III Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Lucas 13, 1-9: ¿Chile y Haití castigados por la mano de Dios?Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda
Si suponemos que Cristo
es de todas las épocas hoy podríamos presentar el mensaje evangélico de este
domingo de esta manera: Unos hombres se acercaron un día a Jesús y le contaron
que “allá en Acteal, en Chiapas en México un grupo de indígenas campesinos
fueron masacrados inmisericordemente mientras se encontraban haciendo oración y
cantando alabanzas a Dios en una modesta capilla del lugar”. Aquellas gentes
supusieron que con su relato Jesús tronaría contra la injusticia humana, pues en
ellos estaba bien anidada aquella creencia: “El que la hace la paga” y que haría
ver que aquella acción les había sobrevenido precisamente a los indígenas por
sus grandes pecados, y para que no cupiera duda el mismo Jesús les contó del
tremendo desastre que significaron para Haití primero y para Chile los
terremotos que dejaron sangre, muerte y desolación, por la acción de las fuerzas
de la naturaleza. Así rompe Cristo con aquella creencia muy arraigada en el
ánimo de los hombres y acepta que todos somos frágiles y que la vida puede
sobrevenirnos en cualquier momento.
Con esto, Cristo dejó bien claro que a Dios no tenemos que responsabilizarlo de
las acciones violentas de los hombres ni por la desolación que significan las
fuerzas tremendas de la naturaleza, y que no es verdad entonces que Dios
distinga a unos con la vida por su buena conducta y a otros con la muerte por
sus pecados personales y como una muestra del poder vengativo de Dios. Ese no es
el Dios que Jesucristo venía a mostrar. Sin embargo dejó bien claro que con Dios
no se juega, y que todos estamos necesitados de conversión para que no nos
ocurra otra cosa semejante. Cristo no lanzó una amenaza, pues sus palabras
quería conseguir un profundo arrepentimiento y una apertura al cambio de mente y
de corazón, pues la salvación no viene del hombre, sino del profundo amor de
Dios que nos ha enviado a su Hijo Jesucristo, nuevo Moisés, para mostrar su
cercanía a los hombres, a su mundo, a sus miserias, abriendo amplios caminos de
esperanza, como le fue revelado a Moisés en vísperas de la liberación del pueblo
hebreo de las manos de los egipcios: “Yo soy el Dios de tus padres…he visto la
opresión de mi pueblo…he oído sus quejas contra los opresores y conozco bien sus
sufrimientos. He descendido para librar a mi pueblo de la opresión…para sacarlo
de aquellas tierras y llevarlo a una tierra buena y espaciosa…”
Me conmueven esas palabras de Dios a Moisés pues se trata del Antiguo
Testamento, nos encontramos sorpresivamente con un Dios muy distinto del que
habíamos imaginado, que se muestra como padre y amigo, que se conmueve con el
dolor de los hombres y que no sólo sostiene un sentimiento frustrante sino que
baja a liberar a su pueblo para llevarlo por caminos desconocidos a tierras de
libertad, de paz, de reconciliación, pero al mismo tiempo de responsabilidad y
de justicia. Ese es el Dios con el que yo quiero quedarme.
Y para acabar de remachar su mensaje, el mismo Cristo les contó, y la historia
puede seguir siendo actual, aunque nosotros no seamos agricultores ni tengamos
una relación directa con las labores de la tierra: “Un hombre tenía una higuera
plantada en su viñedo: fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al
viñador: “Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar hijos en esta
higuera y no los he encontrado. Córtala, ¿para qué ocupa la tierra inútilmente?”
el viñador le contestó: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra
alrededor y a echarle abono, pera ver si da fruto, si no, el año que viene la
cortaré”. Cristo nos está invitando a la conversión, todavía nos da otro año.
Dios es eterno pero nosotros no. Es el tiempo. La paz está cerca, el porvenir
nos sonríe, “No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenado,
perdonen y serán perdonados”.