XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 4,35-41:
¿Hasta cuando se decidirá Cristo a despertar de su sueño?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda 

 

 

Nunca me ha gustado la visión de un Cristo superman, tal como algunos autores acostumbran presentarlo, sino el Cristo cercano a nosotros, que sin dejar de ser el Hijo de Dios, se presenta muy en sintonía con los hombres, con sus problemas, con sus dificultades, sus dudas y sus angustias. Por eso me encanta la visión que nos presenta San Marcos en el capítulo cuarto, un Cristo cansado, fatigado, rendido, aún en medio de la tormenta que amenaza con hundir la barca en la que se encontraba con sus discípulos en el lago de Galilea. Pero vayamos por partes. Una tarde, después de haber hablado con las gentes, de haber curado a los enfermos y haber ahuyentado a los demonios, decide embarcarse, e irse al extremo contrario del Lago de Galilea. Se trataba de dejar atrás a las gentes, reparar un poco las fuerzas, seguir instruyendo a sus apóstoles y prepararlos para el encuentro con otras gentes. Los apóstoles comenzaron a remar, en el tranquilo lago de Galilea, pero de pronto, los vientos traicioneros que bajaban de las montañas, amenazaban con hundir la barquichuela en la que iban navegando. Mientras tanto, Cristo rendido, buscó un lugarcito en la nave y se quedó profundamente dormido. Cuando sintieron que ya no podían más, los apóstoles urdieron despertar a Jesús con grandes voces: “¿Maestro, qué no te importa que nos hundamos?”. No les respondió, se restregó un poco los ojos, se estiró cuanto pudo y poniéndose de pie, majestuosamente mandó a los vientos y a las olas que se aquietaran y entonces sí, puesto de pie, increpó duramente a sus amigos. Me imagino a los niños cuando acaban de despertarse, que molestos, tardan en volver a su mundo: “¿Qué mitote traen, qué relajo se botan?” (La traducción en mía, por supuesto) “¿Porqué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”.  

Ese es el Jesús que va con su pueblo, con su familia, con su Iglesia, compartiendo sus deberes, sus compromisos y su fe en el Dios providente que pone límites al mar, a las olas y a las tempestades. Pero es el Cristo que invita a dejar la orilla, la de la seguridad, la de la comodidad y la de los placeres, para vivir la aventura de la fe, aunque eso conlleve tempestades y tormentas que podrán ser vencidas en tanto en cuánto sepamos que Cristo sigue con nosotros, que no se ha bajado de la barca, que impulsará nuestro caminar y que llegará con nosotros a la otra orilla, y nos hará gozar de la dulzura del Padre que nos espera complacido al fin de la travesía. 

Hoy la Iglesia se ve agitada por muchas tormentas, no se le da cabida en los medios de comunicación, los seguidores de Cristo no estamos a la altura de las circunstancias, estamos tentados a no seguir remando, a no darnos cuenta que el mensaje evangélico tiene que llegar a todas las gentes, y tal parece que la barca se mantiene estática, que las preocupaciones de los pastores serían mantener a los que ya están dentro, parados en la puerta, intentando que no se vayan, mientras muchas gentes están intentando entrar, pero no hay nadie que los invite y los anime a dejar toda su confianza en el Cristo que ha surcado todos los mares y todos los continentes para invitarlos a todos a entrar y formar parte del Reino de Dios al que todos los hombres están invitados.  

Y me gusta mucho el final de la narración de San Marcos, no lo dice, pero se sobreentiende que una vez que vino la calma sobre las olas del lago, los apóstoles tuvieron que seguir remando, y remando, hasta llegar a la otra orilla. Esa es la labor para los que ya estamos dentro de la Iglesia, Cristo seguirá siendo el timonel, que sabe por dónde va, que lleva firmemente la barca a seguro puerto de salvación, pero que espera que cada uno de los cristianos no se desentiendan de seguir los impulsos del Espíritu Santo, para transformar nuestro mundo de salvaje, violento y vengativo, en un mundo donde se pueda vivir en paz, en fraternidad y en mutua ayuda solidaria.