XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 22, 1-14: Un banquete de bodas muy especial

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

  

 

Quieren escuchar una historia que levante ámpulas y les haga soñar y estremecerse como con aquellas películas de Federico Fellini, muerto ya hace muchos años?

Pues ahí les va, como en los cuentos infantiles, érase una vez un rey que sintió que había llegado el momento de casar a su hijo y celebrar para él la boda más rumbosa, la boda que no olvidarían nunca los invitados de su reino. Serían contratados los servicios de la mejor compañía gastronómica, sería arreglado el mejor salón del castillo, las invitaciones personales serían sumamente atractivas, y los invitados, serían los mejores invitados, que con su presencia harían como adornos para cuando su hijo desfilara ya acompañado por su esposa por el pasillo central, acompañado por los mejores músicos del reino.

Pues salieron los criados con caballos, con trompetas y tambores a entregar personalmente las invitaciones a los que habían sido seleccionados con todo cuidado. Pero inexplicablemente los invitados no quisieron asistir, aunque se tratara del hijo del rey. Cuando éste se enteró de que sus invitados no acudirían, pensó que no era posible que su hijo sufriera el bochorno de aquella negativa e inmediatamente mandó otros mensajeros con un mensaje, ¡VENGAN A LA BODA! Todo esta preparado, los mejores cocineros están preparando exquisitos platillos y la bodega real ha sido abierta para dejar salir los mejores vinos que se prepararon con muchos años para esta ocasión. Pero de nueva cuenta los invitados se negaron a venir alegando que cada quién tenía sus propios compromisos y que no iban a dejar por una invitación a palacio. Los criados fueron tratados muy mala manera e incluso a algunos de ellos les causaron la muerte. Pues como se trata de un cuento real, el rey, encolerizado y sintiéndose humillado y como los reyes nunca dejan de ser reyes, mandó que aquellas gentes dieran cuenta de sus vidas, y la ciudad, aunque fuera la ciudad real fue arrasada por el fuego. Y como los primeros invitados no fueron dignos de estar en la fiesta, nuevos criados recibieron la orden real de ir por todos los caminos, por todas las encrucijadas, para que invitaran a cuantos hombres y mujeres pudieran encontrarse, para hacerlos sentar en la fiesta. La fiesta se llenó de sorprendidos comensales que no se explicaban como pudieran ser tratados con tanta cortesía en una sala real que nunca de los nunca jamás se hubieran imaginado visitar. Y luego ocurrió algo también inexplicable. Cuando el rey llegó, acompañado de toda su corte, se dio cuenta que entre todos los invitados, había una persona que se atrevió a ir sin el traje de boda, y mandó que lo sacaran y le dieran un castigo ejemplar. ¿Verdad que es una historia muy extraña? ¿Y sabéis quién la contó? Pues nada menos que Cristo Jesús. ¿Y saben a quién se la contó? Pues precisamente a los sumos sacerdotes y a los ancianos de su pueblo, o sea a la gente más importante de su nación que pretendían ostentar una dirección espiritual para todos, mientras gozaban de una situación de total privilegio social, político y sobre todo económico sobre todo límite. Ellos sojuzgaban a su pueblo y lo cargaban con cargas que ellos no movían ni con un dedo. Con esta parábola Cristo les estaba anunciando lo que pasaría con su pueblo y sobre todo con sus pretendidos directores espirituales, lo que ocurrió verdaderamente, pues unos cuántos años después de la muerte y resurrección de Cristo, la nación de Israel, por su rebeldía y por su orgullo nacionalista, fue arrasada y lo que era el orgullo de su nación, la ciudad de Jerusalén y sobre todo su templo, construido por el Rey Salomón, quedaron destruidas para siempre.

Cabe recordar que Cristo cuando les contó la historieta a los directores de su pueblo, añadió que el Reino de los cielos se parece precisamente a un banquete de bodas. ¿Y nosotros nos preguntamos qué tiene de parecido un banquete de bodas con el Reino de los cielos? ¿Porqué Cristo que no era casado se refirió muchas veces al Reino de los cielos comparándolo con banquete de bodas? No hay acontecimiento en la vida de las familias que mueva más sentimientos entre los hombres. Ahí se ponen en juego muchos sentimientos y muchos instintos primarios de los hombres y en todo eso campea la alegría, el regocijo y ahí se planean nuevas bodas. Y ahí se dan dos instintos animales que en la boda son elevados a una buena categoría humana y espiritual: el hambre y el deseo sexual. El hombre tiene que alimentarse para poder vivir, pero ese instinto se convierte en la boda en un motivo de convivencia, de alegría, de acogida, un llamar a los amigos y familiares para un banquete que a lo pobre o a lo rico a todos les haga convivir y sentir que vale la pena vivir para gozar esos momentos de plena aceptación y acogida. Y el otro instinto, el sexual, no se ve simplemente como el deseo y la entrega de dos cuerpos sino la apertura de dos personas que en la ayuda mutua, quieren caminar juntos por la vida cantando y contando a todo mundo su alegría y su gozo. En la boda se conjuntan admirablemente el instinto y el amor humano. Qué bonita la unión precisamente de un solo hombre con una sola mujer y por toda una vida. ¡Qué bonitos se ven los novios y cómo contagian su alegría! Son ya un anticipo de esa vida nueva que anuncia Cristo donde habrán cesado las penas, los dolores y la violencia para dar paso a la alegría, a la acogida y a la convivencia fraterna bajo la mirada amorosa, cálida y acogedora del Buen Padre Dios.

Nos olvidemos que la parábola de Cristo fue planteada como una revisión de vida para los dirigentes de su pueblo, y una admonición a la rebeldía del pueblo, pero para nuestra vida, será un volver a tomar conciencia una y otra vez de aquella bendita invitación: “VENGAN A LAS BODAS”. Dios nos sale al encuentro para ofrecernos su amor y fundir su amor divino con nuestro amor humano, para hacer un solo e inconfundible amor: el amor de Dios hecho Carne en su Hijo Jesucristo. No puedo dejar de mencionar que la parábola de Cristo se parece mucho a la batalla campal que se verifica cada domingo en muchas familias, cuando la madre invita a los hijos y al marido a acudir a la Santa Misa , nadie le hace caso, ella se pelea con todos, y se va triste, ella sola, con lágrimas en los ojos a un banquete de bodas en la que nadie quiso participar. Yo termino recordando que aunque la obra de la salvación es una obra de Dios, también es una respuesta en el amor, imprescindible, recordando a San Agustín que decía que si bien es verdad que Dios nos creó sin nosotros no nos salvará sin nosotros. VENGAN A LAS BODAS, APRESÚRENSE.

Tu amigo el Padre Alberto Ramírez Mozqueda