III Domingo de Adviento, Ciclo B
Juan 1, 6-8, 19-28: Cristo está
estropeando nuestras navidades
Autor:
Padre Alberto Ramírez Mozqueda
La presencia de Cristo siempre es inquietante, por eso qué bueno que se
regresó al cielo. Así estaremos más tranquilos. Por ejemplo en esta Navidad,
qué incómodo sería que esa noche, ya servida la cena, se presentara de
pronto una pareja de indocumentados guatemaltecos pidiendo posada, o que la
abuela se hubiera salido del asilo o que la señora de al lado pidiera que la
acompañaran al seguro porque su marido está fuera y le ha llegado el momento
de dar a luz. Todo esto nos echaría a perder la ilusión de la cena y las
luces y los regalos. Qué bueno entonces que Cristo se haya ido a los cielos,
con su Padre, para que nosotros podamos gozar de “nuestra” navidad, con
minúscula, no la auténtica Navidad , la que nos inquieta, la de un Dios que
deja cielo y se encarna, se hace uno de entre nosotros, se mete en nuestros
zapatos y se hace pasar por un desconocido, como ya lo decía Juan el
Bautista: “En medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen”. Sin
embargo, ya está presente entre ustedes. Y eso seguirá siendo una gran
verdad, ahora Cristo sigue presente en cada uno de los pobres, de los que se
han quedado sin trabajo sin saber porqué, de los que no tienen seguro social
y sí mucho trabajo, de los que no tienen para el alimento de cada día y
contemplan cómo diputados y gente de gobierno se otorgan aguinaldos
exorbitantes, dignos de las naciones más ricas.
La verdad que Cristo es molesto y preferimos ignorar aquella página de San
Mateo donde Cristo hablaba claro: “Estuve hambriento y sediento…estuve en la
cárcel… estuve enfermo…estuve sin techo… sin medicinas…sin protección…” para
advertirnos que si queremos ver qué tan cerca estamos de Dios, podamos
preguntarnos qué tan cerca estamos del que sufre. Ignoramos la pregunta y
por eso desplazamos al Cristo que nace y nos quedamos con un subterfugio,
como puede serlo santa Claus que no da molestias, que no da problemas, que
no cesa de reír y que pretende traer regalos a los niños.
En cambio Cristo, ¿Qué trae? Puras molestias, el anuncio de una cruz para
sus seguidores. Sin embargo, Cristo, que San Marcos nos anunciaba el domingo
pasado, siendo el Jesús, el Hijo de María, es también el Cristo, el Ungido,
el que tiene las complacencias del Padre, y también, y esto es lo más
interesante, Cristo es también el Hijo de Dios, con capacidad entonces para
salvar. Alguien que hablaba muchos siglos antes del Nacimiento del Salvador,
el Profeta Isaías, ya lo había presagiado, con palabras que el mismo Cristo
hizo suyas en Nazaret y que constituyen el programa de toda su vida: “El
espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para
anunciar la buena nueva los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a
proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros, y a
pregonar el año de gracia del Señor”-
Éste es el verdadero Cristo, el que viene a quedarse con los suyos, el que
seguirá pregonando la buena nueva aunque los hombres se tapen los oídos, el
que seguirá levantando los corazones hasta el nivel de nuestro Buen Padre
Dios, el que perdonará hasta el cansancio nuestras debilidades y el que nos
hará vivir un año de gracia, de alegría y de paz, que están haciendo falta
en nuestros corazones, en nuestras calles y en nuestro mundo.