XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 12, 38-44:
¿Porqué los ricos cambiaron estrepitosamente?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda  

 

 

“¿El donativo que usted me pide es deducible de impuestos? ¿No? ¡Entonces consiga una autorización en Hacienda y luego viene con su respectivo documento para poder atenderlo!”. Esto es ahora algo que ocurre cuando los hombres de Iglesia solicitamos un donativo para las muchas y necesarias obras de la comunidad. ¡Cuánto ha cambiado la mentalidad de los hombres y de los ricos desde el tiempo de Cristo Jesús!  

Un día Jesús después de una jornada fatigosa, después de atender a los enfermos, de bendecir a los niños y de batallar con sus enemigos, se sentó a descansar en un rincón del templo de Jerusalén. Fue llevado ahí por la multitud que ese día, cuando muchos hombres y mujeres, que llegaban al templo venidos de todos los rincones de Israel, para llevar sus ofrendas, obligatorias y unas y voluntarias otras,  para el culto que en ese templo era fastuoso, y para los holocaustos de animales que tendrían que ser ofrecidos por los pecados del pueblo. Ahí se sentó Jesús, precisamente frente a la alcancía principal del templo, y cansado y distraído, no podía apartar su mirada de lo que pasaba a su alredor. Veía cómo llegaban ostentosamente los ricos, vestidos como para la mejor ocasión, a depositar su ofrenda económica  a veces en especie, en joyas o en piedras preciosas. Era un buen negocio. Con ello pretendían comprar el favor de Dios,  además de que en muchas ocasiones, podían unir su riqueza a la riqueza del templo, que se convertía así en una especie de banco religioso, proporcionando de paso una manera de vivir también ostentosa a los sumos sacerdotes y a los escribas del templo.  Cristo no se dejó convencer por aquel teatro que se realizaba precisamente en el templo de su Buen Padre Dios que había ideado el templo para derrochar ahí su amor y su misericordia, enseñando a los hombres a ser misericordiosos y a vivir en el amor el camino hacia él. Había que caminar en la libertad, pero el templo se había convertido en todo lo contrario, una esclavitud para mucha gente y un gran negocio para los que regenteaban el templo.  

Nuevamente me pregunto porqué esa situación y porqué no el día de hoy. ¿Porqué los ricos ya no se acercan ni al templo, ni a  la Iglesia ni a Dios? Ha habido un desfasamiento. Aquellos hombres querían comprar la salvación. Los ricos de hoy tienen su propio “dios”  y han impreso su nombre precisamente en los billetes. En los dólares, que por mucho tiempo ha sido la moneda universal han impreso: IN GOD WE THRUST o sea “confiamos en Dios”, pero en éste, que tiene color verde como todos esos  billetes, con los cuales pueden comprar ahora a los hombres y a las naciones a los que se esclaviza escandalosamente.  

Pero creo que me he desviado en mi intención, porque ese día, Cristo contempló algo que lo dejó maravillado y así se los hizo notar a sus apóstoles. Entre todos los peregrinos, llegó una mujer de edad, una viejita, delgada y macilenta, puros huesitos, que con su mano flaca, tímidamente dejó caer unas dos moneditas que era todo lo que tenía para vivir. A ella no le importaba lo que hicieran con los dineros del templo  ni le preocupaba que fuera para enriquecer a los sumos sacerdotes, ella confiaba plenamente en su Dios,  del que estaba segura, tendría que ver por su futuro. Cristo mismo hizo el comentario: “Esa  pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba: pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”. No creo que haga falta más comentario, porque cada quién tendrá en este momento que pensar en cómo retribuirle a Dios lo que con tanta bondad nos da a cada uno, para que con el mismo amor con que nos trata, tratemos nosotros de mirar por el bien de nuestros prójimos. Y darles no las sobras, eso sería una ofensa, sino darle de lo que a ti te duele y te ha costado tu trabajo, tu esfuerzo y tu cansancio.