XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 18, 9-14:
¡Una Iglesia sin misión, pronta corrupción

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda   

 

“En una sociedad multiétnica que experimenta cada vez más formas de soledad y de indiferencia preocupantes, los cristianos deben aprender a ofrecer signos de esperanza y a ser hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia y, sin falsas ilusiones o miedos inútiles, comprometerse a hacer del planeta la casa de todos los pueblos”.

Hacer del planeta tierra la casa de todos los pueblos, es el deseo y la inspiración del Papa Benedicto XVI en el día mundial de las misiones. Y es el deseo de muchas gentes que se debaten en su soledad y ante la indiferencia y la mirada inquisidora de los poderosos y de los pudientes de este siglo que desde su situación de opulencia y de comodidad miran también con indiferencia y con frialdad a quienes consideran como enemigos de su riqueza, los pobres, que pululan por todos los rincones de la tierra.

Hacer del planeta la casa de todos los pueblos, no será posible si los mismos cristianos no salen de su indiferencia, para ofrecer signos de esperanza y a ser hermanos universales. El haber encontrado a Cristo hasta considerar su encuentro como lo mejor que le podría ocurrir a un hombre sobre la tierra, no lo puede dejar indiferente, sino que tiene que salir a la calle y publicar a los cuatro vientos que Jesús sigue siendo la esperanza de todos los pueblos y el sostén de los pobres y de los desposeídos. Haberse encontrado con Cristo significa comenzar a ser hermano de todos los hombres y comprometerse con los que nada tienen, a los que el mundo les ha privado de las condiciones más indispensables para ser verdaderamente una personas y destinatarios de un mundo mejor.

El convertir a nuestro planeta en la casa de todos los hombres y de todos los pueblos, es la invitación a cultivar los grandes ideales que transforman la historia, y a convertir la fe en Jesús como el gran acontecimiento salvador y que marcará para siempre las conciencias de todos los hombres. La esperanza en un mundo que confía cada vez menos en sus propias fuerzas, nos dará impulso para que todas nuestras acciones tengan un carácter misionero, sabiendo que sin nuestra colaboración personal, la de las parroquias y de las diócesis mismas, el ideal de Cristo de ir a todas las gentes para hacerles conocer y vivir su Evangelio no será posible jamás. Y el amor, la caridad de Cristo que se nos da en alimento cada día sobre los altares, tendrá que ser el símbolo de una humanidad alimentada no a medias ni solo en determinados sectores, sino una humanidad en la que todos los hombres tengan el pan asegurado para todos los habitantes de la tierra. Un mundo sin pan, es un mundo sin alegría y sin futuro. Y un mundo sin Cristo y sin su amor, es un mundo que no conseguirá tampoco los grandes ideales de la paz, de la fraternidad y la unión de todos los hombres.

Finalmente el Papa, en ese texto inspirador para el día mundial de las misiones, nos invita a caminar sin falsas ilusiones y sin miedos inútiles, haciendo primero de la propia casa, el lugar natural donde los niños y los jóvenes aprendan a conocer a Cristo, sus ideales, sus pensamientos sobre la familia, sobre el dinero, sobre su propia sexualidad sobre el matrimonio y sobre su cruz. Si ahí se le ama y se le sigue, ya tenemos las bases para esa casa del mundo como la casa de todos los hombres. La familia tiene que ser realista en infundir en las nuevas generaciones el amor a Cristo que no encontrarán ni en los medios de comunicación social, ni en la escuela ni en el ambiente social en los que Cristo sigue siendo un gran desconocido.

¡Señor, que tu Iglesia recuerde siempre que su labor es eminentemente misionera y que la labor de los cristianos es mostrar con la propia vida y en sus costumbres, que Cristo sigue siendo Salvador y que será el sostén para toda la vida de nuestro planeta tierra como la casa de todos los hombres!