XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 18, 21-35: ¿El perdón entre los hombres es grandeza o debilidad, magnanimidad o derrota?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda  

 

Les transcribo a mis lectores, haciendo brevísimos cambios, y sin comentario final, una carta que recientemente me ha llegado, y que viene a ser el mejor comentario al texto evangélico de este domingo: “Poco después de mi matrimonio me di cuenta que mi marido era un mujeriego empedernido y que incluso antes del matrimonio ya tenía relaciones con varias mujeres, pero fue tan discreto que nunca sospeché la clase de hombre con el que yo me iba a casar. Debo decir en descargo, que nunca recibí un mal trato de mi marido, que se comportó con toda delicadeza, pero la vez que descubrí que sus ausencias del hogar no  era por sus viajes en el trailer ni por su trabajo, sino que se entretenía en placeres con otra mujer, me sentí la más desolada de las mujeres. Hablamos, y me prometió que nunca volvería a las andadas. Yo consulté con un sacerdote, en el que encontré consuelo y apoyo, y “decidí  que era necesario” perdonar a mi marido. Y creí que lo había perdonado, pero como las ocasiones se siguieron dando frecuentemente yo no sabía si en verdad lo había perdonado, y  si tendría que seguir perdonando indefinidamente hasta que él llegara a cambiar de vida. Nunca tuve tranquilidad interior, por eso  me refugié en mis hijos, que fueron llegando con el tiempo, y que de momento me hacían olvidar o entretenerme de las salidas de mi marido.

 

Alguien me aconsejó dejarlo, o  pedirle el divorcio, incluso alguien me aconsejó que le pagara con la misma moneda,  pues no estoy tan tirada a la calle. Yo me resistía a todas esas recomendaciones, porque todas me parecían alocadas. Un buen día, entré en una iglesia que yo acostumbraba visitar, donde pasaba junto a un crucifijo de tamaño natural en el que nunca había reparado. Pero ese día, la luz iluminaba sólo su rostro, con su consabida corona de espinas, con algunas gotas de sangre y sus ojos cerrados, pero todo ello reflejaba una gran serenidad, una profunda serenidad. Yo no pude hacer más que sentarme, y las lágrimas comenzaron a fluir tan espontáneamente que no tuve que reprimirme. Lloré con unas lágrimas que al mismo tiempo que corrían por mis mejillas, las sentía como bálsamo para mi atribulado corazón.  

 

Y entonces entendí lo absurdo de aquella pregunta que Pedro, que seguía una escuela de “gran generosidad”, le formuló a Cristo: ¿Verdad que debo de perdonar hasta 7 veces? Como si Cristo igual que algunas escuelas, tuviera una tarifa que pudiera aplicar a sus seguidores. La respuesta de Cristo vino motivada no por la ofensa inferida, sino según la grandeza de su amor y de su corazón: “Hay, Pedrito, no solo siete veces, sino setenta veces siete, o sea siempre. Siempre. Siempre”. También entendí en ese momento aquella Parábola que le dirigió Cristo a Pedro pero también a todos sus seguidores: “había una vez, como en los cuentos, un inversionista Bryan, que quiso ajustar cuentas con todos sus afiliados. Entre ellos había uno, Walter que le debía muchos millones. Al momento de hacer cuentas, éste le confesó que no tenía con qué pagar. Se determinó echar mano de todas sus posesiones y ni aún con todo lograría pagar la deuda. Por eso iría a dar derechito a la cárcel. Aunque no había una relación afectuosa con el inversionista, cuando Walter le suplicó y le lloró y se le arrodilló, se sintió conmovido, lo soltó y hasta le perdonó la deuda. Lleno de agradecimiento, Walter sintió que había vuelto a nacer, ya no tenía aquella deuda que le angustiaba, pero curiosamente, saliendo de ahí, se encontró con Gregory que le debía unos cuántos miles  de pesos, y como no le pagó, a pesar de que éste le pedía un tiempo razonable para pagarle, inmediatamente mandó meterlo a la cárcel sin ninguna consideración. No tardó en llegar la noticia a Bryan que indignado con la actitud de Walter, mandó que lo metieran a la cárcel, hasta que no pagara hasta el último centavo, pues no había sido capaz de misericordia y perdón como él había hecho. Qué razón tenía Cristo al comentar que el Buen Padre Dios hará lo mismo con cada uno de nosotros, si no somos capaces de perdonar de corazón a nuestro hermano. En ese momento comprendí que Dios estará siempre dispuesto a perdonar, una y mil veces, pero la única cosa que pide es que nosotros hagamos otro tanto con el que nos ha ofendido. Desde entonces la actitud hacia mi marido cambió. Sentí que nunca había perdonado, que no había vuelto a mirarlo a los ojos, que siempre había tenido una actitud retadora, y que él mismo se sentía siempre acusado. No sé cuánto tiempo lloré delante de aquella imagen, considerando que Cristo no sólo había perdonado a los que lo había reducido a tal condición, sino que había pedido por sus enemigos, e incluso, cosa que yo consideraba inaudita, los había disculpado: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”.  

 

Cuando comprendí todo aquello, regresé corriendo a casa, abracé a mi marido y con una nueva mirada le hice comprender que no tenía de qué acusarlo, que mi perdón era sincero  y que no tendría que pedirle cuentas de nada desde ese día. Qué descanso experimenté. Me sentí humanizada, porque me sentí amada y sabía que yo también amaba.  En ese momento sentí la fuerza del Espíritu Santo, para que mi perdón fuera total, incondicional y sentí que era una apuesta a mi marido, de la misma manera que Dios confía una y mil veces en nosotros, en lugar de recelar otras tantas veces de sus hijos. No fue más que una sola mirada a mi marido que me miró desconcertado pero al mismo lleno de esperanza y de agradecimiento por mi mirada y mi abrazo. ¿Eso fue lo que motivó el cambio de mi marido? Nunca lo sabré pero desde ese día las cosas cambiaron en mi hogar, ahora somos una familia feliz, él ya no volvió a sus antiguas aventuras, y no precisamente por viejo o enfermo o achacoso, sino por una bendición del Señor. ¿Cuándo vas a experimentar tú la gracia del perdón fraterno para que te sientas con ganas de levantar la vista y ser perdonado tú mismo por el Dios que nos ha salvado en su Hijo Jesucristo?”.