V Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Lucas 5, 1-11:
Cristo no dominaba el oficio de la pesca ni sabia nada de ella, y sin embargo...

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda   

 

Los primeros meses de la vida pública de Jesús huelen a frescura, a primavera, a racimos en flor, a huerto florido, a pan recién horneado, a tierra mojada, a fragante perfume. Cristo no se daba descanso y todos los lugares eran propicios para lanzar la buena nueva de la salvación. Las montañas, los valles, las orillas del lago de Galilea, los caseríos, y los banquetes eran los lugares preferidos por Jesús. Curiosamente no lo fue el templo con  su incienso ni sus sacrificios, ni aparatoso culto diario. Era el ancho mundo al que había que salvar y entregar al Buen Padre Dios. Y las gentes supieron aquilatarlo. Lo buscaban, lo asediaban, querían tocarlo, querían oírlo. Pero Cristo Jesús aprovechó también los primeros meses para buscar quien le ayudara a levantar la cosecha que ya se vislumbraba abundante. Comenzó a buscar a sus apóstoles, a sus discípulos, pero también esta vez no fue a las universidades de los griegos o de los romanos, no buscó sociólogos o psicólogos, educadores, economistas, publicistas. Fue con la gente de pueblo, de barriadas, de rancherías, pescadores, obreros, fueron los llamados. Qué extraño es Cristo. Se rodeó de las clases bajas, con gran escándalo de los intelectuales y de las gentes que se preciaban de ser lo más valioso de este mundo.

 

Esta vez abrimos una de las páginas más bellas de Lucas, evangelista que nos presenta a un Cristo trepado en una barca prestada, para llevar desde ahí, ayudado por las brisa del lago de Galilea, su mensaje a las gentes que se agolpaban para escucharlo. Cuando acabó de hablar y de despedir a la gente, pidió a quien después se llamó Pedro y a otros pescadores que llevaran su barca mar adentro para pescar. Pedro se sonrió con una amplia sonrisa y echó una mirada compasiva a Cristo, diciendo en su interior: “Éste que va a saber de pesca. Si supiera no nos pediría pescar a media mañana. Nadie lo hace, hasta los niños de la playa lo saben”. Pero mirando más detenidamente al Maestro con la seguridad que denotaban sus palabras le dijo: “Sólo confiando en tu palabra echaré las redes”.  Poco después Pedro quedó admirado de la cantidad de pescados que habían capturado, tantos como no había visto nunca y hasta hubo necesidad de llamar otras barcas para que ayudaran a dejar en la playa la pesca milagrosa. Ese día Pedro y los otros discípulos quedaron nombrados como ayudantes, discípulos y apóstoles de Cristo. Hoy Pedro y sus sucesores siguen sembrando felicidad y  seguridad ante el futuro mientras el mundo quiere sigue sembrando y cosechando miedos y tempestades.

 

Me parece muy oportuno sugerir a mis amables lectores, un número (62) de la Christifiledes laici de Juan Pablo II, porque ahí habla de la familia como forjadora de la fe, una familia donde hoy están naciendo, creciendo y desarrollándose quiera Dios, los santos y los benefactores de la humanidad, y no los criminales y los que atentan contra esta humanidad y este mundo en donde desarrollamos nuestra propia vida. Es una página vibrante:

 

 “La familia cristiana, en cuanto «Iglesia doméstica», constituye la escuela original  y fundamental para la formación de la fe. El padre y la madre reciben en el sacramento del Matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana en relación con los hijos, a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos. Aprendiendo las primeras palabras, los hijos aprenden también a alabar a Dios, al que sienten cercano como Padre amoroso y providente; aprendiendo los primeros gestos de amor, los hijos aprenden también a abrirse a los otros, captando en la propia entrega el sentido del humano vivir. La misma vida cotidiana de una familia auténticamente cristiana constituye la primera «experiencia de Iglesia», destinada a ser corroborada y desarrollada en la gradual inserción activa y responsable de los hijos en la más amplia comunidad eclesial y en la sociedad civil. Cuanto más crezca en los esposos y padres cristianos la conciencia de que su «iglesia doméstica» es partícipe de la vida y de la misión de la Iglesia universal, tanto más podrán ser formados los hijos en el «sentido de la Iglesia» y sentirán toda la belleza de dedicar sus energías al servicio del Reino de Dios”.

 

Que el ejemplo María, la Madre del Señor, de Pedro y de incontables gentes que le han creído a Jesús, nos mueva a ser los nuevos hombres y mujeres llenos de fe que anuncien en la alegría y en la paz, el mensaje gozoso del Evangelio de la salvación.