XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 25, 14-30: ¿Familia unida a pesar del cambio económico?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

  

 

Tres acontecimientos han marcado los últimos días de nuestro caminar. El primero, el tiempo. Tan fácil como un decreto presidencial, y quieras o no quieras tu reloj tiene que adelantarse o retrazarse una hora si quieres seguir formando parte de tu comunidad, y no llegando una hora antes como hacen las viejitas en las puertas de los templos el domingo del cambio o llegar una hora tarde cuando ya todos se han ido y no queda ni el sacristán y las puertas de la escuela o del trabajo ya se han cerrado.

 

Segundo, la economía, los valores económicos, las bolsas que suben y bajan, algo que el común de la gente nunca entiende en sus principios, en sus mecanismos internos, pero que sí notan porque la bolsa de la señora que va al mercado vuelve cada vez más vacía. Una economía familiar que divide, destroza y separa a los esposos, en lugar de hacer frente común para ver de dónde se puede recortar, cuáles cosas superfluas tienen que quedarse fuera y cómo hacer para guardar aunque sea un centavo para lo que pueda ofrecerse algún día.

Y tercero, la muerte, de la que en otras latitudes no quieren oír ni hablar, pero que los mexicanos hemos adornado con luces, con papeles, con colores y que la representamos en panes, en cajetas, en dulces y en altares cargados de objetos y recuerdos, para distraernos de esa realidad que nos sitúa en nuestro justo medio, ni pura tierra ni gusanos, ni gigantes inmortales, orgullo humano vencido que nos han recordado estos días, con ese avionazo en la ciudad de México, que ha dejado sin vida a gentes de primer orden en el mundo político mexicano.

Pues todas esas realidades, vienen a tomar su justo sentido y su valor ahora que estamos por terminar el año litúrgico y en seguida el año civil. Son realidades que tenemos que relativizar ante un acontecimiento que no será un momento más en la historia y en la geografía, sino un momento que transformará para siempre la historia humana, el día de la vuelta del Señor Jesús, como era la visita de un rey a la ciudad, a la comarca o al territorio. Las gentes se apresuraban a emparejar los caminos, a reconstruir los puentes, la barrer y a embellecer los lugares por donde el rey pasaría para visitar a sus súbditos. Eso está muy bien enmarcado en una de esas parábolas magistrales a las que nos acostumbró Cristo, la muy conocida como la de los talentos. Nos habla de un hombre rico, un rey que iba a salir de viaje a tierras lejanas. Llamó a sus servidores de confianza y les entregó sus bienes. Es de mencionar su bondad al confiar sus dones a sus siervos, pero también su dureza y su severidad al juzgar de los resultados. Se nos habla de tres siervos, que recibieron distintos talentos, mismos que fueron negociando según sus posibilidades. Después de mucho tiempo regresó el Señor y pidió cuentas a sus servidores. Dos de ellos habían doblado la cantidad que se les confió y fueron felicitados ampliamente por su habilidad y su ingenio. Pero las miradas se dirigen directamente al siervo que recibió sólo un talento. Aquél hombre no recordó nunca la bondad y la apertura de su amo, y más bien temió su severidad. Cuando se le pidieron cuentas, tuvo que reconocer que había enterrado el talento en tierra, por temor al castigo en caso de que las cosas salieran mal con el talento del amo. Muy justamente recibió su reprimenda, pues en lugar de haber metido el dinero en el banco, menos en una casa de cambio o en acciones en la bolsa, le entregó completa la cantidad recibida, pero sin ningún interés de más.

La interpretación de la parábola para nosotros es clara: Cristo vendrá quizá no tan pronto como esperaban los primeros cristianos, pero ese día será de triunfo para muchos, muchísimos hombres, que recibirán a manos llenas, como sólo sabe hacerlo el Señor, por el trabajo realizado en la tierra, recordándonos que el premio no es correspondiente al trabajo sino a la misericordia de Dios, pero también será de desolación para muchos, porque en el Reino de los cielos no caben los flojos, los atenidos, los que nunca quisieron negociar con los talentos ni meter las manos en el trabajo en el Reino y en la Iglesia todo lo esperaron de Dios.

Prepararemos gozosos la vuelta del Señor en el Adviento ya próximo.