Solemnidad: La Ascensión del Señor, Ciclo B
San Marcos 16,15-20:
¿Un banquete para todos o sólo para los ricos?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

 

La fiesta está preparada, no hemos llegado aún a la sala, pero las luces ya están encendidas, la música está preparada y el platillo único ya está servido, y Cristo Jesús, mejor y para siempre el Señor Jesús es el encargado de abrir de par en par las puestas del banquete, que se sirve en el corazón mismo del Señor nuestro Dios. La fiesta de hoy, la de la Ascensión del Señor, es la fiesta de la humanidad entera, pues desde el momento en que Cristo puede ascender y sentarse a la derecha del Padre, todo está preparado para recibir a los comensales que participan del banquete, de la alegría y del gozo de su Señor, como cabeza de la Humanidad.

Nunca sabremos cómo fue el hecho de la Ascensión del Señor. Quizá para los niños no tendrá mucho secreto, pues ellos están acostumbrados a esos personajes modernos que se desplazan por los aires y a los cuales da gusto imitar, aunque eso haya causado más de un hueso roto y unas cuantas raspaduras. Pero lo de Cristo no es cosa para pequeños, es cosa de adultos y muy adultos, porque la partida de Cristo significa un antes y un después para la marcha y el progreso de la Iglesia fundada por Jesús. Tenemos que volver a situarnos un momento después de la ascensión tal como lo describe el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Los Apóstoles estaban embobados, sus pobres cabecitas aún no captaban la importancia del hecho que habían vivido hacía un momento. Cristo se les había ido, se les había escapado, quizá nunca lo tuvieron, porque no les pertenecía y ahora se sentían huérfanos y seguían mirando a lo alto. Es necesario que alguien venga a decirles, casi zarandeándolos por los hombros: “¿qué hacen ahí, paradotes, qué tanto miran hacia arriba? ¡Ya váyanse, lárguense, y pónganse a trabajar tal como se los indicaron muchas veces!”. Y desde entonces, los hombres, señalados por Cristo para entrar a la sala de banquetes, oscilan entre dos actitudes a cual más de peligrosas, la primera, quedarse mirando al cielo, como si no tuviéramos pies, como si ya fuéramos angelitos de la gloria, sin compromiso con los hombres, con sus necesidades, con sus angustias, y hacer del seguimiento de Cristo algo insulso, frío, desencarnado, vacío, algo echado a perder. Así es el cristianismo de los que rezan y rezan pero ni se alegran con las alegrías de los hombres, ni les causan tristeza la amargura de quedarse sin trabajo, o la enfermedad que llega y el dinero no alcanza, o la casa que se quedó a medias porque ya no hubo para construir, o la recogió el Infonavit porque no se pudo pagar. Y tope en esta primera actitud, porque la verdad también nos hace falta oración, unión, trato directo con el Señor, nos hace mucha falta la presencia del Espíritu Santo que Cristo prometió, nos hacen mucha falta los sacramentos, la forma más sencilla, más misteriosa y más real de Cristo para quedarse con los suyos sin dejar la casa de su Padre. Sin Cristo no vamos definitivamente a ninguna parte. Pero la segunda actitud es también altamente peligrosa. Es pasarnos como si Dios no existiera, tan entretenidos en las cosas del mundo, que si bien existe otra vida, ya habrá tiempo para pensar en ella, y se nos va la vida y la oportunidad de la otra vida. Nos quedamos sin ninguna.

Si pudiéramos hablar de una tercera actitud, tendríamos que tener la misma actitud de Cristo y comenzar a darnos cuenta que fuimos enviados a anunciar la buena noticia de la salvación, no a crear dudas o a presagiar castigos inmediatos. Lo nuestro sería entonces el arte de acoger, de acariciar, de curar, de amar, de amparar, de liberar y cobijar, porque eso era lo que sentían las personas que se acercaban a Jesús. Y hoy lo podremos lograr cuando nos decidimos a ser defensores de la vida y no de la muerte, defensores del matrimonio y de la familia, dando la cara en la vida política, profesionistas para servicio de todos sobre todo de los más pobres, universidades abiertas a todas las clases sociales, cristianos con un mensaje en los medios de comunicación social, no sólo al exterior sino incluso para los que manejan esos mismos medios, cristianos en los puestos claves donde se maneja la economía de los pueblos para que la riqueza sea patrimonio de toda la humanidad y no sólo de unos cuántos. La labor es inmensa, desproporcionada a nuestros pobres medios humanos, pero para eso Cristo nos dejó a su Espíritu Santo a fin de completar lo que él no pudo pero que sí lograrán realizar los cristianos comprometidos con su mundo y con su Señor Jesús que nos espera en la fiesta que se sirve en la casa del Buen Padre Dios.