Solemnidad: La Santísima Trinidad, Ciclo B.
San Mateo 28,16-20:
Padre Nuestro que estás en el ciberespacio

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda 

 

 

“Las nuevas tecnologías digitales están provocando hondas transformaciones en los modelos de comunicación y en las relaciones humanas. Estos cambios resaltan más aún entre los jóvenes que han crecido en estrecho contacto con estas nuevas técnicas de comunicación y que, por tanto, se sienten a gusto en el mundo digital, que resulta sin embargo menos familiar a muchos de nosotros, adultos, que hemos debido empezar a entenderlo y apreciar las oportunidades que ofrece para la comunicación. Pienso particularmente en quienes forman parte de la llamada generación digital”. Quien así habla es nada menos que el minuspreciado Benedicto XVI que en una visión maravillosa alcanza a comprender los prolongados  alcances que la comunicación tendrá en el futuro de nuestro mundo. Pues en efecto, las nuevas técnicas de comunicación están renovando cada día nuestra manera de ser, nuestra cultura, e incluso nuestro lenguaje, pues quien no se avenga a ponerse al día, corre el riesgo de ser considerado un paria y un ignorante. Vivimos en la “generación digital”, del súper dedo, pues basta oprimir un botón o una tecla, para tener la impresión de que todo se puede conseguir: una coca en la máquina tragamonedas, conseguir un viaje a otro continente, consultar el horóscopo, mantenerse en contacto con seres distantes miles de kilómetros, consultar la cuenta bancaria, solicitar préstamos, conectarse en la enfermedad a la máquina que seguirá los latidos de tu corazón y el buen funcionamiento de tus riñones. Puedes  incluso meterte en un mundo “virtual”, donde puedes ser acariciado y masajeado por otros seres de tu agrado. Los niños pueden interactuar con sus personajes preferidos y los jóvenes pueden comunicarse para hacer amistades y casarse con seres que nunca se han visto. Así hasta el cansancio, y se me ha ocurrido si no se le habrá ocurrido a alguien oprimir un botón y conseguir “por arte de magia” o mejor por arte de ciencia, una comunicación con el ser divino y pedir por Internet un poco de paz para nuestro mundo, o que se muera la vecina que es tan católica porque todos los días va a misa pero que no puede ver a nadie en la cuadra,  o que ya dejen de dar lata los partidos políticos que nos agobian con tanta cochina propaganda. Pero me temo que no, que no será tan fácil conseguir con un solo dedo, tener a nuestro antojo a un Dios del tamaño de nuestras necesidades y de nuestros caprichos.  

Nuestro Dios, y vale recordar que hoy en la fiesta de la Santísima Trinidad, es un Dios que está más allá del ciber espacio, del mundo virtual, de los multimedia, y que desde siempre ha abierto una  página Web llena  de una sola realidad: un amor grande y majestuoso que se respira  en el seno del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,  que constituyen una familia, una sociedad de amor, de entrega y de generosidad. Ese es nuestro Dios. Un Dios amor y comunicación.  Y si ese es nuestro Dios, entonces nosotros estamos llamados a darlo a conocer precisamente a través de los medios de comunicación, según nos vuelve a recomendar don Benedicto XVI:

“Quisiera dirigirme  de manera especial a los jóvenes católicos, para exhortarlos a llevar al mundo digital el testimonio de su fe. Amigos, siéntanse  comprometidos a sembrar en la cultura de este nuevo ambiente comunicativo e informativo, como hicieron los Apóstoles en la primitiva Iglesia, el anuncio de Cristo vivo, a los jóvenes de su edad. A ustedes, jóvenes, que casi espontáneamente se sienten  en sintonía con estos nuevos medios de comunicación, les  corresponde de manera particular la tarea de evangelizar este "continente digital". Ustedes  conocen los  temores y sus esperanzas de los mismos jóvenes, sus entusiasmos y sus desilusiones. El don más valioso que les pueden  ofrecer es compartir con ellos la "buena noticia" de un Dios que se hizo hombre, padeció, murió y resucitó para salvar a la humanidad. El corazón humano anhela un mundo en el que reine el amor, donde los bienes sean compartidos, y donde la identidad de cada uno se logre en una comunión respetuosa. La fe puede dar respuesta a estas aspiraciones: ¡sed sus mensajeros!”