XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 35-45:
Los misioneros, esos seres chiflados...

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda  

 

 

“Hola, Padre, me llamo Giorgio y soy médico de profesión. He de decirle de entrada que los misioneros siempre fueron para mí gente estrafalaria, extraña, ilusa y con pretensiones de ir a cambiar a gente que no necesitaba para nada de su intervención. Mi madre fue una entusiasta de las misiones, estaba en un grupo de señoras que organizaban eventos para enviar dinero a los países de misión, y varias veces algunos misioneros y misioneras llegaron a hospedarse en casa, con gran complacencia de mi madre. Nunca dejé de ser creyente, pero no hice más que lo que está mandado, la misa los domingos y párale de contar. Pero yo veía tan feliz a mi madre con su actividad que nunca me atreví a impedir que ella siguiera. Pero un día, algunos años después de haberme recibido, tuve que quedarme en casa, porque la gripe hizo presa en mí. No estaba mi mujer ni mis hijos,  y mi madre aprovechó la oportunidad para dejar en mi buró algunas revistas, por supuesto misioneras. Por complacerla fui hojeando algunas, ratificando mi convicción sobre los misioneros como gente chiflada y fuera de sí, aunque no me atrevía a llamarlos locos.  

Pero de pronto, hubo una frase, por cierto de Juan Pablo II que me inquietó y me dejó pensando: “Pero lo que mas me mueve a proclamar la urgencia de la evangelización  misionera es que ésta constituye el primer servicio que la Iglesia pueda prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cuál está conociendo grandes conquistas,  pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia”. 

¿De manera que Don Juan Pablo II pensaba que la Iglesia le está haciendo un bien, un gran servicio a la humanidad con su obra misionera en el mundo? A quién se le ocurre que la Iglesia pueda hacer un cambio en el mundo con gente estrafalaria y medio chiflada, que dejan casa, y patria y madre para ir a habitar entre gentes extrañas y llevarles el mensaje de una Iglesia que tiene tantos problemas internos por resolver? ¿Y porqué pensaba el Papa que el hombre ha logrado grandes conquistas en el mundo de la ciencia, de las comunicaciones, de la economía y de la cultura cuando está perdiendo el rumbo de su propia existencia y de su destino final? ¿No parece esto trágico? Todo esto abrió en mí muchos interrogantes. ¿Qué buscaban las gentes en un hombre que se consumía hasta ser casi una piltrafa humana, con una voz ininteligible?  Juan Pablo II sólo hablaba de un hombre muy especial, que traía un mensaje de amor, de fraternidad y de justicia, Cristo Jesús, el que murió en la cruz y que el Padre resucitó y que lo sentó a su derecha. ¡Ese era el secreto del Papa! Y si decía que la evangelización es un gran servicio a la humanidad, entonces quiere decir que eso es un encuentro vivo con Cristo que salva. Un misionero de los que yo me burlaba me abrió los ojos y comprendí que la misión no es cosa de chiflados sino de todo bautizado. Crecí en mi fe, e intempestivamente quise ir también yo a tierra de misión. Aquél buen hombre me respondió con un rotundo ¡No! Tu misión ahora  está en el hospital, con los de tu clase, ahí donde los médicos practican abortos, donde ven a los pacientes sólo como un número, donde los operan sólo para poder pagar el coche último modelo, donde convierten a las enfermeras es un verdadero harem, y donde se comercia con órganos humanos. Ahí te necesita Dios. Sin embargo, recuerda: “O vas…o envías…o ayudas a enviar”. Qué buena honda me pasó el misionero, y desde entonces, me siento muy feliz de contribuir con mi donativo mensual y mi profunda oración, para que el Señor vaya despertando la vocación misionera en mucha gente joven y de empuje, para contribuir a la salvación de nuestro mundo. Incluso ya tenemos decidido  mi señora y mis hijos ir a establecernos por unos años, en  una de las regiones más pobres de Chiapas o de África, practicando la medicina entre aquellas gentes que sin su culpa viven  en la más escandalosa de las pobrezas. ¡Felicidades a todos los misioneros y misioneras, enviados por nuestra Iglesia a todos los rincones de nuestro mundo!”