Solemnidad: Natividad del Señor
San Juan 1, 1-18:
El Dios que nos quiere un chorro

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda   

 

El siglo que estamos inaugurando en un siglo de información pero no de comunicación. La información nos llega a raudales por todos los conductos que los hombres se han inventado, pero definitivamente este no es el siglo de la comunicación. Basta ver cualquier tarde en cualquier esquina una sesión de Cyber-espacio. Los moradores, normalmente gente joven, cada uno está pegado en su computadora, sin importar para nada los que están al lado. Una profunda incomunicación. Y es en este siglo en el que nuestra mirada se fija en una persona que nació, vivió y murió en un lugar y en un momento determinados de nuestra geografía y de nuestra historia. Se trata de Jesús, al que nosotros llamamos Salvador, Redentor, Liberador, el Resucitado, pero que ahora queremos considerar como la PALABRA, eso que nos distingue a los hombres del resto de los seres de la creación. La Biblia hace mofa de las divinidades paganas que tienen boca y no hablan, tienen pies y no caminan, tienen oídos y no oyen. Son como nada. Y los profetas mismos, en el Antiguo Testamento, balbucean, nos trasmiten palabras del Altísimo, prometen que Dios mismo vendrá y salvará, prometen que el Altísimo en persona vendrá y hablará a los hombres y los levantará hasta hacerlos dignos interlocutores. Será como el papá que se inclina o se recuesta para estar a la altura del pequeño que quiere rodearlo por el cuello.

Esto se realiza en la persona de Cristo Jesús. Como ha dicho el Papa Benedicto XVI, “Cristo es la respuesta de Dios al dama del hombre que busca la verdadera paz”. Y se trata entonces de un Dios que quiere ser como nosotros, que quiere dirigirnos su Palabra y decirnos que él es Vida, que es Amor, que no está enojado con nosotros, que no está disgustado porque muchas veces le hemos negado el habla, nos hemos hecho disimulados e incluso nos hemos vuelto en su contra. Y más aún, el viene a decirnos que él, nuestro Dios nos ama con locura, con verdadera pasión y no va a dejar de amarnos aunque nosotros volviéramos a las andadas y nos olvidáramos de su amor, de su cariño y de su misericordia. Por eso él deja el cielo y por eso puede decirnos que nos ama al modo humano, con un corazón de carne que sabe del amor, y de sus devaneos, los devaneos de los hombres, por supuesto, pues si bien nosotros decimos que amamos, en un momento nos olvidamos del amor y atentamos contra el amor que decimos tener. Hasta una madre a veces se olvida del amor que debe ser su característica pudiendo herir como con un darlo envenenado a alguno de sus hijos.

Al lado del amor, podemos encontrarnos el desamor, al lado de la alegría podremos encontrarnos con hombres que están tristes, y doloridos y al lado de la luz nos encontramos con profundas oscuridades. Todo eso no se da en Dios. No encontraremos nunca un reproche del Dios que nos ama y ningún grito descompasado porque él no hace como cuando nos disgustamos y gritamos aunque la persona esté delante de nosotros. Dios nos ama como el mejor de los padres y como el mejor de los hermanos. Hoy agradecemos al Señor que haya querido decirnos su Palabra precisamente en su Hijo Jesucristo que nos amará al modo humano, pero que por ser precisamente su Hijo nos amará al modo divino, constituyéndose al mismo tiempo que nos ama, en nuestro Salvador y en nuestra Paz. Bendito el día en que Dios colmando de amor el corazón de sus hijos, nos envía al pequeño niño que nos muestra la predilección de un Dios que nos amará por siempre, por siempre jamás.