III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 1, 14-20: Se solicitan trabajadores para el Reino, atractivo sueldo, incluye viáticos.

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Los primeros días de la vida pública de Cristo fueron todo un trajín. Habían sido demasiados años de inmovilidad en Nazaret. Una inmovilidad aparente, pues mientras estaba en el pequeño pueblecito de Nazaret, era como ciertas plantas de bambú de China, que durante varios años tienen una inmovilidad que a nosotros nos aburriría, y de pronto, en unas cuántas semanas llegan a crecer varios metros, pero no se ladean ni se caen, porque la planta se preparaba echando hondas raíces en el suelo. Eso pasó con Jesús. Se preparó, trabajó con sus manos de obrero, pero mientras iba echando hondas raíces con su oración al Buen Padre Dios. Y cuando todo estuvo maduro, Cristo se lanzó con todas sus fuerzas a la misión que el Padre lo enviaba. No se dio descanso. Y el momento lo marcó el arresto de Juan Bautista. Éste ya había cumplido su misión, ya lo había bautizado por su propia mano y ya lo había señalado con su propio dedo delante de sus discípulos como el Cordero de Dios y algunos de ellos incluso lo siguieron. Todo parecía que Cristo seguía en la línea del Bautista, pues él mismo se dedicó a bautizar a algunas gentes. Pero pronto siguió otra línea totalmente distinta. Incluso en el panorama. Juan predicaba en las montañas agrestes y silenciosas de Judea, y Cristo prefirió para comenzar su ministerio las tierras de Galilea, tierras llenas de luz, sol, de vida, de alegría, tal como su mensaje mismo. Juan prefirió que las gentes vinieran a él, a escucharle, no se movió de su lugar, y Cristo prefirió salir a buscar a las gentes, a los caminos, a los poblados, a las montañas, a los valles y en las inmediaciones del lago de Galilea. Juan hablaba de preparar los caminos y Cristo se presentaba como el Camino mismo, y hablaba no como los rabinos, con razonamientos, sentados frente a discípulos que se congregaban para escucharles. Cristo prefería el apostolado itinerante. Cuando tuvo sus discípulos, sus apóstoles, no los sentó bajo un árbol a instruirlos, sino que los llevó tras de sí para enseñarles en la vida, la manera de tratar a las gentes, de mirarles, de “compadecerse” de ellas, de tratarlas con gran misericordia.

Desde entonces Cristo ya no se estuvo quieto ni un instante y comenzó a gritar por los caminos: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”. El tiempo, el kairós, el acontecimiento de la salvación, de la acogida de la misericordia, y del Reino que ya se había inaugurado con su venida. Pide conversión, vuelta al Dios verdadero, al verdadero Dios e invita a poner toda la confianza en la Buena Nueva que él anunciaba y que era el nuevo tiempo de bondad, de misericordia y de acogida del Buen Padre Dios.

Pero llama poderosamente la atención que Cristo con una clara visión, no quiso dejar caer su palabra, su semilla y su salvación en el vacío. Él llamó desde un principio, a la vida nueva en el Reino, pero en medio de una comunidad, de una familia, de un grupo de amigos en los que se pudiera confiar y dándose la mano, poder formar una gran cadena humana que abarcara a todos los hombres. Por eso una de sus primeras preocupaciones fue buscar a un grupo de amigos para confiarles los secretos del Reino, pero no fue a buscar a sus seguidores al templo, ni los prefirió entre los letrados y los escribas, y no los sacó de entre los puros y los satisfechos, fue a buscar a gente de trabajo, y los fue a buscar hasta donde éstos se encontraban: “Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Un poco más adelante, vio a otros dos pescadores, que estaban remendando sus redes, y llamándoles, inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. ¡Qué prontitud en el seguimiento! ¡Qué mirada tan penetrante de Cristo y qué respuesta tan entusiasta de aquellas gentes! Esa es la respuesta que está esperando Cristo de todos, pero especialmente de los jóvenes, para seguir formando la comunidad, la familia de Jesús, los seguidores del Reino, para inundar este mundo de la luz, del amor, del perdón y de la gracia que Cristo tiene para todos sus seguidores. Ahí estás tú. ¿Tendrás la misma generosidad que los primeros discípulos de Jesús?