V Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 12,20-33: ¿Éxtasis o agonía en Cristo Jesús?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

¿Cuántos huertos de Getseman tuvo Cristo? ¿Sólo fue un momento su entrega y su agonía en la oscuridad del huerto de los olivos? Parece que no. Hubo momentos fuertes en que como todo hombre tuvo Cristo que tomar  la determinación que le comprometía de por vida y hasta su propia muerte. Y se mostró solidario con los pobres, con los sufridos y con los que son maltratados por la injusticia humana. 

La siembra había sido abundante. Todo Galilea fue testigo de su entrega, de su generosidad, de su labor incansable hacia toda aquella gente que desde Jerusalén la capital del Reino y sede el Templo de Jerusalén eran considerados como despreciables provincianos e incluso paganos. La semilla fue esparcida a diestra y siniestra, las gentes le buscaban le asediaban, no le dejaban tiempo ni para comer, menos para la instrucción de sus apóstoles que a decir verdad no adelantaban en el conocimiento del Reino. Fue un incomprendido, a pesar de que fue el mejor maestro de la fe y de la confianza en Dios.  

Pero se llegó el momento de la verdad, y los poderosos, llámense autoridades civiles o religiosas, no le podían perdonar a Jesús que hubiera hablado en contra de la injusticia con que era tratado el pobre pueblo y los pequeños del reino. Él sentía que las fuerzas del mal estaban apretando cada vez más las clavijas, y se llegó a sentir el señorío de la soledad y del abandono. Hubo un momento muy duro para Jesús cuando sintió ganas de correr, de pedir clemencia, de recurrir a su Padre mismo en busca de consuelo. Es la tentación que todos hemos sentido más de alguna vez en nuestra vida. Correr. Correr, donde no nos conozcan, donde podamos emprender otra vida, pero generalmente nos quedamos, a más no poder, porque no hay otro camino. Cristo te comprende. No está al margen de tus angustias y tus momentos de pleno desaliento. 

Jesús tuvo que definirse. La siembra estaba hecha. Pero ahora quedaba dar otro testimonio y ya no sería con palabras de aliento, ya no bastaba dar aliento a otros poniendo su brazo sobre los hombros de los que lo buscaban. Ahora se trataba de dar lo último, ya lo había dado todo, su energía, su juventud, su alegría, su solidaridad, pero ahora era el momento de echar toda la carne en el asador. Y aunque el momento fue difícil y la determinación fue dolorosa, Cristo no se quedó a medio camino y determinó entregarse y dar su vida, pero pleno de amor, de generosidad y aunque se le pedía una muerte en plena juventud y de una manera radical y desacostumbrada, no rehusó y se entregó, aunque la muerte le sobreviniera en lo alto de una cruz.  

Y tuvo que convertirse en semilla que tiene que morir en el surco para dar abundante fruto y supo vislumbrar que aunque los hombres le arrebataran la vida, él la volvería a tomar, para ofrecerla a todos y en todas las épocas de la historia.  

Cuando algunos griegos quisieron verle y reconocer que el templo ya no llenaba sus funciones, sino que ahora era él el lugar y la persona y el cuerpo donde los hombres deberían ofrecer su sacrificio, se prestó voluntariamente, dando ejemplo de que nosotros mismos daremos fruto y llegaremos a fructificar ampliamente, sólo en la medida en que sepamos entregar nuestra vida a pedazos cada día por lograr un mundo más justo, más fraterno, más humano, donde a nadie se le niegue el pan de cada día y donde la justicia no se venda al mejor postor.  

El Padre se decidió y glorificó a su Hijo después de su entrega. ¿Qué esperas tú para morir cada día a ti mismo y comenzar a ser también glorificado por el Buen Padre Dios?¿No será este el momento, en medio de cuaresma, para tomar la determinación que te comprometa de por vida en bien de tus propios hermanos?