IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 3, 14-21: ¿Cristo entre los artistas y comediantes?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Padre, como no quiero seguir pecando de vanidoso, no le doy mi nombre, pero sí le cuento algunos rasgos de mi vida y sobre todo un detalle que cambió para siempre mi existencia. Tengo 34 años y nací en una familia muy cristiana que fue dejando valores que nunca llegué a olvidar pero que quedaron difuminados en cuanto llegué a la adolescencia. Tuve que salir del pueblo para estudiar.  Mi papá quería que yo fuera médico y me apresté a comenzar la carrera. No era lo mío, ya en la capital de la república tomé clases de actuación y de canto, y de pronto me vi en el medio artístico que era lo que yo había soñado. Como mi capacidad, mi rostro y mi cuerpo me ayudaron, pronto pude encontrar acomodo en videos, telenovelas, discos y después de un tiempo tuve el deseo de abrirme paso en la meca del cine, en Hollywood. Tuve que amarrarme el cinturón hasta que conocí a un productor de una disquera que me abrió paso. Pronto llegó el éxito, la fortuna, fiestas y más fiestas, viajes, mujeres, nada me faltaba, pero conforme avanzaba el tiempo yo sentía un vacío que no sabía explicarme.  

Tuve la fortuna de tener un maestro en inglés, que no solo se preocupó de introducirme en los secretos del idioma, sino que fue haciendo mella en mi conciencia. Un día, casi casi me atrincheró, porque  me preguntaba: si tú dices que eres católico y practicante, si dices que tienes una imagen de la Virgen de Guadalupe en tu cuarto, si vas algunas veces a Misa, porqué entonces llevas la vida que llevas? ¿Tu Dios no te pide nada? ¿Qué estás haciendo de tu vida? Yo me resistí hasta donde pude con su andanada de preguntas, pero en cuanto él salió y cerró la puerta, yo me quedé sólo con mi conciencia y como en cascada, llegaron un abismo de emociones, un calor inexplicable, un temblor y un llanto que me consumía. Duré así varios días sin tener una respuesta que dar a tantas inquietudes surgidas en un solo momento, y entonces me acordé de lo que mi madre me había leído cuando yo era sólo un adolescente: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sin que tenga vida eterna”. Ese era el túnel de luz que yo estaba esperando, el Dios que viene a mi encuentro y que no me pregunta dónde has andado, sino que me acoge, me recibe, me abraza y me perdona. Ese era el fuego que me consumía interiormente, y ese mismo día pedí perdón  a Dios e hice trato de por vida de no usar mis talentos para ofenderle, sino todo lo contrario, para hacer que los hombres se amaran cada día mas.

Tuve  entonces la fortuna de encontrarme con un buen sacerdote al que le manifesté mi deseo de emplear dos años de mi tiempo para irme de misiones al África dando clases allá. “¿Qué qué?”  Exclamó el sacerdote. “Tú no te vas a ningún rincón del planeta, tu te quedas a trabajar en tu ambiente, donde te encontraste a Jesús, donde estabas desarrollando tus talentos, en Hollywood”. Pero padre. ¿Qué haría yo tan pequeño en ese lugar de tiburones?  “Recuerda, hermano, que tú no vas solo, el Espíritu Santo de Dios va a ir contigo y tú serás una pequeña llama que ilumine aquella profunda oscuridad, y además, recuerda que Dios ama a este mundo, y que si él nos envío a su Hijo Jesucristo, nos lo envió sin condiciones, y aunque le fue como le fue en lo alto de la cruz, él quiso ofrecer su vida para que este mundo ya no anduviera más en tinieblas”. Y todavía más me recordó: “Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él”. Debo reconocer que quedé convencido de que Cristo venía a ofrecer la salvación para nuestro mundo, pero no sólo para el futuro, sino para este mismo donde nosotros nos desarrollamos, que es al que nosotros estamos llamados a salvar. Desde entonces, he sido fiel a mi promesa, estoy decidido a luchar por los más indefensos de este mundo, los no nacidos aún, por los que sufren injusticia y por aquellos que aún con su arduo trabajo, se les niega el pan para sus propios hijos. Si todos hacemos una cadena de amor, lograremos ver realizado el sueño por el que Cristo dio su propia vida, el amor entre todos los hombres. Felicidades, padre.