III Domingo de Pascua, Ciclo B
San Lucas 24,35-48:
Cansados viajeros no se enteran de la Resurrección

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Muchos cristianos regresaban el domingo de Pascua cansados y rendidos de los días de “vacaciones” con el coche repleto de ropa sucia, tratando de adelantar un poco a los autos que también tenían prisa por llegar, por las carreteras atestadas de nerviosos visitantes. Por eso no se dieron cuenta de otros viajeros, dos en concreto, que también regresaban a sus hogares tristes y desilusionados, pues un día un predicador muy famoso los invitó a dejar sus hogares, y creyendo que serían famosos lejos del pueblo que no les ofrecía ningunas esperanzas, lo siguieron. Pero a su Maestro, después de tener una fama bien ganada por su bondad, su dulzura y las muchas obras de amor que salían de sus manos, inexplicablemente se los mataron, aunque todo mundo estaba seguro de su inocencia. Y ahora regresaban con el temor de la burla que les harían en su pueblecito según aquello de “pueblo chico, chisme grande”, pues regresaban como fracasados. En eso iban, cuando otro viajero, también a pié, se les emparejó en el camino y percibiendo su tristeza y su desilusión, se atrevió a preguntarles porqué tanta congoja. Y entonces sí, dieron rienda suelta a sus congoja, pues el Maestro se había ganado todo su cariño y no había cumplido su promesa de volver a la vida después de su propia muerte.  

Y ni tardo ni perezoso el viajero comenzó a explicarles a partir de las Escrituras todo lo relacionado con su Maestro de una manera vivamente interesante. Lo invitaron a que se quedara con ellos,  y dado que el  personaje misterioso aceptó, y conforme a la proverbial acogida de los orientales, lo sentaron a la mesa en el lugar principal y le permitieron que él partiera el pan con el que se alimentaría toda la familia. Cuando realizó esto, se obró algo extraordinario. En ese momento, reconocieron al viajero como Cristo Jesús, el mismo que había muerto en la cruz, y en ese mismo momento se desapareció de su vista. Y vino la reflexión y las consideraciones: “Pero qué pedazo de animales fuimos (la traducción es mía) al no darnos cuenta que el viajero era el mismísimo Jesús, ¡Por eso nos ardía el corazón cuando nos explicaba las Escrituras!”. Y ni tardos ni perezosos, corrieron a Jerusalén, donde estaban los apóstoles del tal Jesús, para contarles lo ocurrido. Caminaron de noche, pues el gusto no les cabía en el pecho. Y como los apóstoles estaban encerrados, sabiendo su ubicación, tocaron con una piedra, para referirles cómo habían “reconocido” a Cristo al partir el pan, es decir en el momento de la Eucaristía. Pero desde dentro, los apóstoles también les gritaron llenos de alegría, que efectivamente el Señor Jesús ya había resucitado, pues se le había aparecido a Pedro. En eso estaban, cuando se sucedió la visita del mismísimo Cristo a los suyos. No describo lo que ocurrió, porque eso lo hicimos la semana pasada, sólo les digo a  mis lectores, que de la misma manera que Cristo fue explicando a los discípulos de Emaus la Escritura Santa, ahora a los mismos Apóstoles les fue explicando todo lo que se refería a él, instándolos a llevar su Palabra  a todas las gentes, pues “la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados” es urgente para todos los hombres.

En el poquísimo espacio que me resta, sólo detallo que la Iglesia se ha preocupado en su celebración dominical, en realizar lo que Cristo hizo con los suyos los días en que los acompañó como el Resucitado: explicar a los creyentes la Escritura Santa, y luego volver a partir el Pan y repartirlo entre los creyentes. Ojala que nuestra predicación fuera tan convincente, que nuestros cristianos salieran convencidos, con el corazón ardiente, perdonados de sus pecados, alimentados con el Cuerpo del Señor Jesús, a llevarles a sus hermanos la buena noticia de que Cristo está vivo y desea de corazón la paz, la armonía, la justicia y la auténtica fraternidad entre todos los hombres. ¿Lo lograremos? Sólo el Espíritu Santo nos hará lograr Eucaristías vivas y vivificantes.