XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 51-59:
Te quiero tanto, que te quiero comer a besos

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda 

 

 

¿El hombre comienza a ser plenamente hombre cuando comienza a expresar sus ideas?   Yo creo que el hombre estará haciéndose hombre, cuando pueda relacionarse de tú a tú con sus semejantes, y su gozo será grande  cuando pueda reunirse con los que ama su corazón para compartir sus alimentos y sus bebidas en torno a una mesa. Ahí el hombre se siente plenamente hombre, cuando comparte sus alegrías, sus aniversarios, sus acontecimientos, principalmente sus bodas o sus éxitos o sus ascensos. 

Pero en esa mesa falta alguien, está incompleta, el hombre lo sabe, y entonces invita a la divinidad y nacen los banquetes sagrados.  Sabemos que casi todas las religiones de la tierra, tienen entre sus elementos más valiosos, el banquete ritual, donde el hombre comparte su ser, sus inquietudes, sus miedos y sus temores, recurriendo a la divinidad en busca de solución para su problema existencial y para los problemas de cada día.  

Eso lo sabía Cristo. Conocía el deseo del hombre de entrar en contacto con la divinidad, pues el corazón del hombre tiene dimensiones infinitas que sólo pueden ser llenadas con infinito. Pero hay una diferencia muy marcada entre las otras religiones y el mensaje de Cristo. Sabemos por el mismo Cristo, que en el banquete de los cristianos, que es un verdadero banquete, el banquete eucarístico, no es el hombre el que toma la iniciativa, sino Dios mismo, que bajando del cielo, donde los hombres se empeñan en mantenerlo, lo más lejos que se pueda, para que no estorbe sus planes, viene para convertirse en comida, en banquete, en fortaleza y en robustecimiento para el difícil camino que el hombre  tiene que recorrer en la vida. 

Cristo viene a dar cumplimiento a ese deseo de la madre de hacerse una sola cosa con el hijo que llevó en sus entrañas y que no cesa de decirle al oído con todas sus fuerzas: “hijo, te quiero tanto, que te quiero comer a besos”.  Claro que el niño aprende bien la lección, pues cuando llega a la adolescencia va con la novia y vuelve a decirle, aunque yo dudaría de su sinceridad: “Te quiero tanto, que te quiero comer a besos”, aunque le haga la lucha.  

Cristo es entonces el verdadero banquete que el Padre, el Buen Padre Dios quiere para sus hijos, el banquete que da la vida: “Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre”.  Entre la reverencia y el temor que nos inspira normalmente la divinidad, Cristo se decide por el amor y la confianza de los suyos en la misericordia de su Padre que lo envía y lo envía para quedarse para siempre entre ellos.  Entrar en comunión con Cristo, comer, beber como lo recomendaba Cristo, en alusión a su muerte en cruz y a su resurrección, es entrar en comunión con el Buen Padre Dios que se complace en la paz y en la vida de sus hijos: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí”. 

Si quieres entonces una vida plena, un encuentro con tus hermanos los hombres, y un contacto y un encuentro con el Dios vivo, apresta tu corazón y prepárate, porque el domingo Cristo estará a la puerta, te invitará a entrar, te sentará a su mesa y él mismo te servirá y se te dará en alimento, para que tú te hagas una sola cosa con él: “El que come de este pan, vivirá para siempre”.