virgen María , en su Asunción, están vueltos hacia arriba, hacia lo alto, como aceptando la invitación que el Padre le hace a unirse a la gloria de los santos y escogidos, de los cuáles ella es la primera.

 

Los pintores y los poetas nos dan el ropaje, la escenografía, de la Ascensión,  pero tenemos, sin embargo, que intentar describir el alcance que la Ascensión tiene en la vida de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles  nos sitúa en Galilea, donde Jesús había comenzado su vida pública, donde había disfrutado con aquella gente sencilla, abierta, alegre, acogedora, sin dobleces, que aceptaron complacidos su mensaje, sus palabras, y las señales del Reino con las que él corroboraba que era el Mesías, el enviado del Padre, el Hijo de Dios. En ese ambiente cita Jesús a sus apóstoles para estar con ellos cuarenta días en los que ya no les dará enseñanzas nuevas, sino que los convencerá de su presencia y de que el Espíritu Santo que ya les había dado en privado  y que les enviaría ostensiblemente y en público,  los acompañaría para hacerlos testigos de su mensaje, de su persona y de su salvación. Siempre amigo de las montañas, ahora Cristo cita a sus Apóstoles en un monte y  les da el último saludo, un abrazo a cada uno de ellos y una recomendación importantísima, el mandato misionero, la recomendación de ser sus testigos en todo el mundo. Y al momento, sin aspavientos, sin grandes trompetas ni legiones de ángeles, “Se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blando, que les dijeron: “Galileos, ¿Qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”. 

 

La fiesta que hoy nos ocupa, es un acontecimiento de Gracia y de alegría, pues si bien Cristo se eleva y se aleja físicamente, lo hace para estar más cerca de los suyos, pues ya sin las limitaciones del tiempo y del espacio, él puede estar cerca de donde están todos los que el Padre le encomendó, además de que el mismo Padre está donde están los suyos: “ Si alguno me ama, mi Padre le amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él… y en él haremos nuestra morada”.

 

Si bien hay  voces que afirman que Cristo ascendió el mismo día de la Resurrección, nosotros preferimos quedarnos con los cuarenta días, para poder atender mejor a aquellos tres grados o escalones de abatimiento de Cristo Jesús: su Encarnación, su Cruz y su Muerte, que vendrían a corresponder a los tres grados de exaltación: su resurrección, su Ascensión y el hecho de sentarse a la diestra del Padre, como a quien se le reconocen sus méritos en el campo de batalla.

 

San Ambrosio gustaba de decir que Cristo “Bajó Dios y subió hombre”, sintiendo  que Cristo Jesús cuando bajó era el Hijo de Dios, cuya divinidad ocultó como  durante un eclipse,  con la oscuridad de su propio Cuerpo, pero al morir y subir a su Padre de donde había bajado, ya era desde entonces y para siempre el Dios-hombre. 

 

Esto mismo lo afirma San Zenón:  “El Señor bajó purus  del cielo y entró  en el cielo carnatus (encarnado, revestido de carne mortal)”.

 

“Semejante aventura no resultó baldía, pues lleva a su casa cuando abandona la tierra, un buen trofeo: la carne, la carne humana, carne en su esplendor. La lleva como un capitán lleva su botín  a la tienda, la espada arrebatada al general vencido, lo mismo que un esposo lleva a su amada hasta su tálamo” CAbodevilla. 

 

Para nosotros, el hecho de que Cristo que haya subido a su Padre y esté sentado a su diestra, tiene cuatro  implicaciones:

 

Primero. Cristo es nuestro hermano, y si él ha triunfado, nosotros sentiremos una alegría desbordante,  porque es el hermano mayor el que ha triunfado sobre el pecado y la muerte y nos invita a vivir cerca de los que ama el Señor, los pobres y los necesitados.

 

Segundo. Si Cristo triunfó no es para vivir siempre solo. El triunfa para conquistarnos un lugar cerca del Padre, y habiendo perdonado nuestro pecado, nos invita a vivir siempre con él.

 

Tercero. Me emociona pensar que ese corazón de Cristo que dejó de latir en lo alto de la cruz, que conoció la frialdad de la tumba y de la muerte, ahora  sigue latiendo cerca del Padre Dios,  por tanto una parte  de nosotros ya está del otro lado, esperando que nosotros también podamos latir al unísono con el corazón Divino de Cristo el Hijo de Dios.

 

Cuarto, mientras esto llega, nosotros tenemos que seguir el consejo de los ángeles que casi tuvieron que tomar a los apóstoles de los hombros para hacerles caer en la cuenta de lo que el Señor les había pedido al final, antes de subir a los cielos: Vayan, anuncien mi Evangelio, a los que les crean, bautícenlos, y a los que bauticen, háganles vivir en la forma que yo les he mandado.