Conmemoración de los Fieles Difuntos

Juan 11, 17-27: ¿Fieles, porque son difuntos?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

  

 

Hoy todos los panteones, desde los de los pueblos remotos situados en profundos sumideros, los situados en lo alto de las montañas, y los de las grandes ciudades, hoy se ven poblados por gentes que hacen su incursión anual para volver a meterse nuevamente en la “vida” de todos los días.  Es un buen fenómeno a estudiar, y de hecho, en todos los diarios aparecen hoy comentarios de sociólogos, antropólogos, artistas, intelectuales, escritores y periodistas. Hoy el tema es la muerte. Pero para el cristiano, hoy es el momento de redescubrir la muerte no como la que troncha todos los deseos, las aspiraciones y los sueños de todos los hombres, sino el momento de la auténtica, de la verdadera vida, como decía Santa Teresita: “ Yo no muero, entro en la vida”.

 

Por eso, podemos redescubrir la muerte, con las dulces y esperanzadoras palabras con que la Iglesia prepara al cristiano en su lecho de muerte para la nueva vida: “ALMA CRISTIANA, AL SALIR DE ESTE MUNDO, MARCHA EN EL NOMBRE DE DIOS PADRE TODOPODEROSO QUE TE CREÓ… la muerte será ciertamente un paso difícil que parece que corta de raíz las aspiraciones del hombre, del niño a conseguir su juguete favorito, del joven que aspira a terminar su carrera y formar un hogar donde se respire vida, del político a los primeros puestos de poder, del sacerdote a llenar su iglesia los domingos, del anciano de prolongar sus días para escribir sus memorias y sus anécdotas, pero considerado así, la muerte no será sino la oportunidad para el grito del Padre: “Ven, el banquete está preparado, ven que te espero, ven, a formar la gran familia de los que han confiado, de los que se han entregado, de los que han vivido en plenitud el llamado a la vida y a engendrar nuevas vidas”.

 

“…MARCHA EN EL NOMBRE DE JESUCRISTO, HIJO DE DIOS VIVO, QUE MURIÓ POR TI…”. La muerte del cristiano no significa dejar bajo la pesada lápida o bajo el fuego del  incinerador todas las esperanzas de vida. No es el momento absurdo, inesperado, dramático y absurdo que deja a las familias con un fuerte sentimiento de frustración y de desamparo, sino el consuelo de ese Cristo que también quiso, ya metido en el pellejo de los hombres, conocer el dolor y el sufrimiento, la soledad y la angustia, reflejados en la muerte, pero para dar paso a la vida, a la nueva Vida que el Padre le ofrecía por la donación de su vida y que puede ofrecer como el máximo galardón a todos los mortales que se le entreguen y confíen en él. En Cristo tendrán cabida entonces todas las aspiraciones y los deseos de inmortalidad que de una u otra forma llevamos en nuestro interior. Someterse a la muerte con Cristo será pasar por un túnel inmenso, como lo han contemplado algunas personas que estuvieron muy cerca de la muerte, para desembocar en el lago inmenso de la paz, la alegría y la dicha de vernos reunidos en torno al Hijo mayor que nos ofrece su regazo eterno.

 

“…MARCHA EN EL NOMBRE DEL ESPÍRITU SANTO QUE SOBRE TI DESCENDIÓ. ENTRA EN EL LUGAR DE LA PAZ Y QUE TU MORADA ESTÉ JUNTO A DIOS EN SIÓN, LA CIUDAD SANTA , CON MARÍA, MADRE DE DIOS, CON SAN JOSÉ Y TODOS LOS ÁNGELES Y SANTOS”.   El Espíritu de Amor que engendró en el seno de María a Cristo Jesús, al dar vida a su cuerpo mortal y al resucitar su cuerpo muerto después de haber bajado a la tumba, el que lo acompañó desde el momento sublime desde su Encarnación en el seno de la Madre de Dios, acompaña también al cristiano, lo vivifica desde el momento del bautismo y lo acompaña en el momento supremo de su paso de esta vida a la Vida del Padre, y nos acompaña a hacer las maletas, lo que tenemos que llevarnos, nuestras buenas obras, la vida de entrega a los demás, la vida de entrega y de justicia por el bien de los hombres, los buenos ejemplos de los abuelos para los nietos, las obras de misericordia y de caridad para con todos, la entrega del misionero por el bien de gentes lejanas y la generosidad del joven que por salvar a otros renuncia a su propia vida.

 

De esta manera, en la fe, en la esperanza y en la caridad cristianas, hoy depositemos una oración confiada por nuestros difuntos y por los que nos preparamos para la vida nueva después de nuestro paso por este mundo.