Domingo de Ramos en la Pasión del Señor:
San Lucas 22, 14-23, 56:
¿Y si Cristo hubiera sido un poco más diplomático, no habría muerto?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda   

 

Hoy comenzamos con el domingo de Ramos, una semana cargada de evocaciones, de vivencias y de aspiraciones. Se trata de lo que se llamaba la Semana Santa o sencillamente la Semana Mayor, y que hoy ha quedado convertida en la semana de vacaciones, donde todo mundo está condenado a emigrar, normalmente a las playas para encontrar todos los lugares atestados de gente que no tendrá otra oportunidad de tenderse al sol o meterse de noche a un antro a aturdirse en el ruido y en el alcohol o las drogas.

Pero esta semana seguirá siendo siempre la Semana donde el pueblo fiel se muestra cercano al corazón de Cristo Jesús que en su exceso de amor quiso entregar su vida para convertir este mundo de salvajes en un mundo de hermanos, donde en lugar del odio, la revancha, la rivalidad y el afán de lucro campeara el amor, la paz y la cordialidad.

Esta sería la memoria, el recuerdo y la evocación del día en que Cristo aceptó los vivas y las hurras de la humanidad a la que él trataba de salvar poco antes de entregarse en manos de aquellos que tendrían en sus manos su propio destino. Montado en un asno y no en una cuadriga de general victorioso, o en un dromedario de potentado árabe, Cristo recibe el afecto sencillo, alegre y esperanzador del pueblo al que se había entregado toda su vida. No importaba que un poco después las gentes se dejaran contagiar de la rabia de los poderosos a los que Cristo había provocado con su comportamiento y que ahora tenían oportunidad de cobrarse de una vez por todas. Cristo había tenido la osadía, con muy poca diplomacia, de oponerse a los que ostentaban el poder y mantenían al pueblo ignorante, en la pobreza y en el miedo. Cristo habló muy duramente a los fariseos y los escribas que se ostentaban como los chicos buenos del reino, la gente decente, y que a pesar de estar llamados a orientar, más bien consideraban a los que no pertenecían a su clase, como los apestados, la gente podrida, los que no tenían esperanza de salvación. Jesús había tenido el atrevimiento de hablar contra los políticos, el capital y los intereses de los dirigentes del templo de Jerusalén, y ahora era el momento de arreglar cuentas. Ganaron los poderosos, indudablemente de una manera injusta, pues injusto a todas luces fue el proceso civil y religioso que condenó a Cristo.

El momento actual está marcado por un pueblo que se mantiene fiel, y que sale a las calles con sus palmas, sus ramos y sus flores, para gozar en la procesión, de una fe que tiene que manifestarse masivamente, y que desea después manifestar en la vida con un cambio de actitud hacia los demás. Es la alegría de muchas gentes pobres que ven más mermada su economía, que sienten que sus enfermedades no pueden ser curadas porque no han alcanzado ni siquiera el seguro popular, el gozo de la madre que ve que sus hijos han abandonado la fe para vivir en una total despreocupación por las cosas de la Iglesia y de la fe. Y es el jubilo de los niños que agitan sus palmas hacia un Cristo que adivinan como su esperanza y su liberación. Es también el contento de los jóvenes que con guitarra en mano manifiestan su cercanía al Cristo de todos los tiempos y de todos los caminos.

Pero el domingo de ramos, es también una profecía, un adelanto de la vida nueva de los hijos de Dios para quienes ya han pasado los días difíciles de enfermedad, de pobreza, de injusticia, de miseria y de morder cada día el polvo en casuchas miserables y en colonias sin servicios básicos y para colmo, con un pulular encima de jóvenes pandilleros que no respetan personas, ni leyes, ni sexo sin enlodarlo todo a su paso. Las palmas se convertirán en manos de nuestro pueblo fiel, en un símbolo de martirio, de entrega, de generosidad, pero al mismo tiempo una señal de parte del Señor, de que los males y los sufrimientos no fueron en vano y de que para siempre los dolores se trocarán en cantos de alabanza, de acción de gracias, en el nuevo banquete preparado por el Buen Padre Dios que recibe con amor en su casa a todos los hijos que triunfaron gracias al triunfo de Cristo su Hijo.

Hosanna al Hijo de Dios, hosanna al Rey de todas las naciones, hosanna al que nos trae la paz, la salvación, el perdón y la reconciliación entre todos los hombres.