III Domingo de Adviento, Ciclo A

Mateo 11, 2-11: Juan Bautista, ¿El Profeta despistado?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

       Juan Bautista fue el embajador plenipotenciario del Padre para dar a conocer a su Hijo ya presente entre los hombres. Él se preparó con toda la vida. En el desierto fue templando su voluntad, que no se doblegaría ante nada y ante nadie, porque él tendría que anunciar a todos los hombres: “Ya esta entre ustedes al que están esperando. No sigan esperando más. Ya esta entre ustedes el que los bautizará con el Espíritu y con el fuego”. Y se puso a la obra, comenzó a predicar en pleno desierto y las gentes lo buscaban. Eligió a varios discípulos que serían también sus colaboradores. Las multitudes lo asediaban. Se dejaban bautizar por él y confesaban sus pecados. Les hablaba con palabras rudas, viriles, que ponían a cada oyente entre la espada y la pared. Hasta que un día las gentes llegaron a preguntarse si el mismo Juan Bautista no sería el enviado del cielo, el Mesías, el Salvador. Pero fue tan grande en su humildad, que supo ser sincero con sus gentes para decirles que no, que él no era el enviado. Tengo la convicción de que si él hubiera dicho que sí, las gentes le hubieran creído, por lo menos por algún tiempo. Pero fue tan grande que supo decir no, supo decir la verdad. Y también llego la hora de la verdad, pues a causa de su lengua larga, de su defecto de decir a cada quien sus verdades, tuvo que toparse con el Rey Herodes, que vivía de manera disoluta, y éste envió al Bautista a la cárcel, y posteriormente lo mando matar, movido por su vanidad y su tonto orgullo.

        Por eso sorprende que el Bautista ya en la cárcel, hubiera mandado a dos de sus discípulos con una embajada muy extraña: ¡preguntarle al Mesías si él era el enviado o habría que esperar a otro! ¿Cómo era posible que habiendo dedicado toda su vida a darle a conocer, al final de su vida, poco antes de ser asesinado hubiera dudado de la legitimidad del Cristo el Salvador?

        Pero no parece que Juan hubiera sido un despistado, sino más bien, para que sus discípulos no estuvieran celosos del nuevo predicador, del que ahora continuaba la labor de su maestro ya en prisión y para cuando él se alejara de este mundo, quizá pudieran sus antiguos discípulos ser desde entonces también discípulos de Cristo Jesús.

        Así lo da a entender el texto evangélico, pues Cristo no les da una respuesta afirmativa, no se autodefine como el Mesías, sino que simplemente invita a los discípulos de Juan a que se quedaran una temporada con él para verlo actuar, para verlo acercarse a las gentes, para iluminarlos quizá con antiguos textos de los profetas que hablaban de él.

        Y lo que los discípulos de Juan vieron, seguramente les sorprendería agradablemente y los maravillaría, lo mismo que a nosotros si hubiéramos estado ahí: los ciegos de nacimiento se regresaban viendo, los cojos comenzaban a andar, los que habían muerto volvían a la vida, y sobre todo vieron la profunda delicadeza de Cristo tratando con los pobres, los tullidos, los leprosos, y sobre todo con los pecadores, con los que los fariseos y los saduceos consideraban como los más bajos entre todos los hombres, las prostitutas, los publicanos y en general los pecadores. Lo que Cristo hizo con los discípulos de Juan fue remitirlos a lo que los antiguos profetas señalaron como señales de la venida del Reino.

        Los discípulos, ya no lo dice el texto evangélico, seguramente regresaron y contaron a su maestro las maravillas que habían visto en Cristo, y el mismo Bautista, maltratado, deprimido y sobre todo prisionero, se sentiría confortado con el consejo de Cristo a los discípulos: “vayan con su maestro y fortalezcan sus manos cansadas, afiancen sus rodillas vacilantes por los grilletes de la prisión, y si su maestro está apocado díganle: ¡Ánimo! No tengas miedo, he aquí que tu Dios, vengador y justiciero ha llegado ya para salvarte”.

        Pues nosotros de nueva cuenta, en medio del Adviento, tendríamos que acercarnos y preguntarle a rajatabla a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? ¿Tienes solución para los problemas del hombre de hoy y para sus estructuras? ¿Podemos esperar de ti la respuesta a tantas preguntas que el mundo tiene planteadas el día de hoy? ¿no será anticuado tú mensaje cuando pides que se respete la vida mientras la mujer dice que su cuerpo le pertenece; cuando pides compartir los bienes terrenos, mientras el hombre dice que negocios son negocios y que su trabajo le cuesta a cada quien conseguir sus propios bienes; cuando pides que respetemos la dignidad tanto del hombre como de la mujer mientras se les usa ahora como escaparate, como percheros, como ganchos para vender y vender productos; cuando pides que el hombre esté sobre todos los bienes mientras los hombres comercian con la salud y con la vida mientras ofrecen toda clase de drogas para hacerlos evadir sus propios problemas?

        Y seguramente que Jesús nos responderá no con una afirmación tajante, sino que nos remitirá a los hechos provocados por él con su venida, invocando también al antiguo profeta Isaías: “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y podrán contemplar las maravillas de sus discípulos que se aman hasta ser la admiración de todos los hombres… los oídos de los sordos se abrirán para escuchar los quejidos de dolor de los que sufren en la injusticia, en la miseria o en la enfermedad y ponerse manos a la obra a remediar los males… saltará como un siervo el cojo para ir en ayuda de los que sufren de opresión, de los que son maltratados por su pobreza o por su pequeñez, hasta convertirse en intrépidos defensores de vida humana aunque se trate de una vida tan pequeñita como una semilla de trigo…volverán a casa los rescatados por el Señor, los que han sido liberados por su pecado, de su maldad, de su egoísmo, de su error, de su ceguera… vendrán al Señor con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría: serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado”.

        En nuestras manos está el hacer que las antiguas profecías tengan cumplimiento en nuestros días, y podamos tener una Navidad en paz, en sosiego y en la alegría, en la profunda alegría del corazón.