XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 20, 1-16: ¿Tú ya tienes “comprado” tu lugarcito en el cielo?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

  

 

Si los que estamos atrás del altar y los que han renunciado desde temprana edad a una vida “normal” para servir al Señor, pudiéramos de vez en cuando dejarnos predicar por nuestras gentes, si nos pusiéramos a considerar el éxodo de gentes que se alejan de nuestra Iglesia, porque no han encontrado sino ritos vacíos, sin compromiso social y largos rezos en los que no se pone el corazón; y si también de vez en cuando escucháramos como dirigida a nosotros la Palabra de Dios, otro gallo nos cantaría. Cuando consideramos que ya la tenemos ganada, cuando pensamos que ya tenemos comprado el cielo porque hemos intentado ser misioneros, cuando nos consideramos dentro del gueto, de la gente “nice”, agradable, bella, simpática y sonriente, elegida por Dios, pero no nos alegramos verdaderamente de que muchas gentes están luchando también por su lado para conseguir la salvación, pero sobre todo porque Dios está manifestando su plan de salvación sobre todas las gentes, entonces nos conviene escuchar la parábola de Mt en su capítulo veinte, para meternos en una etapa en que el Espíritu Santo vaya marcando la pauta y nosotros nos empeñemos en una acogida franca, con un testimonio alegre, donde no haya privilegios, sino una muestra de confianza en Dios que nos puede salvar a todos con la entrega en la cruz de su Hijo Jesucristo y su resurrección.

A nosotros nos dedica Cristo su parábola con un solo mensaje. Dios está pensando seriamente en nuestra salvación, porque nos ama con un amor juvenil. Esa parábola pronunciada hoy, volvería a levantar ámpulas, pensando que Dios propicia la injusticia y la desigualdad entre los hombres. Probablemente Cristo tendría que comparecer hoy ante un tribunal de los que juzgan las causas de los trabajadores y los patrones, porque las leyes de hoy no son como las de su tiempo. Y nuevamente Cristo tendría que decirnos, que los dones que Dios da, no están motivados por un contrato colectivo de trabajo, ni por una tarifa, y ni siquiera por las fluctuaciones diarias de Wall Street que amasan las grandes fortunas para algunos, y que dejan a otros en la calle, solo porque un señor que vive en Washington amaneció con catarro.

Cambiando algunos detalles que la hagan más legible, invito a mis lectores a que se gocen con el mensaje de Jesús, y sólo me atreveré a hacer al final, una breve conclusión: “El Reino de los cielos se parece a un empresario, que a las 6 de la mañana salió a contratar trabajadores para su viña. Quedaron contratados libremente en trabajar todo el día por un denario. A media mañana y al medio día volvió a salir y por último, salió también hacia las 5 de la tarde, faltando una hora para la salida y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: “¿porqué han estado aquí todo el día sin trabajar?”. Ellos respondieron: “Porque nadie nos ha contratado”. Y él les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar a mi viña”.

Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: “Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.

Cuando les llegó el turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: “Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor”.

Pero él respondió a uno de ellos: “Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues lo tuyo y vete. Yo quiero darle al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?”

De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.

Esa es la parábola. Me gusta mucho su final, cuando para sorpresa de los trabajadores de la primera hora se les grita: ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que me de mi regalada gana? ¿O vas a tenerme rencor y a rechinar los dientes de coraje porque yo soy bueno?

¿Yo tendría que mostrarme enojado porque siendo sacerdote y habiendo empleado mi tiempo en intentar servir al Señor, al final, pudiera verme un día sentado junto a los que robaron, violaron, secuestraron, ejecutaron a los que no se sometían a su dominio? ¿Tendría que sentirme enojado o incómodo por estar sentado cerca del buen Padre Dios con los que sembraron drogas, con los que fabricaron los estupefacientes y los que sometieron a muchas mujeres al nivel de esclavitud? ¿Yo que prediqué muchas veces contra el aborto y en defensa de la vida, tendría que mostrarme todavía enojado contra las mujeres que ahogaron la vida en su propia entraña? ¿Y tendría que renegar por estar sentado junto a los que extorsionaron a sus trabajadores, pagándoles sueldos de hambre y despidiéndolos injustificadamente? ¿No tendría que verme por el contrario, radiante de alegría porque todas esas gentes encontraron perdón y acomodo en el regazo del Buen Padre Dios? ¿Tendría que pedirle a mi Dios que se siga mostrando hosco, duro, despiadado contra los que practican el mal y no más bien bondadoso y lleno de misericordia para todos ellos?

Gracias porque me han seguido hasta el final. ¿Ya podemos comenzar a gozar de la invitación para trabajar en el Reino de Dios?