Fiesta. Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán.

Juan 2, 13-22: ¿Templos o museos de arte?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

  

 

Sin lugar a dudas, pasear por las grandes capitales de Europa tanto del Este como del Oeste, las visitas obligadas siempre incluyen la visita a las grandes catedrales, antiquísimas muchas de ellas y sus templos que han dejado ya el concepto tradicional, y ahora no son propiamente lugares de oración. Las gentes corren y corren encontrándose con muestras de arquitecturas distintas, con cuadros y con imágenes de oro y plata y piedras preciosas, con una ornamentación exquisita, con vitrales que son una delicia para los ojos, o con conciertos de órgano que no son comparables a ninguna otra cosa en el mundo. Es lo que los guías te muestran. Nunca te muestran la capilla del Santísimo, señalizada por la lámpara roja cerca del sagrario. Te das cuenta que ahí está porque aún algunas, pocas gentes, se atreven a poner su cabeza entre sus manos para intentar orar entre el ruido causado por los turistas y sus cámaras y sus flashes. Casi siempre hay que pagar por entrar a los templos, que a lo mejor ya no son propiedad de la Iglesia, sino del Estado o del Municipio. En el mismísimo corazón de Cracovia, no en la catedral que fuera del futuro Papa Juan Pablo II, sino en pleno centro de la ciudad hay una Iglesia con puertas distintas, una para fieles que pueden visitar libremente su templo y otra para la sección donde está el altar principal, ricamente ornamentado, para turistas que pagan su entrada igual que a un museo. Cuando sales, vas contento por tantas obras de arte pero vacío, porque no has encontrado a Cristo, que ciertamente tiene su imagen, normalmente crucificado, en el centro de los templos, pero en cuya figura casi nadie repara.

Qué lejos se siente ahí aquel Cristo que en un momento crucial de su vida, viendo la triste situación en que sus contemporáneos tenían convertido el magnífico templo de Jerusalén que de ser el lugar de oración, lo habían convertido en un lugar de poder económico, político y social y un lugar en que se intercambiaban monedas para la ofrenda para el templo y se comerciaba ahí mismo con animales propios para el sacrificio. En esa ocasión Cristo tomó un cordel y echó violentamente a los animales y volcó las mesas de los cambistas, lo que encendió la cólera de las autoridades religiosas y civiles, contra el advenedizo que atentaba contra sus pingues intereses económicos. Al ser interrogado sobre su actuación, Cristo señaló directamente su situación. Sería destruido, sería muerto, pero sería reconstruido, por decir así, sería resucitado. En el juicio de Cristo esta acción y estas palabras suyas decidieron su final, pues sus enemigos afirmaron que él había dicho que si llegaran a destruir el templo de Jerusalén, la gloria de aquél pueblo, él lo reconstruiría en tres días.

Lo que él anunciaba era que el culto al verdadero Dios ya no estaría circunscrito a un solo lugar sino que al Padre habría que adorarlo en espíritu y en verdad. Y desde entonces, el templo ya no sería en lugar donde Dios habitaba, sino el lugar donde la comunidad cristiana se reuniría para buscar al Dios de los cielos, y para encontrarse con Cristo que ya resucitado, caminaría para siempre con su pueblo, alentándolo y fortaleciéndolo desde su Espíritu para continuar en la marcha que termina en la casa del Dios vivo.

Por cierto, el objeto de mi reflexión, va encaminado a informar que hoy celebramos la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, que es la Cátedra, la Sede el Pontífice en turno, donde toma posesión de la Iglesia de Roma y del mundo y desde donde dirige los más importantes mensajes a toda la cristiandad. Vive en el Vaticano, pero su verdadera sede siempre será la Basílica de Letrán, cuya construcción data desde el siglo IV aunque de la Iglesia actual sólo se conservan los cimientos, pues a través de los siglos sufrió dos incendios que acabaron con la edificación. Tenemos que hacer un acto de fe en la presencia de Cristo Eucarístico, y ya que nuestros templos no están en Europa y todavía conservan su sentido, usémoslos para unirnos a la comunidad que se reúne en torno a Cristo para caminar en familia a la casa del Buen Padre Dios.